Por los pasados 10 años el historiador y planificador Aníbal Sepúlveda Rivera le ha seguido el cauce al agua. Desde que recuerda se ha interesado en saber de dónde sale y hacia dónde va este indispensable recurso natural. Esta labor cuasi detectivesca le llevó a desterrar el antiguo acueducto del río Piedras que fue una de las obras que labró el carácter de ciudad de San Juan.
Y es que en su más reciente libro Acueducto: una historia del agua en San Juan, Sepúlveda Rivera reanima no solo el curso del agua en la capital sino también a aquellas figuras que hilaron el acueducto que, en algún momento, dotó de agua a todas las personas en la capital.
En medio del lugar que aún alberga los restos del acueducto y aloja al río Piedras, Diálogo conversó con Sepúlveda Rivera. Acercarse al lugar es sentir la majestuosidad de las antiguas instalaciones. Es imposible resistirse a no imaginar cómo alguna vez funcionó toda esa infraestructura.
Sepúlveda Rivera no puede evitarlo y con cada paso que da relata algún dato histórico de los que aparecen en la publicación, auspiciada por la organización Para la Naturaleza. También comparte anécdotas sobre su investigación.
El libro tiene la dualidad de rendir homenaje a la vanguardia que representó el Antiguo Acueducto, pero más importante aún la esencialidad del agua.
“Sin agua no hay ciudad. Así de sencillo. En Puerto Rico aparentemente tenemos muchos ríos, pero no los hemos conservado. Muchos están contaminados y a pesar de que hayan las tecnologías para purificarla siempre hay metales pesados, siempre hay contaminación que no se puede eliminar y la gente se la toma”, sostiene el ahora retirado profesor de la Universidad de Puerto Rico (UPR).
Asimismo, Sepúlveda Rivera recuerda que aquello que alguna vez diseñaron por primera vez Carlos Blume y Juan Carlos Lombera entre 1847 y 1850 “era una cosa de prestigio” en el siglo 19. “Esto era la absoluta modernidad”, dice. De esta manera, el también planificador contrasta esta maquinaria a los aljibes que había en su momento que dependían del estancamiento del agua de lluvia.
Luego de constantes aplazamientos en la construcción del acueducto, el ingeniero Arturo Guerra Mondragón tomó el proyecto en 1896. El acueducto también sobrevivió dos etapas convulsas en la historia puertorriqueña y mundial que reafirmaron la importancia de abastecer al municipio de San Juan de agua: la Guerra Hispanoamericana (1898) y la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Por un lado, durante el enfrentamiento bélico de finales del siglo 19 la flota española urgía de abastecer sus barcos de agua. Mientras que en el conflicto internacional de principios de siglo, el alcalde sanjuanero de aquel entonces, Roberto H. Todd, ofreció al ejército estadounidense acceso gratuito al agua a cambio de que estableciera en la capital el campamento militar que seguro le inundaría las arcas municipales.
Por eso es que para Sepúlveda Rivera es fundamental que las y los puertorriqueños conozcan que el agua no llega a nuestros hogares mágicamente. Aunque el acueducto y el río Piedras guardan cierta mística producto de toda la historia que allí perdura, “la infraestructura de agua es una de las cosas básicas para hacer una ciudad. Entonces, si tú no sabes de dónde viene y para dónde va, estás desubicado. Si la gente empieza a entender eso empiezan a cuidar mejor los ríos”, según el planificador.
Guiños para trazar la historia
Sepúlveda Rivera también recuerda todos esos fragmentos de la historia que cimentaron el flujo de agua citadino. “Este acueducto nos conecta con el mundo”, subraya.
Tal y como detalla en su libro, el experto enumera todos los lugares que consumaron los inicios y el desarrollo de la obra. Entre ellos, los viajes que hiciera Lombera a evaluar los acueductos de Filadelfia y Boston, las tuberías de Bélgica, el carbón de Inglaterra, la maquinaria de Glasgow en Escocia y los filtros de la compañía de Pennsylvania Roberts Filters, quienes aún sostienen relaciones económicas con la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados.
De hecho, la ciudad de Nueva York guarda un enlazamiento con el acueducto sanjuanero. Allí, el Instituto Politécnico Rensselaer nutrió la educación en ingeniería de tres puertorriqueños que fueron pescados por esta estructura, entre ellos Estevan Fuertes, Arturo Guerra Mondragón y Antonio Canals Vilaró.
En el caso de Fuertes, a quien Sepúlveda Rivera reconoce como uno de los artífices del agua, basó su tesis de maestría en dicha universidad precisamente en el acueducto de San Juan. Más adelante, el ingeniero se convirtió en el primer decano de la Escuela de Ingeniería de la respetada Universidad de Cornell en el estado neoyorquino.
Ahora, para el apasionado historiador, la investigación sumergida en libros y reproducida en sus líneas no es suficiente. Las imágenes y planos de la época ayudaron también a edificar la cronología del acueducto. Para Sepúlveda Rivera, un libro de historia no puede ser solo una “monserga escrita” sino que necesita imágenes que proyecten cómo se veía el río Piedras y por dónde pasaban las tuberías. Alude también a la técnica utilizada para la publicación que hace que las láminas que aparecen en el libro den la impresión de que pasaron por un filtro de agua.
¿Hacia dónde va la corriente?
Mientras narra y revive las incidencias estampadas en su libro, Sepúlveda Rivera también vislumbra cómo esa estructura, que en un momento dado representó modernidad, puede continuar sus aportaciones, pero con otro desempeño.
El acueducto cesó sus operaciones en el 1980. No es hasta el 2000 cuando el propio Sepúlveda Rivera se acercó al entonces presidente de la UPR Antonio García Padilla para intentar rescatar este patrimonio. La UPR logró que la AAA le donara el terreno. Por medio de un usufructo, la Universidad permitió que el Fideicomiso de Conservación de Puerto Rico, actualmente Para la Naturaleza, conserve y proteja el lugar.
Por eso, hoy el historiador estima que el lugar será un “espacio de calidad mundial para la investigación”.
Incluso, reconoce que su libro es parte del proceso por visibilizar el espacio que aloja al acueducto y al río Piedras en un afán para evitar que este recurso siga transcurriendo desapercibido y maltratado a través de San Juan.
Con él concuerda Fernando Lloveras, director ejecutivo de Para la Naturaleza, quien menciona que las labores de restauración que realizan en el lugar se han ido trabajando en distintas fases. Lloveras precisa que para el año que viene se espera tener todos los planos arquitectónicos y permisos aprobados para comenzar la hazaña. Estima que la restauración podría tomar un año y medio o dos.
Tanto Sepúlveda Rivera como Lloveras esperan que, con el esfuerzo de documentación del libro y las labores de restauración, el río Piedras deje de transcurrir desapercibido y maltratado.