…poetry is an embarrassing art form
and is only really done well
once every hundred years or so.
—Paul F. Tompkins
La cita de Tompkins forma parte de un ensayo satírico en el que el comediante estadounidense se burla de los talentos de un poeta —en este caso, Charles Bukowski— pero deja la puerta abierta para el verdadero talento innegable. La cita es una introducción oportuna a este texto. El poeta chileno Nicanor Parra era y es uno de esos que pasa tan solo cada cien años, y lo probó con el mismo humor y la misma sutileza que esconde la sobregeneralización del epígrafe. El poeta más viejo del mundo cumple hoy sus cien años de vida, por lo que aquí celebramos una de sus obras imprescindibles, su segunda colección de poesía, Poemas y antipoemas (1954). Quitémonos el sombrero y saquemos la lengua en su honor.
Parra era profesor de matemáticas cuando publicó su primer poemario, Cancionero sin nombre, en 1937. Según René de Costa, estudioso a cargo de la edición Cátedra de Poemas, Parra no tenía idea de cómo hacer poesía. Matemático al fin, buscó su estilo de manera sistémica: imitó a Federico García Lorca, ese joven heavy hitter de la generación española del ‘27, uno de los clásicos. Durante la tregua entre su primer y segundo libro, sin embargo, Parra optó por cultivar una nueva voz más prosaica. Una voz poética que, afirma de Costa, tomó la forma de “soliloquios de un individuo que en lugar de cantar, cuenta unas experiencias anecdotales nada singulares, incluso banales”.
Los poemas de Parra también cobran vida en exhibiciones de artes plásticas…
Entre la publicación de Cancionero y Poemas pasaron diecisiete años. Los primeros atisbos del segundo no fueron publicados hasta el 1942 cuando salieron en una antología los poemas Sinfonía de cuna, Hay un día feliz, Es olvido y Se canta al mar.
Es olvido burla el tipo de oda a la amante difunta idealizada que poetas como Edgar Allan Poe popularizaron. Pobre Anabel Lee. El individuo que narra, siguiendo una estructura en versos, sin cantar, monta una típica escena escolar y describe a los amantes: “¡Tiempos aquellos! yo un espantapájaros / Ella una joven pálida y sombría”. Después de derrochar cursilerías (“Creo que moriré de poesía”), la voz troncha todo ímpetu romántico, declarando inequívocamente que olvidó a esa mujer que tanto amaba “sin quererlo, lentamente, / Como todas las cosas de la vida”.
“Bajaron los poetas del Olimpo”, declara Parra en su Manifiesto. A eso se dedicaba el autor, a adoptar las formas canonizadas para trabajar en contra de ellas o desmontarlas. Anti Neruda y anti Mistral, le dice de Costa. Si los títulos de sus poemas parecen trillados, es porque desde que nació Poemas y antipoemas, Parra pasaba gato por liebre, jugando con las expectativas del lector para virar patas arriba la poesía hispanoamericana. Parra, compositor de sinfonías, cantos y odas que no celebran a nada ni a nadie.
Colecciones irreverentes como Artefactos y Ojetos Prácticas…
Poemas y antipoemas está dividido en tres partes. Dos movimientos iniciales, seguidos por uno tercero más extenso que concluye el texto con su insólita innovación, los antipoemas. Junto a la obra de los otros escritores que también trajeron palas al entierro de la modernidad y parieron la posmodernidad, los antipoemas de Parra trabajaban para situarse en la indeterminación de los espacios literarios fronterizos. La obra de Parra se bandea entre el aquí y el allá, entre lo canónico y lo popular, entre lo personal y lo impersonal.
Dentro de las solapas de ese poemario, según de Costa, Parra detecta la necesidad de hacer cambios en el sistema expresivo de la poesía en español, los inicia, los capitanea y se los apropia. La antipoesía es la propuesta final y principal del corto pero copioso volumen. En él, la voz poética se “ridiculiza descaradamente” para “autoironizarse” y dejar claro que, la poesía, buena o mala, es para todos.
Antipoemas como Recuerdos de juventud, La víbora y Los vicios del mundo moderno son para leerse frente a un público; prosaicos pero con musicalidad interna. Las imágenes de Recuerdos son jocosas. Después de describir a un joven que “iba de un lado a otro” y que “a veces chocaba con los árboles, / chocaba con los mendigos”, la estrofa termina con un cliché que la estructura del poema en versos no deja ignorar:
La gente se reía de mis arrebatos
Los individuos se agitaban en sus butacas como
[algas movidas por las olas
La misma estructura hace ahínco en la descripción de La víbora, una mujer estramboticamente abusadora:
Largos años viví prisionero del encanto de aquella
[mujer
Que solía presentarse a mi oficina completamente
[desnuda
Ejecutando las contorsiones más difíciles de ima-
[ginar
Con el propósito de incorporar mi pobre alma a su
[órbita
Después de ofrecer una lista deprimente —“Las discriminaciones raciales{…}Los trucos de la alta banca”— la voz de Los vicios del mundo moderno termina lavándose las manos del asunto con otra broma mediante la que deja clara su misión: “Por todo lo cual / Cultivo un piojo en mi corbata. / Y sonrío a los imbéciles que bajan de los árboles”.
Poemas tangibles y edificantes…
Cuando Parra fue ganador del Premio Cervantes en el 2012, la revista universitaria chilena Quinchamalí. Artes. Letras. Sociedad., dedicó una edición especial a su obra. La edición comienza con un editorial que relata cómo en Chile pasó desapercibido a nivel nacional el reconocimiento que recibió Parra. “Faltó que la comuna donde nació Nicanor Parra se diera por informada de esta ceremonia [del Premio Cervantes]”, lee la carta.
Tuvo que pasar medio siglo para que reconocieran la contribución de Parra al patrimonio literario iberoamericano y en su “comuna” casi no lo celebraron. Pero, si lo que cuentan de él y lo que aprendo de su antipoesía es verdad, de seguro ni le importa.