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[…]ni condescendió a creer que un hombre realmente informado necesita enterarse de que todos los días sigue pasando lo mismo. -Fernando Savater- Pensar estas líneas de Savater es suficiente para que cualquiera se desinfle. Cualquiera, claro está, que crea que estar informado y saber del mundo se resume en visitar con los ojos los periódicos y asistir a la pantalla de televisión como si ahí, en ese aparato frío y sin memoria, estuviese el mundo. En términos generales puede que Savater tenga razón. Pero la metafórica abstracción de referirse a algo en términos generales es un riesgo demasiado inocente que hoy, sobre todo hoy, no me atrevo a tomar. El terremoto (esta palabra va ganando un papel destacado en el diccionario) que ocurrió en Chile la pasada madrugada del sábado, específicamente en la ciudad de Concepción, hace que repensemos el impacto que crean en uno los medios noticiosos. Hace apenas poco más de un mes que descubrimos a Haití, sin carabelas. Ya me ha tocado escuchar a gente, compañeros y amigos incluso, refiriéndose a este hecho con hastío. Como si de entre todos los juguetes Haití ya no los entretuviese. ¿Por qué pasa esto? Los responsables no son los compañeros, tampoco los amigos. Aventuro a decir que son inocentes. Quizá pase esto porque los hechos, a través de los correspondientes medios, no han hecho más que crear un auténtico circo de capacidades insospechadas. La primera vez que vi a un equilibrista andar por una cuerda en el aire –primero pensaba que volaba–, no lo pude creer. Tampoco existen las palabras para describir aquello. Luego, las sucesivas veces en que vi a distintos hombres hacer lo mismo –ahora sólo caminaban por una cuerda– no fue igual y todo se reducía a la lástima. Así ocurre no sólo con Haití, ocurrirá también con Chile y con todo lo que por mala suerte se asome al gran circo. Ya he escuchado comparaciones entre ambos desastres. ¿A eso nos llevan los medios? Si bien es cierto que comparamos casi por necesidad, no todo se subsume en preferir el color rojo al negro, o el verano a la primavera. Máxime cuando las comparaciones son incomparables de antemano. Chile vive una catástrofe, Chile está acostumbrado a las catástrofes. Una vez hubo una ciudad al sur llamada Valdivia que desapareció por completo y tuvo que nacer otra ciudad con el mismo nombre. En 1985 otro terremoto dejó un saldo triste y brutal de muertes. Pero no todo es igual. Este terremoto no es el mismo que el de Valdivia ni el del 85. Eso sería como aceptar o asistir al circo y ahí sí, todos los días seguiría pasando lo mismo. Me preocupa genuinamente el que todas las imágenes que aparecen se asemejen tanto. Lo ocurrido en Haití, o dicho de otro modo, lo que muestran que ocurrió en Haití, se parece mucho a lo que ocurre en Chile. Llanto, edificios derruidos, bomberos, hambre, camillas, saqueos, sangre, inundaciones, más llanto, en fin. Parecería que los hechos fuesen los mismos, intercambiables. Pero no. El gran circo disfruta –dudo que sea inconsciente– en explotar lo mismo, el lugar común. Intentan acercarnos al dolor y al horror siempre del mismo modo. A través de la señora que llora el hambre o la imposibilidad de dar de comer a sus hijos, cuando acercarnos a la verdad o al dolor sería, en cambio, no mostrar y respetar ese llanto. Ignoran que lo triste, lo verdaderamente horroroso es que al ritmo que llevan, el horror perderá su rostro. Y los trapecistas ya no volarán, simplemente caminarán sobre una cuerda en el aire. Lo lamentable de todo esto es que los medios de comunicación han extraviado en el camino su labor principal que es informar de una manera responsable, anclados en la defensa o la búsqueda de la verdad. No todos, pero los más no han hecho nunca esto. Es por eso que las noticias se vuelven juguetes aburridos, ajenos, de poco uso. El circo o el espectáculo que se crea y que poco o nada aporta, da lugar a que el pasado se convierta entonces en una especie de país extranjero condenado a la inminencia del olvido. Desde que supe del terremoto en Chile comencé a caminar en círculos por mi casa. Esperando noticias de mis familiares. Leía noticias en el periódico, en la televisión y nada aparecía que no pudiese prever, hasta que ocurrió. Sonó el teléfono y la voz, quizá trastocada por los miles de cables de distancia, era la de mi prima. “Estamos vivos”. Esa voz, su voz, es quizá la más esperada que hasta el momento recuerde. No me atrevo a adjetivarla por miedo a dañarla. Quiero conservarla intacta en la memoria. No todos los días pasa lo mismo, aunque inducidos por una extraña automatización así a veces lo parezca. Kika, como le decimos de cariño a mi prima, quizá nunca dé en ello, pero su voz, todo lo que había adentro de aquella voz, hace que corrobore que no todos los días pasa lo mismo. Afortunada o desafortunadamente aquella voz no apareció ni lo hará en ninguna pantalla ni periódico del mundo.