Hay personas que simplemente nacen en el momento incorrecto. Ese sentir de no ser de este tiempo, una nostalgia por un pasado que no es conocido e identificarse con lo que ya no está, es parte de la era postmoderna, tal vez una inquietud existencial o un capricho generacional.
El vintage se manifiesta de noche. Tal vez como respuesta al presente, lo negamos siendo encantados por el pasado. El regreso a un momento en el que no existimos pero que así -a lo lejos del tiempo- parece ser un tanto mejor que éste ahora.
Un grupo de jóvenes experimentan el idealizado pasado Americano y se remontan al Golden Age. Los Ford y los Chevy, los jackets de cuero, las chicas pin-up; el sonido de un contrabajo pesado que retumba con el Rock n´Roll en sus comienzos. La década de los 50s tiene un pequeño lugar en nuestra cultura juvenil. Tal vez sea por que apela al estereotipo del rebelde sin causa de las películas de Hollywood o porque nos gusta representar nuestra molestia con el presente idealizando el pasado o simplemente porque nos gusta bailar el twist.
En esta pequeña isla en el centro del Caribe, un grupo de jóvenes juega al disfraz generacional y por una noche cada varios meses, se vive en los 1950 en una ciudad de Estados Unidos, donde se utiliza cuero a pesar del calor. Se visten las chicas con faldas a la cintura, tacones de varias pulgadas, florones en el pelo. Lo llaman, el Rockabilly, moda con pocos seguidores dentro de las culturas juveniles, pero que mantienen la estética de los 50s hasta su más pequeño detalle. Es un viaje en el tiempo con sólo acercarse al local donde están reunidos. Visualmente es confuso.
La mujer se adhiere a una estética diferente. Se favorece los cuerpos con curvas -con algo de carne- pelos largos y voluptuosos, labios rojos. Emulan a Marilyn Monroe (quien era size 14 de vestido) y a Bettie Page, los prototipos ideales de la mujer como objeto sexual de la época. Los chicos utilizan pantalones pegados, patillas anchas, camisetas negras, ese look de greaser que asociamos con el musical Grease (Vaselina). La noche se pierde entre tragos, cigarrillos, bandas que tocan la música de cuando nuestros padres eran infantes, desfiles de moda de la época y concursos de baile.
Por un momento, dejas de estar en el momento. Por unas horas dejas de estar aquí y te encuentras en una interfaz extraña. Es el 2011 pero en el 1953. Es una arruga en el tiempo. Se experimenta una representación de lo que no hemos vivido, pero que de manera mediatizada hemos convertido en un paraje atractivo, en un refugio del ahora.