Si no has dormido mucho la noche antes, la Guancha en Ponce a las siete y media de la mañana es una imagen brillante pero borrosa donde se mezclan el agua, las neveritas de playa, los equipos de snorkel, las familias, los corillos de amistades y el sol del sur que presagia el calor vehemente del medio día. Sin embargo, el “sacrificio” de estar allí en la madrugada no pesa cuando piensas en lo que te trajo hasta ese lugar: conocer de cerca el centro de recreación natural conocido popularmente como la Isla de Caja de Muerto.
A las ocho menos cuarto, el capitán dio permiso para comenzar a embarcar y a las ocho y media zarpamos. ¡El que no llegó, se quedó! La embarcación de la compañía Island Venture tiene una capacidad de más o menos cincuenta personas. Hace un viaje diario saliendo a las 8:30 a.m., regresando al puerto a eso de las 4:20 p.m. Esto significa que las personas que embarcan en la mañana serán los “dueños” de las aguas transparentes y el bosque seco de la pequeña isla sureña.
En el viaje de ida se destaca la cara de emoción de los viajeros. La tripulación se encarga de poner música movida como merengue, salsa y bachata, que surte el mismo efecto que una taza de café para muchas personas. El viaje es relativamente corto y apenas en 45 minutos ya se puede ver claramente la isla en forma de ataúd.
“¡Bienvenidos a la Reserva Natural Caja de Muerto!”, anunció el capitán, “Podrán disfrutar de la playa Pelícano premiada por el programa Blue Flag. También, pueden hacer la caminata al faro, aunque les sugiero que lo hagan en las horas de la mañana antes que se ponga muy caluroso el día. Es una caminata larga donde también podrán ver la cueva Almeida, más o menos a medio camino”, añadió.
Llegando a la isla, se puede apreciar la playa cristalina, las palmas de la costa, el verde y amarillo, color mostaza que caracteriza el árido sur de Puerto Rico. Tras atracar, algunos optan por obviar la caminata de una hora ida y vuelta y marchan directo a la playa donde se acomodan con sus neveritas y sillas de playa.
Los atrevidos que decidimos hacer la caminata hacia el faro encontramos una vereda de bosque seco, cuya gran parte de la vegetación se compone de cactus. A medida que uno se va adentrando en el camino, la flora se multiplica de manera escalonada y de repente uno se encuentra rodeado de quince pies de vegetación seca.
La advertencia del capitán se torna en un hecho más serio de lo que uno pensaría. Las temperaturas en las horas más calurosas (11:30 a.m. a 3:00 p.m.) llegan a superar los cien grados Fahrenheit lo que puede provocar deshidratación y desmayos, y si no tienes bloqueador solar puede que al día siguiente la pases sufriendo una fuerte insolación.
Como a quince minutos del puerto, se encuentra la cueva Almeida que se puede ver desde un pequeño mirador de madera que también sirve de zona de descanso. La cueva es relativamente pequeña y de uno querer entrar tiene que bordear el mirador por un camino rocoso.
Al llegar al faro es fácil reconocer su antigüedad y deterioro. En el frontón de la fachada se exhibe la fecha de su construcción: 1887. Según comentó el capitán de la embarcación, el interior del faro está en descomposición por lo que se prohíbe la entrada por cuestiones de seguridad.
Desde el mirador en la zona del faro, se puede ver ambas líneas costeras de la isla y el puerto a lo lejos. Además de ser una vista pintoresca, lo más impactante es ver la distancia recorrida desde la paya hasta el faro y lo que falta por recorrer.
Al regresar a la playa Pelícano, no viene mal acostarse en la arena con un galón de agua cerca. Apreciar la belleza transparente y sincera del agua te revive el ánimo y te motiva a investigar su naturaleza.
Si estás armado de careta y snorkel no puedes dudar en dar una vuelta subacuática. La realidad es que en la zona determinada como balneario no se puede apreciar mucha vida marítima. No obstante, debajo del muelle se puede encontrar una variedad de peces incluyendo la temible picúa.
“Esa picúa se pasa allá abajo. No le recomendamos a la gente que se meta a nadar ahí por que es un animal que está grande y da miedo. A veces la alimentamos con la comida que sobra del bote”, comentó el camarero de la barra de la embarcación.
A eso de las tres de la tarde, la tripulación va avisándole a los excursionistas que debemos regresar al bote y prepararnos para el viaje de vuelta. A pesar de que la música movida se mantiene encendida, el viaje de vuelta se caracteriza por las personas dormidas que se arriman a los asientos para cerrar los ojos mientras el movimiento del bote los mece.
De vuelta en la Guancha, los viajeros se despiden de la tripulación y muchos optan por alimentarse en los kioskos. Para los excursionistas, atrás se queda el disfrute caluroso, pero con ellos se quedan las fotos y la experiencia caribeña que es estar dentro de ese paraíso natural sureño.