6:23 a.m. “Increíble pero cierto, eligen a Donald Trump como presidente de los Estados Unidos de América”.
9:57 a.m. “No puedo parar de llorar”.
1:58 p.m. “La universidad está de luto. Lo puedo sentir en el campus entero. Qué sentimiento tan horrible”.
Ayer, narrativas y expresiones recopiladas desde el recinto riopedrense de la Universidad de Puerto Rico dieron cuenta de la pesadez, el luto y el dolor que cargó el día post elecciones. Pero los días, en vez de en horas, quizás debieran medirse en gestas.
Ayer una estudiante de maestría, futura trabajadora social, atendió a una joven víctima de abuso sexual, mientras el próximo presidente de los Estados Unidos transitó las calles acusado de ser un agresor sexual.
Ayer una profesora de Humanidades llegó al recinto hecha desasosiego, mientras que otra sirvió como terapeuta para quienes desde la mañana llegaron a los salones de clase hechos penumbra, incrédulos ante la victoria de un candidato que construyó su campaña política alrededor de ataques racistas, xenófobos y misóginos.
Ayer una estudiante de Drama narró con voz ahogada -en un salón de clase- las frustraciones que sintió cuando supo que Ricardo Rosselló ganó la gobernación de Puerto Rico, aun cuando se pronunció en contra de la validación de derechos humanos de tantos en el país.
Ayer una alumna de 21 años temió todo el día por el bienestar de su hermano puertorriqueño, quien reside en Chicago, y al filo de la noche ya había recibido tres amenazas de muerte por parte de su vecino.
Ayer el reloj avanzó -¿avanzó?- quebrado.
Ayer también es hoy.