A principios de junio, Diálogo publicó un reportaje sobre la Calle Loíza en Santurce, en el que detallamos la cantidad de nuevos negocios –en su mayoría propiedad de empresarios jóvenes– que están abriendo sus puertas a un público en búsqueda de una nueva oferta cultural.
La Calle Loíza alberga ahora espacios dedicados a la gastronomía vegetariana y a la repostería, es lugar de intercambio y adquisición de ropa vintage o de segunda mano e incluso casa para artistas de tatuajes. Pero este boom comercial no sólo ha visibilizado la calle, sino que ha resaltado su historia y la de su gente. Esa gente que habita el vecindario y le da vida a su vía principal, a los pequeños riachuelos de brea que la intersecan y, a su vez, la nutren de esquinas para explorar, amigos que visitar y, seamos honestos, estacionamiento gratis.
Ayer se celebró la segunda edición de la Fiesta de la Calle Loíza. Ni la tormenta Bertha ni el Chikungunya pudieron detener el junte; lo único que se podría considerar un obstáculo al goce era el calor caribeño de las dos de la tarde. Sin embargo, el que a estas alturas no sabe resolver eso buscando la sombra de los edificios, como hacen los mamíferos en el Serengueti, vistiendo con shores o falda y tomando cerveza o limonada, no sobrevivirá en nuestras ciudades.
Los organizadores, en toda su sabiduría urbana, cerraron la calle titular desde su intersección con la Avenida de Diego hasta la de la Calle Cordero para acoger los peatones y expulsar los vehículos. También, organizaron las carpas de vendedores y presentadores invitados en el medio de la vía, con mucho espacio entre una y la otra, de tal manera que se podía ver y caminar.
La Feria de Libros Independientes y Alternativos, localizada frente a la repostería Double Cake y la tienda de ropa Len.t.juela, fue la colección de carpas más concurrida, regresando a la Fiesta con productos e información de organizaciones puertorriqueñas como la editorial Atarraya Cartonera, el Festival de la Palabra, eltaller.de y artistas locales como Sergio Vázquez y nuestros amigos y colaboradores, Días Cómic.
En la Fiesta de la Calle Loíza había de todo para el que lo buscaba, te podías hacer miembro del Museo de Arte de Puerto Rico, descansar con una hookah en el Monticello Smoke Shop o comprar bisuterías artesanales y chequeres al aire libre.
Toda la tarde la música se derramaba a borbotones en cada esquina, y eso no es exageración poética. En Cinema Paradiso había pleneras y bailarines de bomba. Dentro del Israel Mini Market la clientela regular disfrutaba de un karaoke con boleros del pasado y la mujer de fuego. Hasta al frente de la interminable fila de la ATH se gozaba de la música que salía del potente sistema estéreo montado en la bicicleta de un gestor cultural freelance de la salsa.
En la vitrina de Electroshock, DJ Payola y Jean Nada proveyeron rock, indie y electropop, tú sabes, “para los jóvenes”. Entre tanto ruido y jolgorio, se podía apreciar cómo el recorrido histórico de la Calle Loíza salió a la hora pautada. Los guías del recorrido, el profesor Lester Nurse y Orville Miller, lucían inspirados a pesar de que tenían que desgañitarse para que la masa de interesados que los rodeaban pudieran escuchar.
Cuando el equipo de Diálogo emprendió la búsqueda de dónde cenar, cansados de sudar y saludar, todavía quedaban las actividades nocturnas de la tarima principal por disfrutar. El gentío era variado y, como en las demás fiestas públicas del País, cambia cuando llega la noche. Espero que el concierto no haya dejado rastros San Sebastianescos, aunque sean un poco inevitables y hasta bienvenidos. En una pasada entrevista con Diálogo, Mariana Reyes Angleró, vecina de la Loíza y organizadora de la actividad, expresó el objetivo principal de la Fiesta: atraer nuevas visitas al área para presentar todo lo que la Calle ofrece. En ese sentido, la Fiesta de la Calle Loíza fue todo un éxito y, si los invitados nos portamos bien, ojalá que nos inviten otra vez.