Dicen que los mejores poemas dibujan la memoria. Y hay letras que, aun cuando se leen en voz muy baja, retumban. Quizá por eso no debiera resultar extraño que el pasado viernes la propuesta Noche Deliciosa: Baudelaire in a Box colmara la Sala Carlos Marichal del Centro de Bellas Artes Luis A. Ferré con pinturas y poesía musicalizada a partir del repertorio poético de Charles Baudelaire.
En el fondo, dos lienzos acompañaron las voces de Javier Carballido, Joseph Ojeda, Katira María, Lizbeth Román y Maximiliano Rivas mientras entonaron un total de 14 poemas en el espacio ambientado como una sala de corte francés. Christian Galán llevó al poeta en la guitarra clásica, Efraín Martínez en la batería, Josué Deprat en el bajo y en la guitarra electrónica, y Maximiliano Rivas en el saxofón, así como en flautas y aerófonos.
Mientras, dos manos asomadas giraron las manecillas de la plataforma que sostuvo los dos canvas en movimiento. Durante cada intervención musical llegaron pinturas creadas por Dave Buchen a los retazos blancos, todas creadas para entablar conversación con las lírica entonadas.
Ya van 10 años desde que a Buchen se le ocurriera presentar a través de música e imágenes una selección de poemas de la colección baudelariana “Las flores del mal”. En ese entonces, preparó junto a varios cónclaves cinco poemas sobre amor eterno, sin certeza exacta de la eternidad de la iniciativa. Una década ya transcurrió, y si bien sería incierto determinar con exactitud la longevidad futura del proyecto, más de 100 canciones musicalizadas dan cuenta de que aquel primer esfuerzo creativo no fue efímero, sino que sigue revoloteando el aire alrededor de cada presentación.
En el enmarque del Programa de Residencias Artísticas del Centro de Bellas Artes en Santurce, sobre una alfombra de terciopelo, una lámpara erguida en un recoveco del espacio y dos pequeñas mesas de tocador, comenzó la velada que hizo de la sala experimental una muestra de la interdisciplinaridad que hace del arte un gran todo.
El primer poema llegó en la voz de Lizbeth Román, uno de los claros aciertos de la noche. Interpretó “Yo te adoro”, “Perfume exótico” y “Crepúsculo vespertino” con su potente voz y un coqueto performance bien recibido por parte de la audiencia. Desde las hileras del público, aunque con múltiples filas vacías, los presentes escucharon atentos cómo cada tonada de Román -tanto en voz como en guitarra- inundó la sala de una intensidad puntual, cual bien lograda gesta literaria.
Otra de las favoritas de la noche lo fue Katira María, quien entonó “La serpiente que danza”, “Tristezas de la luna” y “Abel y Caín”, siendo esta última una de las más aplaudidas. Por su parte, Javier Carballido llevó en su voz y manos “Correspondencias”, “Canción de otoño” y “La muerte de los artistas”, mientras que Joseph Ojeda hizo lo propio con “Un grabado fantástico”, “El gato” y “Cielo encapotado”.
Maximiliano Rivas, por otro lado, cantó “Mujeres condenadas”, y clausuró la noche con “Emborráchense”. Justo entonces un hombre llegó al espacio con una bandera en mano. En sus pedazos de tela, distintas imágenes: dos rostros unidos en un beso, una anciana con espejuelos pintados de colores vibrantes, la coraza de un libro, una galaxia, un cuerpo engabanado con las manos abiertas, en libertad, abrazándola o intentando alcanzarla, quién sabe.
“Hay que emborracharse para no ser esclavo”, repitió Rivas, mientras al fondo los dos canvas que comenzaron a rodar desde que dio inicio la función en ese momento se detuvieron.
Antes del detente, hubo sobre sus superficies trazos continuos, ojos entristecidos, curiosos, almendrados, miradas incisivas, rostros reflexivos, cuerpos flotantes a la luz de la luna, corporeidades de espalda al mar, más. A veces al unísono, a veces no. A veces en concreto diálogo con las líricas, otras no. Hubo espacio para la abstracción. Hubo diálogo entre formas del contenido.
Hubo, desde y por Baudelaire, un todo literario. En un mismo espacio, sí, pero no en una estructura cerrada, ni mucho menos guardada. Porque la poesía, al igual que la música, la literatura, la vida misma, no cabe en una caja. La trasciende.