La policía francesa ejecutó el viernes, a eso de las 5:00 p.m., a Chérif y Said Kouachi, de 34 y 32 años, en medio de un operativo para liberar al único rehén que los extremistas islámicos franceses de ascendencia argelina había secuestrado en una imprenta en Dammartin-en-Goële, al noreste de París, donde se ocultaban.
De esta manera culmina la tensión que se vivía en Francia desde el miércoles, cuando los hermanos Kouachi entraron vestidos de negro, enmascarados y portando fusiles de asalto a la sede del semanario satírico Charlie Hebdo en París, y por unos diez minutos dispararon metódicamente contra la redacción para luego irse a la fuga, dejando a 12 muertos y 11 heridos.
A primera vista, podemos estar de acuerdo en que el asesinato de ocho periodistas satíricos, junto a dos policías -de los que, irónicamente, uno era musulmán- y dos asistentes administrativos no tiene posibilidad alguna de justificación, y que la libertad de prensa y de expresión, características de las sociedades democráticas, se deben defender hasta las últimas consecuencias.
Pero a un nivel macro, el ataque a la redacción de Charlie Hebdo ha propiciado, una vez más, un debate respecto a las fronteras de la libertad de expresión y los límites de la sátira. ¿Hasta dónde llega la sátira? ¿Cuándo la sátira deviene en xenofobia, en racismo, en falta de respeto, como se ha acusado? Al mismo tiempo, ¿cómo evitar caer en el discurso de decir “ellos se lo buscaron”?
Definiendo lo satírico
La Real Academia Española define la sátira como una “composición poética u otro escrito cuyo objeto es censurar acremente o poner en ridículo a alguien o algo”. También, como un “discurso o dicho agudo, picante y mordaz, dirigido a este mismo fin”.
Pero los franceses le tienen a la sátira otro nombre más a tono con su cultura: “gouaille”. El guoaille francés no busca destacar una postura o burlarse de un partido político en beneficio de otro, sino que se dirige contra la autoridad en general, contra las jerarquías y contra la presunción de que un individuo o grupo tiene la posesión exclusiva de la verdad. En esta línea era que militaba Charlie Hebdo.
Según Lourdes Lugo, profesora de periodismo en la Escuela de Comunicación del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico, la sátira debe mover a la risa de alguna una forma, pero además, debe llevar a un pensamiento más profundo. Añadió que su función en la prensa es resaltar, a través del humor, las diferencias e incluso, las mismas deficiencias de ciertos sectores generalmente de poder como los religiosos, los económicos y los políticos.
“(La sátira) debe tomar un elemento pequeño que represente algo más grande, porque solo es una imagen. Cuando vemos las caricaturas que hizo esta revista, vemos que algunas veces eran fuertes y algunos podrían decir que habría que tener cuidado porque podría verse como mofa, pero siempre había una intención de llevar algo más profundo de lo que parecía evidente. Así que a lo mejor no nos puede gustar lo que la gente diga, a lo mejor no nos puede gustar lo que la gente expresa, pero es mejor que la gente tenga la oportunidad de expresarse, y nosotros tener el espacio después para criticar y para señalar eso que no nos parece adecuado”, expresó Lugo.
“Lo importante es si utilizaron los criterios, los elementos para hacer sátira, y ellos (la revista) lo utilizaron, estemos de acuerdo o no en como lo hicieron, pero siempre jugando con el humor para hacer pensar al público”, expuso la profesora.
El atentado como un continuo de la misma crítica
Lugo señaló cómo el atentado a la publicación es escenario de un desfase entre quién anuncia (o en este caso, critica) y quien reacciona a esa crítica, que termina siendo, al mismo tiempo, evidencia de lo criticado.
Dicho de otro modo, ocurre un desfase entre el discurso de un medio de comunicación, representado mediante la sátira, y el discurso de respuesta de un grupo extremista, representado en el acto político del atentado terrorista.
“Había un deseo de suprimir, de censurar ciertas formas con las que un sector no estaba de acuerdo. A modo de ejemplo, estoy segura que hubiesen podido reaccionar a través de otro medio de comunicación, en contra de esas caricaturas o de ese trabajo gráfico. Pero no: hay un desfase en los niveles de acción y reacción que a todas luces pone en evidencia precisamente lo que criticaba la revista: el extremismo”, teorizó la catedrática.
Los espacios de expresión como espacios de democracia
Para Lugo, el debate sobre la libertad de expresión y de prensa opera en dos niveles: por un lado, el garantizar precisamente esas libertades, y por el otro, el estar de acuerdo o no con lo que se dice.
“La democracia se fundamenta en la libertad de expresión y de una prensa libre que pueda divulgar diferentes perspectivas, incluso perspectivas que se oponen a los sectores de poder. En el momento en que tú censuras esa parte, estamos haciéndole un flaco servicio a la democracia”, manifestó.
“Entonces, nos guste o no, lo que se publica es mejor: estamos más a la segura defendiendo que se publique cualquier cosa a que escojamos lo que se publica, aunque uno no siempre esté de acuerdo, porque entonces se publica todo y después la misma esfera pública se encarga de cancelar o abrir el debate de otras formas”, agregó.
“Debemos tener el acceso a poder criticar a los medios, y estar en desacuerdo e incluso cuestionar la lógica editorial que primó y que llevó a que se publicara x o y cosa. Pero llegar a decir que no se publique, tampoco es”, puntualizó la profesora.