Cada vez es más frecuente conocer personas que padecen de enfermedades crónicas. ¿Pero qué son y qué implican estas condiciones?
Las enfermedades crónicas son un conjunto de condiciones que demoran un tiempo prolongado en desarrollarse. Generalmente, permanecen con nosotros por mucho tiempo, de ahí lo crónico, tienden a agravarse con el tiempo y rara vez se curan.
Y ¡ya! No se curan. ¿No hay nada que hacer? ¿Nos vamos a quedar de brazos cruzados? Nuestra expectativa de vida ha aumentado enormemente en el último siglo. Esto significa que una vez que desarrollemos una enfermedad crónica, nos acompañará por muchos, muchos, años. Pero no, no nos tenemos que quedar de brazos cruzados. Aunque las enfermedades crónicas no se curan, muchas pueden controlarse.
Según reportes del Departamento de Salud de Puerto Rico del 2014, un gran número de personas sufre y muere de enfermedades crónicas. Figuran entre ellas las enfermedades cardiovasculares, cáncer, diabetes, asma, artritis, y el Alzheimer.
El que desarrollemos o no una condición crónica depende, en parte, del mensaje que venga escrito biológicamente en nuestros genes. Pero también depende de nuestras conductas, o sea, tenemos injerencia en el tema, podemos “opinar”. Algunas de las enfermedades se pueden evitar si tenemos hábitos saludables, ya que se asocian directamente a nuestros estilos de vida. Algunas no se pueden evitar en absoluto, pero se puede disminuir su severidad (morbilidad).
Por ejemplo, sabemos que la diabetes se asocia con el exceso de peso, y actualmente hay una epidemia de obesidad en la Isla. También sabemos que el tabaquismo es causa de enfermedades pulmonares crónicas, enfermedades cardiovasculares y varios tipos de cáncer.
Una dieta escasa en frutas y hortalizas no nos brinda aquellos nutrientes que nos pueden proteger de diferentes tipos de malignidades, mientras que nos predispone a otros que se asocian con una alta ingesta de conservantes, sal, proteínas animales y grasas. Las meriendas comerciales, las conservas, las comidas enlatadas, todas son ricas en sal y facilitan el desarrollo y la persistencia de alta presión sanguínea (hipertensión arterial). Y si a todo esto le sumamos la cruz de nuestra vida moderna, el sedentarismo, la receta está completa para el desarrollo de una enfermedad o condición crónica.
La tecnología nos permite realizar cada vez más cosas con menor esfuerzo físico y con mayor comodidad. Dos generaciones atrás los niños caminaban a la escuela porque les quedaba cerca; se caminaba a hacer las compras del mercado; las familias salían de excursión con alguna frecuencia a pasar un día de juego al aire libre. La vida pasaba con cierta calma.
Hoy estamos ajorados; vivimos lejos del trabajo y de la escuela, por lo que vamos en carro. Son más frecuentes las salidas al centro comercial que al Morro a volar chiringa. Estas circunstancias se deben a las interacciones de diversos factores sociales y económicos, no solo los avances tecnológicos. Pero sean las razones que sean, este ritmo acelerado que vivimos hoy tiene su costo: nuestra salud.
El carro, la televisión, la computadora, los video-juegos, al aire acondicionado, los elevadores, la comida chatarra, el costo y falta de acceso a frutas y hortalizas, todos estos le dan una mano a nuestra predisposición biológica. El sedentarismo, el exceso de sal en la comida, la falta de fibra y nutrientes protectores de una dieta saludable contribuyen en gran medida a que nosotros padezcamos, a la larga o la corta, de enfermedades crónicas que nos quitarán el ritmo a nuestra calidad de vida.
No podemos cambiar nuestro perfil genético, pero si podemos tomar control de los otros factores condicionantes, facilitadores. Podemos elegir no fumar, por ejemplo. Podemos decidir salir a caminar: al aire libre o en un gimnasio o en un centro comercial, 30 minutos la mayoría de los días de la semana. Podemos elegir dejar de lado los chips y chocolates en la caja registradora del supermercado y si escogemos una manzana o una china para “matar” el picor del hambre que nos da mientras hacemos la fila, mejor aún. Acompañemos el churrasco con hortalizas y legumbres frescas (o frizadas) en vez de frituras y arroz. Una fruta (o dos) constituye una excelente merienda.
En general, los hábitos, buenos y malos, tanto de comer, como de jugar y de ejercitarse, se aprenden desde chico, en la casa, en el seno de la familia. Las buenas costumbres y estilos de vida son más difíciles de inculcar y mantener ante la complejidad de la vida moderna: llevan más tiempo y esfuerzo. Pero este costo vale la pena, ya que reducirán la posibilidad de que engordemos mucho, que nos suba la presión, que nos falte el aire y no podamos respirar. Los buenos hábitos hoy facilitan una mejor salud mañana.