El desorden de estrés post traumático (PTSD, por sus siglas en inglés) es descrito como un problema de salud mental que desarrollan algunas personas que han pasado por un desastre, un evento dañino o catastrófico. Se caracteriza por aumento en la ansiedad, depresión, tendencias suicidas, dificultad para enfocarse y sensación de pérdida.
La revisión de literatura sobre la reacción de los niños ante un desastre natural revela que, en su gran mayoría, llegan eventualmente a manejar y superar el trauma inicial. Diversos estudios realizados con niños sobrevivientes de desastres naturales, como los huracanes Katrina, Andrew y Hugo, o el terremoto de Atenas y los fuegos forestales en Australia, señalan a unas variables específicas que facilitan el ajuste y les permite evitar desarrollar problemas de salud mental futuros asociados al evento. Tales variables son: pérdida personal, separación de sus padres y de la comunidad y nivel de apoyo de la comunidad.
En cuanto a la pérdida personal, no solo se refiere a daños o pérdida de su vivienda o un ser querido (ambas pérdidas son traumáticas a cualquier edad), sino a perder sus juguetes, su ropa y otras pertenencias. Esto es algo muy difícil de manejar para un niño. Si a estas pérdidas se añaden la pérdida de trabajo de los padres, el panorama se complica.
Otra variable, señalada como la más determinante o adversa, es la separación de los padres. Muchos padres, con la mejor de las intenciones de aliviar los efectos secundarios tras un desastre, envían a sus hijos con familiares o amigos fuera del hogar o del país sin darse cuenta de que estarán contribuyendo con esa decisión a que el estrés sea más agudo, más prolongado e impacte el futuro emocional de los niños.
Un estudio desarrollado en Australia encontró que los niños que fueron separados de sus padres y madres, que buscaban protegerlos de unos fuegos forestales fuera de control, estaban en mayor riesgo de sufrir de una preocupación sobre lo esperado por desastres a largo término.
Se encontró que factores como la separación de los padres y madres, los cambios en el funcionamiento de la familia, así como la constante preocupación de los padres con relación a este tipo de el evento, están estadísticamente asociado con el estrés post traumático en los niños. Dos años luego del desastre en Australia se reportó que el predictor más significativo de la presencia de estrés en niños fue la separación de los padres, más que ninguna otra variable.
Los mismos hallazgos sobre esta condición fueron reportados luego del paso del huracán Katrina. Los niños que estaban separados de sus padres experimentaron un aumento en los síntomas de estrés post trauma.
La separación de los padres y madres durante y luego de un desastre natural se considera muy traumático porque es a través de ellos que los niños pueden recibir el apoyo emocional y el sentido de estabilidad que les permite sobreponerse al mismo.
El apego de los niños va más allá de sus padres y madres como figuras que le dan una sensación de seguridad e identidad, sino que también los niños que son desplazados rompen vínculos emocionales con la comunidad, con su hogar, con su escuela.
Se ha encontrado, además, que la escuela juega un papel importante en la capacidad de los niños para superar el trauma. Investigadores de este tema indican que la escuela les provee la estabilidad, el regreso a la rutina antes del desastre, la posibilidad de compartir experiencias y el apoyo y entorno para desarrollar empatía y resiliencia colectiva.
Sin embargo, si los niños son reubicados en otra escuela fuera de su comunidad, o en otro país, no tendrán el beneficio que la escuela provee como agente de apoyo y estabilizador. Para desarrollar resiliencia, se ha reportado que, en momentos de desastres, el apoyo de los padres y de la comunidad son esenciales para disminuir el riesgo de alteraciones en la salud mental.
Estudios también reportan que eventos traumáticos durante la infancia pueden causar en el futuro problemas con substancias controladas, desórdenes de ansiedad, depresión, pensamientos suicidas, sensación de abandono, inseguridad, y obesidad.
En su mayoría, la percepción de los niños luego de un desastre natural, la sensación de pérdida, de peligro, de interrupción de la cotidianidad, o el estrés post trauma, puede extenderse hasta tres meses luego del evento, sin embargo, la ausencia de las variables anteriores puede prolongar los efectos emocionales aún más e impactar la vida adulta.
Estos datos son muy valiosos y deben tomarse en cuenta ante el panorama que están viviendo muchos de nuestros niños los cuales están sufriendo la pérdida de sus hogares y han permanecido por un tiempo prolongado en un refugio, o han sido enviados fuera del país. Estas variables van a afectar la posibilidad de que puedan lidiar adecuadamente con el estrés natural ocasionado por el huracán María.
Nuestros niños están pasando por momentos emocionales difíciles y es nuestra responsabilidad estar conscientes de los mismos para poder atenderlos lo más pronto posible y de la forma más adecuada.
Es más importante salvaguardar la salud mental de nuestros niños que querer librarlos de las penurias que estamos sufriendo colectivamente como secuela del paso de un huracán. A la larga, de eso se trata la vida, de caernos y levantarnos, de vencer obstáculos con firmeza, de ser solidarios, de enfocarnos en lo esencial: la unión familiar y la unión como país.