Por su propia naturaleza, las decisiones con respecto a las candidaturas independientes son tomadas por un pequeño grupo o un individuo con poca o ninguna discusión. Es muy difícil argumentar que este tipo de candidatura toma en cuenta a un amplio sector para tomar decisiones ya que, de ser así, no sería una candidatura independiente.
Así las cosas, podemos resumir que en ambos (las organizaciones políticas tradicionales y los independientes), las decisiones las toma un pequeño grupo. En los partidos, este pequeño grupo debe tomar en cuenta gran parte de su base mientras que en las candidaturas independientes se toma en cuenta solo a un grupo pequeño de trabajo o la decisión de una persona.
Al igual que el partido, la candidatura independiente puede argumentar: “¡Las decisiones de mi programa de gobierno son producto de un gran recorrido por todo el país!”. Sin embargo, queda claro que para aspirar a escuchar las quejas de todo el país y conocer a profundidad sus inquietudes, la candidatura independiente está en desventaja porque cuenta con menos recursos. Esto nos lleva a la primera similitud: Tanto el partido como la candidatura independiente deben tener un programa de gobierno. Sin propuestas, no habría razón para su existencia; hace inviable la candidatura y la campaña.
En resumen, algunas de las diferencias entre las candidaturas independientes y los partidos políticos son que las primeras tienen: menor grupo de personas; menor financiamiento y por tanto menos recursos; y un proceso de toma de decisiones menos discutido y por tanto menos elaborado. Estas diferencias son de cantidad y no de la cualidad. Las similitudes estribarían en que un pequeño grupo decide lo importante; tienen una plataforma, una ideología o un proyecto y cuentan con una lógica muy similar, son grupos o individuos que aspiran a puestos públicos para impulsar proyectos con alcance regional o nacional. A pesar de que estas diferencias ponen en desventaja a las candidaturas independientes frente a los partidos, las semejanzas nos señalan que las candidaturas independientes son como pequeños partidos. Incluso, las diferencias se pueden percibir como desventajas de las candidaturas independientes.
Las candidaturas con mayor posibilidad de éxito y con una organización un tanto distinta son las que provienen de comunidades o grupos civiles organizados, que cuentan con recursos y reconocimiento nacional o regional. Pueden tener una mayor posibilidad de éxito en la legislatura y tienden a impulsar, como proyecto, los intereses de la comunidad o el grupo que representan como podría ser el caso del doctor José A. Vargas Vidot. Una candidatura independiente con estas cualidades sería saludable en cualquier sistema político.
Ahora bien, si tomamos en cuenta candidaturas de otra índole, podemos augurar que tienen posibilidades escasas de ganar y que su organización sólo se diferencia en número de los partidos. Ahora bien, supongamos que la candidatura independiente tiene éxito y llega al poder. ¿Cuál será la diferencia entre los miembros de partidos y los que logran un escaño o la gobernación como candidatura independiente? Cualquiera diría que la candidatura independiente tendrá una mayor independencia de criterio, a diferencia del miembro del partido. Asimismo, podríamos deducir que la candidatura independiente tendrá un menor éxito en gestionar política pública.
En cierto modo, si este candidato quisiera que sus propuestas se convirtieran en ley tendría que aliarse a un partido o llegar a acuerdos con los miembros de diversos partidos. Si una candidatura independiente quiere tener éxito en su gestión debe comportarse como el miembro de un partido político (“La agenda pendiente de la Cámara de Diputados: Contextos y Propuestas para una Agenda de Reforma Electoral en México” UAM, Senado de la República, México, 2003). Tendrá que tornarse en un individuo que necesita persuadir a los otros legisladores por los medios tradicionales, que pueden ser legales o ilegales. Nada de esto lo diferenciaría de los demás miembros de los partidos en la Legislatura, así sean todos los miembros de la Legislatura candidatos independientes. La toma de decisiones siempre requiere de un proceso de negociación que se espera sea legítimo. De otra forma, el candidato independiente sería un individuo que no puede adelantar su agenda. En este sentido los partidos, al tener base de apoyo, no importa que sean minoritarios tienen más posibilidades de influir en la toma de decisiones, pero un legislador sin grupo de apoyo estaría muy limitado a influenciar la agenda.
Digamos que a un nivel moderado las candidaturas independientes pueden ser muy convenientes siempre que se proliferen en el campo del interés de una comunidad o un grupo social marginado. Ahora bien, si estas candidaturas se convierten en permanentes, se proliferan alrededor de todo el país y comienzan a fortalecer los lazos y las estructuras, no sería extraño señalar que se han convertido en partidos políticos o que su evolución va en esa dirección.
De por sí, la candidatura independiente no es muy distinta a los partidos, y de lograr éxito y querer permanencia se convertirá (llámese o no partido) en un grupo de individuos con intereses políticos. Por esto las candidaturas independientes no se presentan como un sustituto a los partidos políticos modernos. Pueden ser un paliativo a temas regionales, de comunidad, o de coyuntura que quieran llevarse a la Legislatura. Al día de hoy, no se han encontrado alternativas o reformas que puedan compensar de manera efectiva el desencanto con los partidos políticos. Por su puesto, cada país tendrá soluciones particulares.
En Puerto Rico es evidente el descontento hacia los partidos políticos mayoritarios. Desde la década de los 90’ hasta hoy, la tasa de participación electoral ha ido en declive. Debemos contemplar el descontento hacia los partidos como uno relacionado con el sistema electoral y el bipartidismo que este mantiene. La tendencia al abstencionismo ha afectado particularmente al Partido Popular Democrático. Las minorías, al contrario, se han proliferado en nuevos partidos y el Partido Independentista Puertorriqueño continúa siendo la tercera fuerza electoral. Aún así, ninguna minoría ha logrado la inscripción o una representación legislativa considerable o equiparable a su base de apoyo.
El aumento en abstencionismo, las disminuciones consecutivas en los márgenes de victoria del PPD frente al aumento en los márgenes de ganancia del Partido Nuevo Progresista, la aparición de partidos minoritarios más alejados de la derecha ideológica y, la preservación de un partido independentista, aún sin quedar inscritos, sugieren que necesitamos en parte una mayor presencia de los partidos de minoría. El espectro ideológico de izquierda no encuentra su espacio en el bipartidismo y el sistema electoral cohíbe su formación, representación legislativa y, por tanto, crecimiento.
La evidente antipatía y desconfianza hacia los partidos no parece ser una generalizada a todos los partidos. El problema reside más bien en la necesidad de que otros promuevan políticas públicas distintas, menos conservadoras. No obstante, los partidos minoritarios no han sido acogidos en el sistema político a pesar de que sus propuestas resuenan cada vez más como posibles soluciones a las problemáticas del país. Entre estas se encuentran los impuestos a las multinacionales en conjunto con una reforma contributiva más equitativa, legalización, medicalización o despenalización de las droga, normas no androcéntricas, propuestas no punitivas hacia el problema de la criminalidad, mejoramiento general de condiciones laborales, y Asamblea Constitucional de Status, etc. Aunque los partidos de minoría cuentan con similitudes y diferencias sus parecidos son mucho más claros. Las candidaturas independientes no nos muestran una salida real al problema de la antipatía de los partidos y cualquiera de estas propuestas solo puede ser impulsada en equipo y con un gran proyecto transformador.
Una reforma electoral que promueva una mayor representatividad de las minorías en la legislatura puede resultar en un avance importante hacia la dirección correcta. Si se lograra, no solo será posible la discusión de un mayor número de políticas transformadoras sino que las minorías se convertirán en una alternativa para votar, ya que el voto del elector podría convertirse en un escaño. Esta reforma puede contemplar una parte de las propuestas que tienen que ver con democracia directa pero, principalmente, debe enfocarse en aumentar la representación de las minorías en la legislatura y otorgarle más poder al elector sobre su papeleta.
El agobio del bipartidismo, la crisis económica y la emigración masiva provocada por ella, el debilitamiento acentuado del partido en el poder y el aumento de la tensión social, deberían acelerar los procesos de reformas institucionales. A pesar de este contexto, que en cualquier circunstancia produciría grandes reformas, no parece haber movimientos en esta dirección. Es lamentable no conocer a cabalidad lo que pasa por las mentes de quienes nos gobiernan.
Publicado originalmente en el semanario Claridad en tres partes el 9, 16 y 23 de junio de 2015. El autor es egresado del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Puerto Rico. Actualmente realiza el posgrado en Ciencias Políticas en la Universidad Autónoma Metropolitana en México.