Imagine Loíza.
Ahora, sume una librería, una biblioteca, una sala en la cual niños puedan jugar videojuegos y ver televisión en una pantalla de antena, un salón de reuniones para líderes comunitarios, un área acolchonada repleta de cojines para que chicos y chicas puedan, sin más, estar, y un huerto casero en el cual la tierra, más que suelo, sea recipiente de planetas en donde buscar pequeños duendes escondidos entre hojas de anamú.
Ninguno de estos espacios existe sobre concreto, pero cuando la líder comunitaria Marangel “Mara” Clemente López los describe, parecieran erguirse sobre lo que hasta hace semanas era una estructura abandonada, y en donde manos trabajan para habilitar lo que será Librería Loíza, un espacio cultural de encuentro comunitario.
Imaginar el proyecto
“Tengan cuidado, que aquí hay una pared”, dice su voz, y sus manos van a las hojas de cemento invisibles que ya, de tanto imaginar, parecieran comenzar a dividir el espacio de 60 x 25 pies ubicado en la carretera PR 187 a la altura del kilómetro 21.5.
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El espacio, que estuvo clausurado durante más de seis años, durante los próximos meses -cada vez más- parecerá una librería. (Ricardo Alcaraz/Diálogo)
Clemente López, de 49 años, trabaja traducciones legales, y fundó la organización sin fines de lucro La Cacica Cimarrona Education and Publishing Inc., entidad a nombre de la cual en el pasado septiembre compró el local clausurado por más de seis años.
“No queremos simplemente ser un centro cultural de bomba y plena, sino que queremos que cuando se vaya a buscar información sobre nuestra historia, puedan venir aquí”, vaticina, tras señalar que “nosotros tenemos mucha más historia, antes de que fuéramos esclavos”.
La gestora cultural se plantea el proyecto, además, como una especie de homenaje a la “cultura loiceña original”, esa cuyos trazos no solo llevan ritmos y movimientos en el aire, sino también páginas de historia en letras.
Un espacio para que los niños puedan querer ser niños
Históricamente, Loíza ha quedado subdividida en secciones territoriales. Cientos de sus habitantes no conviven entre sí, pero cuando Clemente López piensa en lo que proyecta ser Librería Loíza, encuentra en su espacio la posibilidad de comenzar a fraguar puentes que hilvanen su comunidad.
“Loíza está subdividido por sectores, una cosa terrible. Aquí, en términos de mapas, estamos en un corazón. Esperamos que los niños –como no les vamos a cobrar la entrada– puedan interactuar entre ellos”, apunta en tono de energía esperanzada, pues es la niñez uno de los lugares desde donde considera que pudiera comenzar a unificarse el municipio en donde reside.
La propulsora de este punto de encuentro cultural, por otro lado, considera que “en Loíza no hay un espacio para que los niños puedan querer ser niños. Hay espacios para que quieran ser adultos”, y a esto también responde esta propuesta, que representa para los más chicos la posibilidad de pensarse en un enmarque cónsono con las dimensiones de su edad.
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Justo frente al local, yace un lago que podría convertirse en el escenario de paseos en kayak para niños loiceños gracias a este proyecto comunitario. (Ricardo Alcaraz/Diálogo)
Del otro lado de la carretera en la cual queda insertada la casa que aspira a ser hogar de libros y pasos encontrados, yace un lago. Allí, entre hojas de almendro asomadas ante el agua -lo suficiente como para reflejarse en la superficie, pero suspendidos en el aire- espera organizar paseos en kayak para niños, una vez avance el proyecto.
Llegarían servicios a Loíza
Con la apertura de la librería, no solo llegarían a Loíza espacios de convergencia cultural y de entretenimiento, sino también servicios básicos y prácticos que escasean en el perímetro.
“Acá le vamos a ofrecer servicio de fotografía familiar. No hay un solo sitio en Loíza en donde los loiceños puedan sacarle fotos al pasaporte. El servicio de fotocopias es un servicio que escasea aquí. Tienen que ir hasta Canóvanas, hasta Río Grande”, explica la autora de la iniciativa, justo antes de tener que detenerse por un quiebre de voz.
“La verdadera moneda son los recursos humanos”
-¿Qué elementos concretos necesitan para continuar avanzando el proyecto?
– Brazos.
Desde que Clemente López adquirió la propiedad –incluso desde antes– comenzó a contactar colaboradores para que lo que antes fuera un “cash and carry” se convirtiera en la primera librería comunitaria en Loíza.
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Desde septiembre, vecinos llegan al local para habilitar lo que sería la primera librería comunitaria en Loíza. De izquierda a derecha, José Rodríguez Guzmán, Aida Guzmán Estavillo, Carmelo Santiago De Jesús y Marangel Clemente López, (Ricardo Alcaraz/Diálogo).
El residente loiceño Carmelo Santiago de Jesús, por ejemplo, fue una de las primeras personas en escuchar sobre el proyecto, y al pensar en el bienestar que un espacio de este índole podría tener en su comunidad, su mentón asiente un poco y sus ojos, achicados, se pierden en el terraplén que queda justo al frente del local.
Cuenta cómo, con la apertura de Librería Loíza, el espíritu de comunidad que vivencia cada domingo cuando sus vecinos se pasan platos de comida entre sí, podría expandirse hacia otras regiones de su pueblo, y sonríe un tanto.
Lo mismo le sucede a Aida Guzmán Estavillo, de 54 años, quien visita el espacio cada semana desde Río Piedras y, junto varios cuerpos más –el de José Rodríguez Guzmán, de 58 años y los de los hijos de Clemente López, Alaiyah Cristina Preston Clemente y Alvin Omar Preston Clemente de 16 y 13, por ejemplo– barre, limpia, recoge.
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Cuando el residente en Río Grande José Rodríguez Guzmán escuchó por primera vez la iniciativa, el primer verbo que arribó a su mente fue “ayudar”, recuerda. (Ricardo Alcaraz/Diálogo)
“El trabajo es para la comunidad, pero la ayuda puede venir de donde quiera. Yo sé que Mara tiene la energía y el empuje, los recursos se van buscando”, dice Guzmán Estavillo, quien, como otros voluntarios –Rafael Clemente, César Osorio, Rafael Rivera, Edith Verdejo, Carlos Cruz, Jorge Cepeda y otros– han sido piezas importantes para la jornada de preparación del espacio.
A Cepeda, Clemente López lo conoció varias semanas atrás, sin imaginar que encontraría en el guardia de seguridad del Instituto de Cultura Puertorriqueña a uno de los aliados que, en varias ocasiones, llegaría hasta Loíza para colaborar físicamente con el proyecto, compilar paletas de bolsas de basura, más.
“Un proyecto así se construye paso a paso. La verdadera moneda son los recursos humanos”, explica Clemente López, para quien tendríamos que repensar qué pedimos cuando nombramos la palabra ayuda. Y es que lo monetario colabora, posibilita, pero no construye locales. No remueve escombros.
Quizás por eso, cuando se le pregunta qué elementos concretos son esenciales para continuar el avance del proyecto, en lugar de cifras, habla sobre cuerpos.
Necesitan brazos
Necesitan, por ejemplo, que un perito electricista les geste una cotización para dotar el espacio de electricidad. También voluntarios que donen paletas de selladores de techo, voluntades que le ayuden a continuar habilitando el área en la cual, según proyecta su gestora principal, inaugurarán en marzo una sala comunitaria.
Hay movimientos que antes de ser ya son. Eso pasa acá. Eso hace la utopía imaginada. Desde el saque, entreteje voluntades. Por eso –y por más–, de nuevo, imagine Loíza.