En los últimos años, las grandes economías del planeta han comenzado a destinar recursos para el fomento de sus industrias culturales. De igual forma, importantes organismos internacionales han reconocido el impacto que el desarrollo de este sector puede tener en reducir la pobreza en las economías en desarrollo. ¿Qué son las industrias culturales? Según la UNESCO, éstas “representan sectores que conjugan creación, producción y comercialización de bienes y servicios basados en contenidos intangibles de carácter cultural, generalmente protegidos por el derecho de autor”. Partiendo de esta definicion, podemos enumerar sus principales sectores, que incluyen el editorial, audiovisual, fonográfico, mutimedios, artes visuales, escénicas y el turismo cultural. Estos sectores muy pocas veces son analizados desde el punto de vista económico, e inclusive, algunos prefieren evitarlo por miedo a que se afecte la integridad de la producción artística. Lo cierto es que la cultura es un elemento esencial en la vida de los seres humanos. Además, está directamente relacionado con la calidad de vida del País, algo que cada vez es un criterio más importante a la hora tomar decisiones sobre donde hacer inversión extranjera. Por cierto, el índice del “Mercer Human Resource Consulting” ubica a San Juan en la posición número 72 de 215 ciudades. ¿Acaso no es una industria con valor cultural, histórico, social, estético, espiritual, simbólico y económico la ideal para desarrollar? Mientras todo el tiempo somos capaces de identificar las deficiencias sociales y ambientales de las propuestas de desarrollo económico, muy pocas veces sabemos reconocer las oportunidades de las que carecen de estos “efectos secundarios”. Aún con la escacez de datos que existe, se estima que las industrias culturales aportan entre un 7 u 8 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) mundial, lo que parece ser relativamente alto si se compara con la poca inversión que recibe. Como es de imaginarse, a nivel político no existe mucha voluntad para establecer una política pública que promueva el desarrollo de esta industria. Entre los intentos aislados podemos mencionar la Ley num. 161 del 2004 conocida como la “Ley para la promoción y el Desarrollo de la Industria de las Comunicaciones y las Producciones Artísticas”. Esta ley ordenó la elaboración de un Plan Estratégico para el sector, pero según la Compañía de Comercio y Exportación, ya habían advertido que no contaban con los recursos para llevar a cabo el estudio, por lo tanto, no lo hicieron. Más allá de esto, seguimos navegando contra la corriente haciendo grandes recortes a los presupuestos de las pocas instituciones vinculadas a la actividad cultural, mientras que los recientes despidos en la televisora del estado demuestran que los planes son mantenernos en la dirección equivocada. Es preciso diseñar un plan a largo plazo que involucre a los distintos agentes de la industria. Fortalecer la educación artística en todas áreas y niveles. Proveer, junto a la empresa privada, la infraestructura de producción, difusión y promoción de la actividad cultural. Incentivar y fomentar la gestión empresarial cultural y el desarrollo de las industrias de apoyo. Y mientras las instituciones públicas cumplen con su misión de garantizar el acceso a la cultura, que no es otra cosa que un derecho de todos los seres humanos, los artistas tienen las responsabilidad de profesionalizar su trabajo y diseñar estrategias que fomenten la autogestión y una colaboración que redunde en una innovación constante. De esta forma, podremos comenzar a construir una industria cultural sólida, fundamentada en la accesibilidad, sostenibilidad, diversidad y competitividad. El autor del texto tiene un Bachillerato en Administración de Empresas con concentración en Mercadeo de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras