La presentación del libro “Yo quiero que me olviden: La historia de Marta Romero” es muy significativa para mí porque me lleva a exponer sobre una excelente biografía escrita por un amigo, condiscípulo de escuela superior en el Santurce de fines de la década del sesenta y quien fue, años después, colega mío en la docencia en la Universidad de Puerto Rico. No es la primera vez que presento un libro de una persona a la cual me unen lazos de afecto y respeto. Pero sí es la primera vez que presento un libro que, curiosamente, coincide de manera parcial con varios momentos importantes de mi propia vida: mi niñez en San Germán, pueblo de origen de mi padre; mi adolescencia en Santurce; mis veranos en Peñuelas, pueblo de mi madre y donde vi mucho cine mexicano, incluyendo Casa de mujeres; y mi etapa de estudiante universitario a principios de los setenta. De manera paralela a mi formación universitaria, la televisión puertorriqueña y el cine mexicano fueron una parte integral de mi vida y de mi formación cultural.
Leer esta biografía también ha sido evocar momentos privilegiados de mis primeras décadas. Aunque nunca tuve la oportunidad de conocer a Marta Romero, la recuerdo muy claramente desde mi infancia, cuando, recién mudados a San Germán, se trasladó el elenco de la película Ayer amargo a la Ciudad de las Lomas. Más allá de los gritos bastante antipáticos de Arturo Correa, quien nos imponía silencio a los niños averiguados que nos acercábamos al espacio del rodaje en varios momentos, todos sabíamos que por allí también se encontraba, en algún lugar, una actriz importante y hermosa que se llamaba Marta Romero. No la vi en esa ocasión, pero su presencia era unánime en el pueblo. El reto en la presentación de este libro consiste en que–muy a diferencia de lo que he aprendido en mi carrera como profesor de literatura y recientemente, como estudiante de historia–no puedo ni siquiera intentar fingir un desapego o un distanciamiento ante el tema de esta biografía. Quienes nacimos en los cincuenta y veíamos cine y televisión en Puerto Rico, también estamos entrelazados en la historia de este mito nacional.
Y es que uno de los muchos aciertos de Víctor Federico Torres en esta biografía de Marta Romero es el rescatar, a lo largo del tiempo, fragmentos de la historia puertorriqueña, no a partir de una visión macro como suele hacerlo la historiografía social, política o económica, sino privilegiando ese fragmento valioso que es la vida de una destacada actriz, cantante, militante política y predicadora religiosa. Sirviéndose de un instrumento metodológico más cercano a la historia de lo cotidiano—la historia oral—y de una paciente y cuidadosa recopilación e interpretación de documentos aparecidos en periódicos y revistas de Puerto Rico, México y Nueva York, Torres le da forma narrativa a la vida compleja de una mujer puertorriqueña de extracción obrera que se convirtió en una figura de gran renombre en el cine, la televisión y la radio de Puerto Rico y México.
El género de la biografía, que tendría que cultivarse más en nuestro país, puede ser de una gran riqueza. En otros momentos, estuvo muy cerca la historiografía, antes de que se produjera el divorcio entre la historiografía y la literatura o la ficción que promulgó, sobre todo, la escuela alemana de la Historia. Agnes Lugo Ortiz es autora de un espléndido libro acerca de las biografías en la coyuntura de las guerras de la independencia cubana que ilustra la riqueza de ese género. Tal vez por el predominio actual de otros formatos masivos de consumo inmediato en los que la vida ajena se ventila de manera fragmentaria, reductora y muchas veces con la finalidad de desvirtuarla o fusilarla, la biografía no se escribe con la frecuencia que se debería en nuestra sociedad.
El ejercicio paciente y creativo de Víctor Federico Torres encara el desafío de la complejidad de escribir una vida ajena. Acostumbrados como estamos a la comunicación rápida de los medios de comunicación y las redes sociales, pocas personas se plantean la posibilidad de rastrear una vida en toda su diversidad : anotar los éxitos, pero también los momentos de desaliento de una actriz que, pocos años después de haber llegado a la cumbre de su carrera, se encuentra con escasas oportunidades laborales, o acercarnos a la intimidad afectiva de una mujer que, luego de lograr el éxito profesional, ve que la estabilidad afectiva, de la cual había disfrutado en su vida, se tambalea y cae. Es mucho más fácil y expedito presentar los fragmentos noticiosos, muchas veces vertiginosamente redundantes, sobre la vestimenta osada de una actriz y cantante. Es el caso de los infinitos mensajes que circulan por la internet acerca de los trajes de Jennifer López, una mujer, sin duda, hermosa y talentosa. Pero ¿dónde radica la riqueza de esa vida? ¿Dónde está la complejidad existencial de los logros y los desaciertos, de las horas y los minutos de esa figura? ¿Cómo es su vida cotidiana, más allá de su vestimenta? La implacable velocidad posmoderna—en la que, en mayor o en menor grado, todas y todos estamos instalados y de la cual ya no hay marcha atrás—vuela por encima de esa complejidad humana y la evade.
En cambio, en el libro que hoy presentamos–hijo también, por cierto, de la tecnología posmoderna–el autor lleva a cabo un ejercicio paciente, cuidadoso y apasionado de reconstrucción e interpretación de uno de los mitos de la cultura moderna en Puerto Rico. Torres ha sabido detenerse a estudiar, con el rigor y la pasión que debe caracterizar los mejores procesos de investigación, la trayectoria vital de una hermosa y talentosa mujer que le brindó un gesto de cariño cuando él, en su niñez, era vecino de ella. El mito moderno es un terreno fértil para la imaginación individual y colectiva, y forma parte integral de los procesos de la vida cotidiana. Abordarlo es labor ardua que supone intentar entender a una figura a partir de su complejidad del diario vivir y también a través de sus logros y posibles fracasos proyectados en espacios de representación muy diversos como pueden ser las pantallas de cine y televisión, el teatro y la prédica religiosa. No se trata en este libro de borrar la complejidad de esa vida para entregar un cuadro idealizado o una deformación reductora. En varios momentos, el autor nos recuerda que el mito de Marta Romero transcurre en los momentos en que las mujeres de nuestro país tenían un acceso limitado a muchos espacios de la esfera pública, máxime si se trataba de una mujer de extracción popular. La trayectoria de las relaciones íntimas de esta actriz y cantante así lo indica. Con excepción de sus dos matrimonios de más tiempo, en los cuales recibió el respeto que se merecía, en sus otras relaciones no tuvo la misma suerte. También habría que pensar que la vida de Marta Romero coincidió con el remolino modernizador por el cual pasó nuestro país durante los años cincuenta y sesenta, y que Magali García Ramis ha sabido representar de manera magistral en su novela Felices días, tío Sergio. Ese remolino llevó a muchos jóvenes, como ella, a mudarse al área metropolitana en busca de mejores oportunidades de trabajo y también las y los llevó a explorar la compleja situación de vivir en la ciudad. Ese remolino les permitió una cierta apertura a las mujeres, pero no eliminó las dificultades y los escollos con los cuales se toparon.
En toda biografía cuidadosa se aúnan la exposición de datos y hechos documentados con pasajes claramente imaginativos o especulativos. Hay varios momentos en que Torres no puede evitar suponer las motivaciones que llevaron a Marta Romero a tomar ciertas decisiones, como tampoco renuncia a especular acerca de esas decisiones. En las biografías sobre los mitos modernos se cumple una observación que hace Roland Barthes en su libro Mitologías: se da la paradoja que consiste en que los detalles de la vida cotidiana, en lugar de hacer más clara y más cercana la vida de la figura, confirman la singularidad mítica de esa vida y su carácter enigmático. Y es que la reconstrucción de un mito moderno nunca puede ser un proceso totalizador, que se agote y en el cual se puedan exponer todos los detalles de esa vida: siempre habrá interrogantes, siempre habrá huecos que confirman la densidad mítica de esa vida. En lugar de articularse a partir de una distancia entre los seres humanos y las figuras míticas, como podía suceder en la época clásica, el mito moderno es parte de nuestra vida cotidiana y revela el carácter enigmático de nuestro diario vivir. La vida de lucha de esta actriz y cantante–que se caracterizó por la disciplina en su trabajo, y que desemboca en una transformación religiosa a mediados de la década del setenta que la lleva a abandonar la actividad artística–siempre retuvo su dimensión de enigma.
En mi adolescencia, tuve una experiencia que recuerda las acertadas observaciones de Barthes sobre los mitos modernos. Poco después de que ella alcanzara un éxito considerable en un festival mundial de la canción en Ciudad de México, coincidí, en el recetario de una farmacia de Santurce, con Lucecita Benítez, una figura mítica de mi juventud, quien estaba desprovista de maquillaje y muy afectada por el asma. De hecho, ambos estábamos afectados por el asma y ambos esperábamos que se nos despachara un remedio para nuestra dificultad respiratoria. Ese suceso cotidiano no agotó mi imaginación acerca de esta figura. Al contrario, comencé a imaginar cómo lidiaba con esa misma afección que me ha acompañado desde mi infancia.
A diferencia de Marta Romero, otras actrices hermosas y talentosas decidieron ocultar su rostro con el paso de los años: es el caso de Greta Garbo. Señala Barthes en el libro ya mencionado, que la Garbo, contrario a otras actrices, no le permitió ver la madurez de su belleza a la multitud que la admiraba. Marta Romero–igualmente mítica que la Garbo, igualmente hermosa y talentosa–no ocultó su rostro, pero evadió las múltiples invitaciones del autor de esta biografía para exponer ampliamente sobre su vida. Precisamente, ahí radica otro logro de este libro: a pesar de esa negativa y del recelo con el cual la actriz protegió la complejidad de su vida, Víctor Federico Torres nos entrega una biografía muy cuidadosamente construida en la cual se aborda la diversidad de esa vida, agraciadamente, sin el afán de agotarla.
El autor es miembro de la Academia Puertorriqueña de la Lengua, crítico literario y profesor de Literatura en el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico.