Antonio Skármeta tiene en su mirada el retrato de un golpe militar. Sus ojos, que son como dos rayitas, en cambio, inspiran la apacibilidad de una mañana y la sapiencia de quien ha vivido por doquier luego de un exilio. En su mano izquierda sostiene el café de las tres y con la derecha se ajusta los lentes. Y no pierde ocasión para expresar gratitud.
El escritor de la afamada novela Ardiente paciencia o El cartero de Neruda, con más arrugas que la última vez que visitó Puerto Rico, regresó para recibir uno de los más grandes reconocimientos que pudiera tener un artista, según él, un doctorado honoris causa de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras (UPR-RP). Y los premios para él son copiosos. Skármeta recibió en el 2014 el Premio Nacional de Literatura en Chile, así como galardones en Francia, Italia, Alemania, y otros tantos a lo largo de su extensa carrera. Por eso, los premios son una forma de adulación que agradece y aprecia.
“Los premios, muy en general, significan que un artista ha tenido una afinidad con el tiempo que le ha tocado vivir. Este doctorado me hace muy feliz por venir de una universidad que aprecio. Es un doctorado que tiene prestigio, lo han tenido colegas que admiro. Luego, el hecho de que es un premio que viene de una universidad me interesa porque yo he sido un universitario prácticamente toda mi vida”, dice al recordar sus años como docente en Alemania, en Estados Unidos y en Chile, desde luego.
A sus 75 años, mirando hacia atrás, Skármeta podría muy bien ser la definición de un trotamundos. Sin embargo, su condición de nómada no estuvo sujeta al placer, ni inspirada en la literatura de Julio Verne, sino en una búsqueda de libertad. Tras el golpe de estado al gobierno de Salvador Allende en Chile en septiembre de 1973, el escritor partió de su país.
“Describo el exilio como una experiencia traumática porque en el caso de mi país se rompieron las reglas del juego. A mí la democracia del país me permitió votar por un presidente por el cual voté, y luego tuve la espantosa experiencia de ver que este presidente era derrocado por gente por la cual yo no voté. Fue traumático que te cambien las reglas democráticas de la noche a la mañana. Es casi como que te cambia la vida”, cuenta con la rigidez que deja una dictadura militar en su gente desde el escafoides hasta las membranas más ocultas.
Sus 16 años de exilio los pasó en Europa. Corrió y atravesó distintas fronteras, buscando una libertad que le permitiera crear como quisiera, sin las condiciones y restricciones de un gobierno autoritario. Por eso que su más reciente publicación se llame Libertad de movimiento. El libro marca dos cosas: su primera publicación de relatos en mucho tiempo y una declaración personal que trae consigo el peso de un amor patrio a la distancia.
“Yo me moví de mi país porque quería ser libre. Es decir, yo no podía vivir en una dictadura. La literatura, la creación, no pueden vivir con sus expresiones limitadas, por lo tanto es natural que un artista busque un espacio de libertad”, explica. También, añade, hay una cuestión de lo que es el hombre contemporáneo, que es uno en movimiento y que puede estar en donde sea a la distancia de un clic o de una pasada de página. “Los libros míos han sido traducidos hasta en 30 idiomas. Esto significa que estás conectado, contactado y a veces visitando a públicos de idiomas muy diversos”, precisa con la satisfacción de alcanzar a tanta gente.
El también amigo de Neruda, confiesa no sentirse afín con la literatura caribeña, pero no por disgusto, sino porque “es muy sui generis”. “La literatura de esta zona del planeta tiene una elocuencia y una gracia irrepetible e intransmisible”, menciona. Por eso admira y respeta su sabor, pero no intenta emularla.
Contrario al ritmo caribeño, Skármeta en su natal Antofagasta, Chile, creció con la influencia del rock. Los Beatles, Los Rolling Stones, Elvis y muchos más marcaron su trabajo literario. Y él lo asume con naturalidad. “La energía y la creatividad del rock marcó toda mi adolescencia, toda mi juventud, y yo soy un hombre que no solo vive en la cultura y en la tradición, sino en la actualidad. En mi literatura hay dos fuentes que convergen: la veta cultural y la veta que podríamos llamar, la espontaneidad callejera. Yo creo que tal vez en mi literatura hay una síntesis, la búsqueda de un equilibrio entre esos dos factores: el culto y el popular”, arguye.
Un ejemplo de la música que permea en su obra son los acordes de Please, Mr. Postman en Ardiente paciencia y Lucy in the Sky with Diamonds de Los Beatles en el cuento El ciclista de San Cristóbal. El rock, considerado un instrumento subversivo para generaciones mayores a la del escritor, sirvió para embellecer y aproximar imágenes literarias a la cotidianidad de los chilenos.
No obstante, para Skármeta, quienes mejor supieron recoger el alma del pueblo chileno, fueron Pablo Neruda y Nicanor Parra. Dos figuras, no paralelas, distintas, pero universales. “Uno es un poeta admirable, genial, que conquistó con su obra el mundo, llegando a tener el premio más significativo que se da en la literatura, que es el Premio Nobel. Y el otro es un poeta que optó por un camino que es un camino antipoético, es decir, utilizar otro tipo de retórica que la que usó Neruda”, dice mientras la sonrisa casi le desaparece los ojos.
“La anti poesía”, añade, “es un tipo de obra de creación parca o nula en metáforas, de una ironía ríspida, seca, de un tono coloquial y, por lo tanto, hay una diferencia enorme entre los dos autores”, sostiene justificando que ambos con su elocuencia o su parquedad tienen un lugar muy suyo en la literatura chilena y latinoamericana.
Mas, si se habla de Skármeta, no se puede ignorar su afinidad con el poeta de Las alturas de Machu Picchu. Ese que, asegura, “está vivo en el corazón y en las lecturas de la gente en todo el mundo”. Él tuvo una relación estrecha con Neruda que lo llevó a escribir Ardiente paciencia, en un contexto político tenso y sufrido del pueblo chileno.
“Lo visité en su casa de la playa en algunas ocasiones, mantuvimos diálogos, enseñé su poesía en la universidad y así fue creciendo la idea de hacer una obra donde pusiera a Pablo Neruda, que es una gran personalidad de la cultura, frente a un hombre humilde que no viene del campo de la cultura, sino un simple trabajador, hijo de pescadores. Y como Neruda tenía simpatía hacia esta gente humilde, y esta gente humilde admiraba a Neruda, dije, ¿qué pasa si hago rozar, si froto, estas dos personalidades tan distintas?”, expone. Lo dice no sin antes aclarar que la historia toma lugar en un Chile en conflicto, un país cuya democracia se interrumpe por el golpe militar de un dictador cuyo nombre, para Skármeta, parece ser impronunciable en la conversación.
La historia, luego, se llevó al cine en dos ocasiones. Una versión dirigida por el mismo escritor (Ardiente paciencia, 1985), la otra (Il Postino, 1994) dirigida por Michael Radford y galardonada con un Oscar en cinco nominaciones. Y como si fuera poco, Il Postino gozó también de una adaptación a la ópera por Daniel Catán y dirigida por Plácido Domingo en el 2010. Desde entonces, Ardiente paciencia es sin más El cartero de Neruda.
Pero los proyectos de este chileno fueron aun más lejos. Durante 10 años moderó El Show de los libros en Chile, un programa de entrevistas a escritores, críticos, pero también de representaciones teatrales, con música y aspectos cinematográficos que lo hacían, según describe, “una obra de arte, no un producto sobre algo, sino algo en sí mismo”.
El espacio había comenzado como algo temporero y ocasional, pero se convirtió en una década entre 1992 y el 2002. El profesor, con orgullo, confiesa que es algo irrepetible y que se dio gracias al derrocamiento pacífico de la dictadura en el plebiscito de 1988. De lo contrario, una oferta así habría sido imposible en un Chile militarizado. Su iniciativa surgió cuando, a su regreso, halló un país “desculturizado y arrasado culturalmente”.
Por todo eso y más, al mirar por el espejo retrovisor, que en ocasiones coloca la vida, el autor piensa en Chile como un país que ha madurado a fuerza de sufrimientos y dolores causados por “unos chilenos osados y arrogantes que reprimieron y castigaron al Chile de los demócratas”.
“Yo creo que Chile es un país que tiene un ansia de más democracia, de más justicia y de menos contradicciones entre quienes tienen más y quienes tienen menos”, concluye.
Skármeta, libre en movimiento, sonríe para volver a ocultar sus ojos y vuelve a agradecer, más que el premio, la libertad que ha crecido aun con el dolor de un golpe.