Para algunos pacientes de diabetes su condición puede llegar a ser una lucha continua, pero la buena alimentación, la actividad física y el manejo adecuado de sus medicamentos son esenciales para llevar una vida balanceada. Este ha sido el caso de Sebastián Lugo Alvarado, estudiante del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico.
“Fue en la escuela elemental, estaba en segundo grado y tenía aproximadamente siete años”, expresó Sebastián Lugo, al recordar la primera vez que su familia le dijo que tenía diabetes.
“Mi papá también es diabético y fue diagnosticado cuando tenía 11 años. En su casa se enteraron porque comía en exceso. Se pasaba abriendo la nevera y necesitando ir al baño, entonces -como yo fui igual- se dieron cuenta”, soltó el estudiante de Recreación.
Sebastián siempre tuvo una vida bien activa en cuanto a ejercicios, por eso en un principio, a su familia no le había estado raro que siempre tuviera ganas de comer.
“Un día me hicieron una prueba y tenía la azúcar como en 700, eso fue lo que me dijeron”, sostuvo el joven universitario, quien -a sus siete años- intentó canalizar lo que le sucedió en ese momento.
El joven universitario entendió la seriedad de su condición cuando le comenzaron a hacer pruebas intravenosas. Con su familia se sentía tranquilo y todo era muy normal porque ya su papá tenía este antecedente. No obstante, Sebastián reconoce que, si se sale de la rutina diaria que su condición necesita, se siente mal. Aunque sea por el mínimo margen de error, su cuerpo comienza a sentirse mal.
“Si no me puse la insulina o se me olvidó, en media hora me sube la azúcar a 200, 300 o más”, manifestó Lugo al recordar que, aunque de niño tuvo un buen manejo de su condición, al entrar a la pubertad la azúcar se le comenzó a descontrolar.
Sebastián recuerda sus visitas al endocrinólogo, al igual que los ajustes que tuvo que hacer para controlar sus niveles de azúcar. Enfatiza en que su cuerpo ha sido bastante resistente, pero recuerda que, cuando en su adolescencia se acostaba a dormir pensando que todo estaba “normal”, de madrugada comenzaba a convulsar. Dormido y temblando se caía de la cama, asunto que en ocasiones terminaba en la pérdida de algunos dientes, golpes en su cabeza o con la visita de una ambulancia.
Con el tiempo este joven de 21 años aprendió a manejar la emergencia de su condición en un campamento para diabéticos. Comenzó a cuidar su alimentación y aunque ya no practica balompié en el equipo de los gallitos de la Universidad de Puerto Rico, ha continuado su actividad física y su dieta recomendada de 2,800 calorías. No obstante, reconoce que después del huracán María, las filas para conseguir sus medicamentos han sido extensas, por lo que en ocasiones esto le ha causado que le suba la azúcar.
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