El niño de los ojos de Carmen
“Señora, a veces la vida, nos lleva hasta la locura
y sólo nos salva el amor y el milagro, aunque algún pedazo
nos queda en la duda”.
“Señora”, Francisco Céspedes
Carmen aprieta los ojos cerrados para evitar que se le escape de la memoria el sonido tímido de la voz de su hijo. De sus labios nace una sonrisa cómplice y serena. Al abrir los ojos, Carmen despierta a la realidad. Se acomoda con delicadeza su pelo corto a la nuca y uno que otro mechón oscuro se desliza entre los cabellos blancos de su cabeza.
Su hijo mayor falleció hace 10 años, en el 1999, pero el tiempo no ha logrado que Carmen, de 50, deje de recordar con claridad la retraída risa que él tenía y lo apegado que era a ella. “Él siempre estaba conmigo. Yo no podía enseñar las llaves, porque ya él volaba y era el primero en prepararse para salir. Muchas veces me decía que no me iba a dejar, que se iba a quedar conmigo; que él no se iba a ir de mi casa, que si se casaba se iba a vivir allí con su esposa y que nunca nos iba a dejar solos a mi esposo y a mí”, rememora la madre de Bebé, como ella lo apodaba cariñosamente.
Mientras, se acomoda en el sofá de la sala de espera de la oficina de la doctora Carmen Parrilla, directora de un grupo de apoyo para personas que han perdido a sus familiares o amigos a causa del suicidio.
La dulce memoria de la sonrisa y las palabras de su hijo se torna amarga cuando se acuerda de la manera en que murió el único varón de su cría. Los recuerdos le hacen suspirar como quien busca fuerzas del aire para poder continuar un largo camino.
En un día de julio del año 2000, Carmen apenas llegaba a su hogar, luego de una jornada de trabajo como representante de farmacias, cuando se topó con la noticia de que su hija menor había encontrado a Bebé, de apenas 18 años, muerto en su habitación. El joven se había privado de la vida con la misma soga con la que su abuelo paterno se había suicidado. Desde ese entonces, él escondía el objeto que le privaría de la vida.
Contrario a su suegro, el hijo de Carmen no demostró nunca señales de desear suicidarse y mucho menos dejó una nota de despedida, lo que la encerró a ella en un túnel construido de interrogantes y las respuestas nunca llegaron para ella.
“‘¿Por qué?. ¿Por qué a mí? ¿Por qué él y no otros que están en malas cosas?’, son las preguntas que apenas aprende a dejar de hacerse. Si uno se esmera en buscar esa contestación no va a poder seguir adelante, porque…” – pausa y respira hondo, mientras su mirada se posa sobre su único nieto varón de ocho años, prole de su hija menor, que juega con su hermana mayor al escondite en la oficina-. “Es difícil buscarlo y encontrar el por qué. Cuando uno dice, ‘pues dejó una carta y ya tengo esa respuesta’, pero cuando no hay nada escrito tú te puedes imaginar 20 mil cosas. Inclusive, puedes echarte la culpa ti misma, sin tenerla, o echarle la culpa a otros”.
Sin entender lo que había provocado que Bebé se suicidara, Carmen procuró buscar las respuestas en los amigos de su hijo y sus familiares más cercanos. Su búsqueda dio al traste con los reportes de prensa que aseguraban que él lo había hecho por tener deudas con drogas. Estas noticias no cabía en la realidad que ella conocía de Bebé: “un niño sano, que no tenía malicia, y al que todos en la comunidad respetaban y querían”.
“Todo el mundo era adoración con él, no era un muchacho malcriado ni estaba en vicios ni nada. Siempre estuvo activo, se veía alegre, jugaba baloncesto con los compañeros de la comunidad, vecinos y amigos. Nunca nos dio señales de que estuviera pasando por una pena o falta de algo”, recuerda la mujer cuyas palabras, en ocasiones, son apenas susurros.
Bebé se había graduado de escuela superior y se disponía a estudiar cursos relacionados con mecánica en un colegio técnico en Santurce. Su decisión de privarse de la vida borró la sonrisa de Carmen y la sumió a ella, a su hija menor y a su esposo en un estado de letargo y negación.
Los días de Carmen transcurrían lentos y por espacio de un mes y medio dejó de asistir al trabajo. El dolor de la pérdida de Bebé se recrudeció con la lejanía de amigos y familiares, que preferían no llamarle o visitarle “por no verle llorar”.
En el vaivén de las preguntas sin respuestas que le venían a la cabeza, ella optó por concentrarse en cuidar a su hija menor, quien era la más apegada a Bebé. Luego de la muerte de su hermano, la joven intentó quitarse la vida en cuatro ocasiones. Estos hechos han llevado a Carmen a buscarle ayuda constantemente con sicólogos y siquiatras, pues teme que el desenlace de Bebé se repita, tal como sucedió con su suegro, su tío político, el primo y un tío de su esposo. La alta incidencia de suicidios en familias como la de Carmen, ha sido explicada por sicólogos y siquiatras, como una predisposición genética a la depresión severa, lo que puede resultar en deseos suicidas.
Estos hechos recrudecen el temor de Carmen cuando piensa en su nieto, y en la posibilidad de que en él se repita la historia de los hombres de su familia.
“A veces me da el temor de que el nene…”, -sus pensamientos se detienen, pero su mirada se clava en su nieto que se escabulle entre los muebles de la oficina. -“Hay veces que uno dice ‘no voy a enfocarme en eso’, pero hay personas que dicen que esto es una cadena que ha sucedido solamente en los varones de la familia. Yo no me dejo llevar mucho por lo que hablan, pero a veces me viene eso de sobreprotegerlo”, dice mientras le regala una sonrisa maternal al niño.
Carmen lleva cinco años asistiendo al grupo de apoyo donde se encuentra con personas que han pasado por su misma experiencia. El poder compartir sus sentimientos le ha valido sentirse un poco más tranquila y aceptar que no existen respuestas correctas que le contesten el por qué de la decisión de su hijo. Pero el camino que ha recorrido a través de estos diez años le ha servido para aprender a vivir con el dolor de perder al niño de sus ojos.
“Esto es una cosa que no es fácil, que no se olvida. Esto está ahí constantemente, tenemos los recuerdos continuamente. Aquella persona que ha pasado por esto es la que sabe lo que se siente aquí en el pecho, nadie más. Yo te podría explicar a ti o decirte 20 mil cosas y tú no vas a llegar a entender ni una cuarta parte de cómo es ese asfixie”, -Carmen pausa un rato, reflexiona, y al tiempo que contempla a sus nietos jugar toma una bocanada de aire y exclama: “Simplemente, aprendemos a vivir con el dolor!”.
*Los nombres de los entrevistados fueron cambiados para proteger su identidad.
*La autora es periodista y Redactora de Informción en la Oficina de Comunicaciones en el Recinto de Río Piedras de la UPR. Estas crónicas forman parte del proecto de tesis de González Nieves para su proyecto de tesis, presentado recientemente en la Escuela de Comunicación de la UPR. Diálogo publicará cada una de estas crónicas en edicción especial cada miércoles en estas sección.
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