Todavía resuenan en las redes las palabras de la poeta Michelle Oliveras cuando manifestó recientemente: “Culturalmente Puerto Rico es una superpotencia”. Así lo expresó en medio de un mes activo y dinámico en las letras boricuas. Cuatro semanas en las que se efectuaron: un congreso de dramaturgia, otro de ciencia ficción, una feria internacional del libro, el nacimiento de un premio institucional del festival internacional de poesía, un festival de la palabra, el aniversario de una librería en el área oeste, visitas de escritores internacionales al Archipiélago Nacional, viajes de nuestros autores al exterior, puesta de circulación de antologías y presentaciones de libros a granel.
Entre todos generamos una cultura que adquiere un relieve particular en el entorno caribeño y hemisférico. Aquí, allá y en todas partes. Ayer, hoy y mañana. Así fue, es y será. No hay forma de que se deje de apalabrar la existencia en este país, ya sea desde las calles –a distancia de los entornos académicos- o en el aula universitaria donde se profundiza en el devenir historiográfico literario en Puerto Rico ya sea desde el análisis crítico o creativo.
Unos escriben, otros editan, unos distribuyen, otros venden, unos reseñan, otros presentan, unos difunden, otros enseñan, y muchos más hacen lo propio desde la diáspora (donde sea)… y así esos grupos concéntricos desarrollan entre todos una dinámica interdependiente en el panorama literario boricua. Ya sea desde la identificación mutua o la disidencia, en la fraternidad como en la divergencia. Todos, aunque no hacemos todo, hacemos algo.
Desde Los infortunios de Alonso Ramírez hasta la reciente antología Este juego de látigos sonrientes el nombre del país ha estado presente en el universo de las letras. Michelle tuvo razón cuando hizo referencia al grado de magnitud que tiene la cultura en Puerto Rico. Basta con no negarlo ni negarse, basta con seguir siendo y continuar creando y apalabrando, en todas las encrucijadas posibles como siempre lo hemos hecho. Ya sea a través del testimonio oral o el canto del juglar, sorteando la censura o el traspaso como botín de guerra, con el dedo entintado en sangre o en las paredes de una cárcel, en medio de conflictos bélicos o los fríos recovecos del exilio. Puede que en momentos exista la percepción de que se encuentre soterrada o que algunos la entiendan invisible, pero siempre fluye, nunca cesa ni se detiene… En esta crónica urbana hoy damos testimonio de ello.