Mi afición por el teatro comienza desde los tiempos que cursé estudios actorales con el profesor Armando Pardo a mediados de la década del 1980. Luego tuve el privilegio de dirigir un grupo excepcional con el cual llevamos teatro clásico boricua al pueblo de Cataño a principios de la década siguiente. Entre las producciones que realizamos estaban La carretade René Marqués, La resentida de Enrique Laguerre y El milagro de Manuel Méndez Ballester. Y de un tiempo para acá disfruto leer reflexiones de directores y dramaturgos acerca del arte de la representación. Libros que no son fácil de conseguir pero que de vez en vez y de cuando en cuando he logrado obtener en la librería La Tertulia, entre ellos La puerta abierta de Peter Brook y Lecciones para el actor profesional de Michael Chejov publicados bajo el sello catalán Alba Editorial.
Y todo esto viene a mi memoria porque en estos días la compañía Teatro Libre realizó en la sala y café La Beckett una serie de audiciones para la producción Manjar de monólogos, lo que me permite la oportunidad de traer en esta crónica particularmente riopedrense (en tres actos) y a su consideración remembranzas de un acontecimiento teatral que sucedió poco más de un año.
PRIMER ACTO
Cuenta la leyenda que el escritor Rafah Acevedo escribió hace aproximadamente tres lustros el monólogo ¿Qué hago traduciendo a Shakespeare? La pieza se inspiró en una situación de desempleo que experimenta un egresado de estudios graduados de la Facultad de Humanidades. Encrucijada que lleva al personaje protagónico –un profesor cincuentón- a aceptar un trabajo como traductor de los sonetos de Shakespeare. Encomienda para la que también convoca a una de sus estudiantes –la que le parece más inteligente y hermosa-, para que le asista. Por lo anterior, la pieza se convierte en un mosaico lúdico que hace referencia a pasajes emblemáticos de las clásicas obras de El Bardo inglés.
En una entrevista que concedió Acevedo a Diálogo en marzo del 2014 – fecha en la que se presentaba en La Beckett- reconoce que el actor Teófilo Torres, quien se interesó de inmediato en el monólogo, ha ido incorporando detalles de índole social y política a la pieza. Y pude palpar algo de esa dinámica colaborativa entre dramaturgo y actor en un conversatorio que ofreció Torres después de una función sabatina de ¿Qué hago traduciendo a Shakespeare?
SEGUNDO ACTO
En pocas palabras, más que un conversatorio informal acerca de la pieza, las reflexiones de Teófilo en aquella tertulia con el público se tornaron en una especie de conferencia magistral. Para que usted mismo atestigüe lo anterior transcribo el intercambio del actor con los asistentes, reconociendo entre ellos la presencia y aportación del poeta John Torres, quien formuló valiosas preguntas.
Teófilo: Para este monólogo he ido incluyendo de alguna manera, uno que otro elemento de Macbeth, el elemento del cuchillo, cuando tiene la visión, y otros segmentos más… Claro, estamos bregando con intertextualidades aquí y que el personaje, como profesor que es, aluda a otras literaturas abona probablemente a que la cosa no vaya a caer como en una misma rutina.
Cuando lo representé en La Habana, hablé con el público y rompí un poco la cuarta pared para recibir alguna que otra idea, sugerencias o comentarios. Y así también lo he querido hacer esta noche, debido mayormente a que, aunque no me gusta usar el término work in progress, es un trabajo en colaboración que estamos bregando, tratando de sacar haciendo ajustes y cogiendo ideas de estos conversatorios sobre todo en el contexto de la Ciudad Universitaria… El público que viene aquí que es muy variado, incluye estudiantes, profesionales de todas las áreas y también actores, bailarines y performeros; un público que tiene una visión muy certera sobre la dirección.
Yo trabajo sin director. La mayoría de mis monólogos se hacen sin director. El director es una figura que está ahí porque representa al público. Es un enviado, un adelantado del público. De alguna manera el público confía en que esa persona va a poner todas las cosas en su sitio; esa es la labor del director. Desgraciadamente en muchas ocasiones el director se convierte en un dictador porque persigue unos resultados sin preocuparle los procesos del actor y ahí es donde uno ve todo este desfase entre dirección y actuación.
John Torres: ¿Esto fue originalmente un cuento o se escribió para representarse?
Teófilo: Rafael Acevedo lo escribió como una parodia pero no con la idea de ser representada. Por eso estoy con todas las opciones abiertas lo que me permite cosas muy buenas. Pero también es un poco peligroso pues, después de una carrera en el escenario en solitario de 37 años, puedo caer en unas cosas fáciles para resolver y puede ser repetitivo y contraproducente. La ventaja de tener un texto como este es que cabe cualquier cosa.
Carlos Esteban Cana: ¿Cómo contrastas esta experiencia con la que tuviste con el monólogo de Papo Impala que también fue creado por un escritor (Juan Antonio Ramos)?
Teófilo: Sí, Papo Impala también proviene de un escritor y también brega mucho con la literatura. Y es interesante porque una de las razones que me reta mucho para trabajar este personaje es porque me aleja de Papo Impala, o por lo menos eso creo. Yo necesito de este tipo de trabajo en el que no dependa tanto de mis acciones psico-físicas como es el caso de Papo Impala está quitao, Mis amigos de la locura, Pedro el Rojo (que es un trabajo de Kafka), El caso Dios.
John Torres: Dijo en algún momento algo de lo interno, ¿qué quiere decir algo más interno?
Teófilo: Realmente no existe tal dicotomía como ha pretendido hacer la historia de la actuación, la historia del teatro, con respecto a la actuación interna y actuación externa. Se sabe que existe una sola actuación. Punto. Lo que pasa es que a veces uno intenta que se manifieste un mundo interior más que la expresión hacia afuera. Esto tiene que ver con la definición de las emociones. Las emociones son movimientos hacia afuera de unos mecanismos; unas funciones básicas del ser humano para sobrevivir. […] Y cuando nos vamos a los sentimientos es donde empiezas a trabajar con algo interno. Porque es lo que tú percibes de tu propia emoción. Y los demás no ven los sentimientos; tú los sientes. Esa es la diferencia básica. Tú puedes estar pasando emociones muy fuertes y estar bien quieto.
¿Cómo uno lo va a lograr ante el público que está observando?… Eso tiene que ver mucho con los cerebros; los distintos universos que están mirando.
John Torres: Te drena también, supongo.
Teófilo: También. Sobre todo cuando estás acostumbrado a personajes más críticos. Casi marea a uno tratar de aguantarlos, moverlos hacia otra dirección.
Persona del público: ¿Por qué, cuando se está hablando del huracán, cuando el personaje lo está describiendo, sale ese ruido?
Teófilo: Estamos tratando con efectos que pueden aportar. En este caso la tempestad, que además de hacer alusión a una obra de Shakespeare queremos verla como una tempestad afuera, como una lluvia que está ocurriendo y también conectarlo con la tempestad interna.
Persona del público: Hemos visto improvisación en el monólogo…
Teófilo: Hay quizás par de momentos en los que improviso una que otra palabra, pero muy poco… Ahora mismo no recuerdo ninguna línea improvisada…
Persona del público: ¿Y por qué ha tenido que improvisar?
Teófilo: Porque conecto con algo que probablemente tiene mucho sentido para mí o recuerdo algo que puede ser muy efectivo.
Persona del público: Pero no siempre ocurre.
Teófilo: Exacto. Puede ser que mañana no ocurra o que se me olvida o porque no apareció la conexión con mi propia vida; porque esa imagen no está ahí o lo que sea.
Cuando uno improvisa se pueden abrir nuevas posibilidades, incluso que a uno se le olvide la próxima línea… Es muy peligroso improvisar porque el público puede reaccionar con una risa… Si se improvisa un poco más te puedes perder y al tratar de recordar dónde estabas para regresar, se te puede hacer bien difícil. Y también puede resultar que lo que improvises no funciona, y eso lo captas inmediatamente. No necesariamente porque el público no se ría. Porque la media verdad de que el público informa solo cuando se está riendo hay que reevaluarla. Realmente un público callado, en silencio, que nunca se ríe no es un público peor o más malo que un público que se está riendo continuamente.
TERCER ACTO
Me quede con deseos de saber más por lo que me acerqué al camerino. Allí Teófilo accedió a contestar las preguntas que quedaban pendientes.
Carlos Esteban: Para redondear los temas que tocaste en el conservatorio, ¿representó un reto hacer este monólogo?
Teófilo: En primer lugar, el reto de hacer esta producción radica básicamente en que es un texto, un material con un ritmo distinto, con un vocabulario bien distinto a lo más que hago que es Papo Impala, personajes así, de pueblo. Este es un profesor universitario, con una cantidad de vivencias, con una información literaria, quien también tiene unos asuntos psicológicos y emocionales bien profundos que lo afectan pero de una forma bien distinta; él lo manifiesta de una manera muy diferente a los personajes que suelo hacer.
Carlos Esteban: ¿Hay algo de este personaje que se parece a ti, a Teófilo Torres?
Teófilo: Hay muchas cosas en el personaje que se parecen a mí, definitivamente. Quizás de las cosas que más se parecen está la manera en como juego con el lenguaje en la vida real. De alguna manera reconstruyo mucho el vocabulario, las palabras, el idioma. Y también, por supuesto, en cosas que tienen que ver en cómo se manifiesta en uno la edad, los años, la vida que es uno de los temas principales del monólogo. Eso me está pasando en mi propia vida.
Carlos Esteban: Por ese work in progress entre tú y el dramaturgo, Rafah Acevedo; por lo que está adquiriendo el monólogo a raíz de estos conversatorios… ¿Crees que terminará transformándose el título?
Teófilo: No. Yo creo que el título va a permanecer porque nos gusta. Rafah le puso ese título y cuando lo leí me encantó.
Carlos Esteban: Cuando estabas haciendo referencia al perfil del público que ha estado presente hoy en esta sala… no es una manera de reconocer que este monólogo está dirigido a una audiencia especializada, un público con amplios referentes culturales.
Teófilo: Yo creo que sí, honestamente el público que va a captar los subtextos en el monólogo es el público más instruido, que tiene más información.
Carlos Esteban: ¿Hay algún método particular de actuación que sigues a la hora de encarnar este tipo de personaje?
Teófilo: No. Mi manera de acercarme a la actuación es muy ecléctica. Utilizo de todo. En este caso estoy buscando una actuación más simple, menos hacia el exterior, menos caricatura; no overacting sino más interna.
Carlos Esteban: Recientemente has recibido un reconocimiento en Cuba.
Teófilo: Sí. En la ciudad de Cienfuegos se hizo el Festival del Monólogo Latinoamericano y fui galardonado con el Gran Premio Especial del Jurado.
Carlos Esteban: ¿Por cuáles trabajos?
Teófilo: Por Mis amigos de la locura y Papo Impala está quitao… que fueron los monólogos que hice allá.
Carlos Esteban: Para finalizar, podríamos parafrasear su perspectiva acerca de la dirección, del rol del director, diciendo que cuando Teófilo Torres trabaja en el monólogo es su propio director.
Teófilo: Es correcto. Cuando estoy trabajando mis monólogos en la inmensa mayoría de ellos, diría en un 95 por ciento, yo estoy dirigiéndome.
***
Esa fue la última pregunta que formulé. Ya parte del público esperaba por Teófilo para saludarle. Y yo, agradecido del breve intercambio, me uní a quienes continuaban la tertulia en el café de La Beckett.
El autor es comunicador y escritor, especialista en periodismo cultural.