El sistema de embarcaciones que permite a los residentes de Culebra y Vieques llegar a sus hogares no siempre fue igual. A pesar de que muchos desconocen sus cambios, hay quienes mantienen en el recuerdo los detalles de cada viaje en las “famosas” lanchas.
Anastasio “Tasito” Romero, de 74 años, quien lleva toda su vida residiendo en Culebra, recuerda que a mediados del siglo pasado solo existían unas inmensas embarcaciones de madera impulsadas por un motor, y que no tenían la capacidad de atracar directamente en la orilla.
“No habían muelles. Nos montaban en unas pequeñas balsas de remo y teníamos que llegar hasta la lancha. El viaje en esas balsas costaba 10 centavos y el boleto para la lancha grande era de un peso”, comentó.
La memoria más agradable de este culebrense, se remite a todas las veces que pudo ver el cuarto de control de las lanchas.
“En la parte de abajo había un cuarto de control con un mecánico. Entonces, el capitán desde su cabina tocaba una campana para que el “maquinita” (refiriéndose al mecánico), cambiara la dirección del barco. Un campanazo era para ir hacia el frente, tres campanazos era reversa y cuatro campanazos era para ir a máxima velocidad”, recordó.
También, mencionó un recuerdo que considera no grato.
“La Marina tenía una ruta específica. No podíamos meternos en el área de tiro. Había que seguir sus rutas”, afirmó, refiriéndose a la interferencia de la Marina de los Estados Unidos en el trayecto que realizaban las lanchas.
Las embarcaciones, según Romero, eran administradas por una compañía privada y se conocían como las lanchas de “don Yito”, apodo que pertenecía al dueño de la empresa y cuyo nombre completo era Pablo Lavergné. Antes de “don Yito”, los registros históricos sugieren que se utilizaban barcos impulsados por velas con espacio para alrededor de 15 personas.
Juanita Cruz Rosado, una guaynabeña que se enamoró en el 1940 de un viequense y decidió mudarse al lugar de origen de su amado, aún recuerda los abruptos movimientos que realizaban las lanchas en los viajes que ella estima, duraban alrededor de dos horas.
“Una vez yo viajaba en la lancha de “don Yito” y comenzó a moverse tan fuerte que todo empezó a caerse”, relató.
Cruz Rosado no pudo pasar por alto mencionar el fuerte olor que emitía la pintura de aceite utilizada en la madera de los barcos y que provocaba reacciones de todo tipo en los pasajeros.
“Utilizaban pintura de aceite. ¡Tenían un olor tan fuerte!, yo me mareaba desde antes de montarme en la lancha. Cuando alguien se sentía mal durante el viaje le daban un cubo para vomitar, teníamos que viajar con todos esos cubos”, mencionó.
Julia Cruz, quien ha usado con frecuencia el sistema de trasporte marítimo para ambos municipios, destacó que en la actualidad, aunque las lanchas tengan muchas deficiencias, han avanzado muchísimo.
“Antes el viaje tomaba dos horas. Si tú comparas esto con lo que teníamos, es un paraíso. Que hayan problemas en el servicio es otro asunto”, abundó.
Asimismo, mencionó que los tiempos de la marina eran prósperos. Relató que recibían un gran flujo de pasajeros, pues se mudaban con el propósito de buscar empleo. Sin embargo, señaló que prefiere ante todo la situación actual de Culebra.“Para ser sincera, yo prefiero ahora. Los bombardeos no dejaban dormir a uno. Yo prefiero ahora por la paz”, concluyó.