Los signos son umbrales de tiempo a través de los cuales viajamos. El entrecruce de tiempos, contenidos por los espacios de la significación, articulan el encuentro entre lo social y lo personal.
8 de octubre de 1972: Muñoz regresa de su “exilio” de Roma con su aparición en Plaza Las Américas. Allí se manifiesta ante la vista de todos mediante la construcción de una exterioridad espectacular. De una cierta manera la célebre película de Ettore Scola Una giornata particolare en que una esposa despechada (Sophia Loren) y un homosexual esperando a ser exilado mediante la deportación (Marcelo Mastroniani) tienen un encuentro un día muy particular el cual remite a una forma de interioridad que devela los márgenes dramáticos de una exterioridad social cargada del despotismo.
Se hicieron peregrinaciones desde el día antes del evento para escuchar al líder político. Algunos se desmayaron, sofocados, tras largas horas de espera.
Ahora, sin embargo, la imagen nos convoca a lo inverso: un día en que lo particular es la exterioridad que sirve de espectáculo a una interioridad mediante un montaje ilusionista. Muñoz regresa. Se ha construido la imagen del exilio para exaltar su retorno. Bajo sus instrucciones expresas se ha mantenido oculta su llegada: el dramatismo es una de las líneas de fuerza del montaje del patriarca que regresa. Su llegada se mantiene en absoluto misterio (Mysterion, Mys = cerrado, oculto), nadie sabe cuándo llega, sí se sabe que llega y que se aparecerá en Plaza como dicen las primeras planas. Se tejen todo tipo de especulaciones, lo que abona a la grandeza de lo que se construye como un gran acontecimiento a ser visto, un verdadero espectáculo. La prensa trata “infructuosamente” –parte de un montaje de intriga– de obtener detalles, pero no logra dar con su paradero. No hay recibimiento en el aeropuerto. Paulatinamente los significantes transitan: de la llegada de Muñoz la propaganda va cambiando al “acto de Plaza”. “Llega Muñoz”, al principio, luego, “Llega Muñoz, todos a Plaza Las Américas” y al final sencillamente se le va a conocer como “El acto de Plaza”. Como decía Charles Rosario ya Plaza era la capital de Puerto Rico. Y era el lugar a conquistar. Había sido el locus en que el PNP había hecho su manifestación de “¡Somos más, muchísimos más!” y había que ripostar. Así lo sería años más tarde cuando en un día especial con la llegada de Juan Pablo II, Plaza , “ese lugar de concentraciones de vitrinas” se erigió en un templo sin paredes…” como decía El Visitante.
La prensa registra que Muñoz llegó a Puerto Rico dos días antes discretamente.
Para la llegada se publica un mapa de Puerto Rico que señala las rutas de las caravanas que partirán desde los distintos pueblos que han sido redefinidos como lugares de partida con flechas que convergen en Plaza: “El centro de todo”. Distintos puntos se han convertido en lugares de convergencia periférica en forma de estacionamiento que permite acceder la concentración. Su arribo se produce de forma sorpresiva y discreta el viernes 6 de octubre. De ahí a un lugar desconocido. Muñoz está presente pero no puede ser visto. Todo se concentra el domingo 8 de octubre, día en que “se dirigirá a Plaza Las Américas para presentarse ante los puertorriqueños que llegarán de toda la Isla a escucharlo…”. La nueva geografía transcribe las formas del imaginario: “he venido de lejos”, de la “larga ausencia”. Dieciocho meses que se transforman, mediante una textualidad narrativa muy elaborada en un exilio doloroso, y redentor en su regreso. Muñoz lo tiene todo planificado: “Servicio de ausencia y servicio de regreso”, escribe.
La movilización producida adquiere, en algunos casos, un carácter casi místico. “Algunas caravanas con personas que vienen a pie desde el viernes, se espera que lleguen hasta sus sitios asignados en Plaza Las Américas”. Se hacen peregrinaciones hasta este nuevo santuario para escuchar la palabra salvadora. Hay personas que vienen en procesión de sacrificio “descalzos o vistiendo ropas hechas de saco” a manera de ofrenda. Llega el momento y luego de unas formas continuas propagandísticas regresivas hacia los años cuarenta, y precisamente en una ambientación de cambio, se aparece Muñoz en el templete. Entre ovaciones constantes, llantos, Muñoz saluda con: “Compatriotas”, “Populares”, “Puertorriqueños”. El discurso, televisado y difundido ampliamente por la radio. Allí el Padre cumpliendo su responsabilidad “patriótica” (término constante en el libreto) regaña a sus hijos al decir: “¡…cuántas veces ustedes lo recordarán, cuántas veces yo les dije en el pasado, no le entreguen el poder político al poder económico (…) ¿Cuántas veces se los dije? Y ustedes me hicieron caso muchas veces, pero llegó una vez en que no me hicieron caso. Se arriesgaron, y miren lo que les está pasando”. Y eso lo dice precisamente desde Plaza.
La gente acudió en caravana desde distintos puntos de la Isla.
El referente de alto contraste, al que nos convoca el mirar semiótico, es una contrafigura, que siempre estuvo presente en un espacio de la significación. Viajamos a ese día particular del 15 de diciembre de 1947 cuando Albizu regresa. Un año antes de la fundación del PPD, Albizu es condenado a diez años de exilio, mediante la deportación carcelaria por el delito de sedición. A su arribo a Puerto Rico, diez años después, se le pregunta por su ausencia y señala: “Yo nunca he estado ausente. La ley del amor y del sacrificio no permiten la ausencia”.
El autor tiene un doctorado en Sociología y Semiología. Actualmente se desempeña como catedrático en la Facultad de Estudios Generales de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. Este ensayo forma parte de un escrito suyo, inédito, de mayor extensión.