La vieja, el tiempo Mi vieja se levantó otra vez, preguntándome la hora y el día. Siempre se levanta en intervalos a cuestionarme las horas de los días. ¿A qué hora llegaste de la fiesta ayer? -me preguntó- -Mami, ayer no salí. Estuve contigo observándote mientras dormías- Se le pierde la mirada y me sonríe. Ella no sabe que quiero ser como ella y no saber del tiempo. Ella no lo sabe. Lunes Las paredes color gris combinaban con los uniformes. La misma comida de todos los días les causaba un rechazo automático en el estómago. A las cinco de la tarde se les permitía una hora de recreo, el resto del día se las inventaban para no volverse viejos prematuros. Por ejemplo: Jaime jugaba en una esquina con dos canicas que Juan le había regalado antes de partir. A Julieta le gustaba dibujar. Siempre se las ingeniaba para dibujar en cualquier pedazo de papel. Lo más que le gustaba era hacer soles y florecitas con una crayola amarilla que le había obsequiado Jorge cuando se fue. En el orfanato, cada vez que uno de los niños se iba, entre ellos se dejaban pequeños recuerdos. Faltaba poco para el lunes, día en que todos se irían a una nueva casa con nuevos padres. Y encontrarían tal vez una nueva mascota, nuevos vecinos, nueva comida. Era lunes. Blanca era otra de las niñas que esperaba impaciente en el pasillo a que llegaran los nuevos futuros padres. Se acercaba la hora. A todos le sudaban las manos, unos se rascaban la cabeza o se mordían las uñas desesperados. La espera era eterna. Llegó la hora y los nervios empeoraron. En pocas horas no quedó ningún niño en el orfanato, salvo Blanca sentadita en el pasillo con una crayola, dos canicas y el dibujo de un sol enorme con un par de florecitas amarillas. ¡Niños, no salgan a jugar! ¡Niños, no salgan a jugar! – replicó la madre de Jalîl con tono áspero- Salieron a jugar en alguna calle del mundo. Jalîl propuso practicar el fútbol con una pelota hecha de papel y cinta adhesiva, de ésas que duran un rato. A los pocos minutos la pelota llegó a su fin. Rashîd propuso entonces, el juego del mar. Consistía en imaginar que el asfalto roto de la calle era el mar. De su bolsillo sacó un pedacito de tiza y comenzó a dibujar pequeños círculos irregulares en el asfalto, cada círculo era una isla. Todos tenían que saltar de isla en isla hasta llegar a la meta. El que se saliera de una isla perdía automáticamente y era devorado por tiburones imaginarios.Yussef fue el primero en llegar a la meta y en consecuencia tuvo la oportunidad de decidir cuál sería el próximo juego. No se le ocurría nada. De pronto se acordó del juego de las escondidas, ya que era experto escondiéndose. Lo conversó con sus amigos y todos estuvieron de acuerdo. Jugaron por un largo rato y ésta vez no fue la excepción. Yussef nunca fue encontrado. La huelga de los pájaros Ese día los pájaros estaban en huelga indefinida. Decidieron no volar. Era demasiado el peso de las alas, no hubo uno sólo que se atreviera a desafiar el dictamen de sus compañeros. Querían sentir más de cerca la piel humana, lo pedestre, entenderse con la tierra y los semáforos. Visitaron todos los rincones del planeta. A los quince minutos, el cielo se llenó de pájaros nuevamente.