¿Cuántas veces no ha pasado? Subes, bajas, te mueves de lado a lado. Entras por una esquina y sales por la otra sólo para darte cuenta que te bajaste donde no era. Respiras hondo y piensas Frances, tienes que aprenderte esto. ¿Quieres vivir aquí? Pues, dale. Vamos. Buscas ayuda y preguntas: “Hi, can you help me? I’m trying to get to the Museum of Natural History.” Te responde un neoyorkino con sus términos nativos, que si Uptown y Downtown, que si coge el L hasta la octava y de ahí te cambias al C y subes hasta la 81. ¡Qué ciudad más confusa!
Te das cuenta que puedes coger el L desde la estación más cercana: 14th Street-Union Square. Caminas desde tu hospedaje en la Quinta Avenida hasta la estación en University Place. Bajas las escaleras y te aproximas a comprar un boleto. Haz tomado el tren antes, haz comprado la tarjeta antes, esto no debe ser tan difícil. La maquinita tiene un pequeño parecido con la del Tren Urbano en Puerto Rico; te da un sentido de confianza. Presionas comenzar y te adentras en el mundo del MTA, oprimiendo aquí y allá hasta que llega el momento de la verdad: ¿compras una semanal, mensual o un single ride? Evalúas las circunstancias de tu estadía en Nueva York y decides comprar una tarjeta mensual.
Después de perder $112, tomas tu tarjeta y entras a la estación. Observas detenidamente los letreros mientras el bullicio detrás de ti te ordena a que te salgas del medio. Caminas hacia la plataforma de la línea L, la gris, la que muchos te han dicho que nunca tomes pero que ahora es tu única opción. Tienes suerte que llegó rapidito. Te montas, apretada en una lata de New Yorkers y extranjeros de todas las razas. Te das cuenta que no eres la única boricua en el tren y degustas el bello sonido de ese acento que te hace sentir en casa.
Pronto llegas a la octava; es hora de bajarse. Abren las puertas del tren para salir todos como caballos en el hipódromo. Tanta carrera y tú que no entiendes hacia dónde corren o a qué le huyen. Sigues los letreros de los trenes A, C y E, procurando que sean Uptown. Aprietas el paso por no querer ser un estorbo público en las masas neoyorquinas, pero hace tiempo no haces ejercicio y el vaso te está empezando a doler. Por fin llegas a la plataforma. Debe ser tu día de suerte: el C está llegando. Te montas y antes de cerrar las puertas anuncian la próxima parada: This is a C Uptown Express train. Next stop is 34th Street. Se te acabó la suerte. Te bajas corriendo, creando horrendos escenarios mentales de lo que hubiese pasado si te quedabas ahí.
Varios minutos después llega el C local. Te montas quedándote bastante afuera, en caso de que se repita la misma vaina. Next stop is 23rd Street. Este es local. Pasas algunas estaciones y en la 42 se montan unos chiquitines lo más cool. Anuncian que están bailando en los trenes para recaudar fondos para una competencia de breakdance. Tú, como buena turista, te entusiasmas y te sorprende la cara del resto del público presente: no están muy felices con la oferta. Empieza el show y sonríes mientras ves a los chicos subir por las barandas y dar vueltas en el piso de un tren que se mueve a algunas 40 millas por hora. Eso es talento.
Mantienes los ojos en el joven, ves cómo da vueltas y vueltas y se va acercando a ti hasta que ¡pum! Eso dolió. Te piden perdón y en tu confusión les dices que no se preocupen. Por obra de magia cósmica, llegaste a la estación: 81st Street. Te bajas del tren con la convicción de que mañana esa patada va a doler más de lo que pensaste. Los letreros se ven borrosos pero, de alguna manera desconocida, encuentras la salida correcta. A este punto te preguntas ¿Por qué vine a esta ciudad? Es sólo el primer día; hay mucho que superar.