Decálogo para los que tenemos pretensiones de escribir
de Eliezer Márquez Ramos
I
Ninguna inventiva sale de la nada. Tendrás que calar en tu propia miseria, como los versos de Álvaro Mutis. Hallar tu propia tragedia griega, como dijo Lalo. En fin: de allí, desde el punto que comenzaste a sentirte poblado de alas aquejadas, comenzar a escribir. En ocasiones necesitarás música, en otras, el barullo de una cafetería, en otras el silencio de los caminos sin salida. Hay muchos cauces, hay muchas cosas esperando nuestro imperativo. De hecho, el hombre creó las palabras para referirse a las cosas, visibles e invisibles, que hallaba en su camino. Así, de cualquier cosa podría salir una hecatombe de palabras. “Perturbación”, hace poco pensé que en esa sola palabra hay una novela que no se ha escrito. En este sentido hay que hacer como Neruda que amaba las cosas loca, locamente, no importaba sin eran supremas o infinitamente chicas, porque todas las cosas esperan porque el escritor vuelva hacia ellas la mirada. Claro, a veces la cosa perturbada es uno mismo y hay que mirar hacia adentro. Baudelaire, en Consejos a los jóvenes literatos, dijo que follar es el deseo de querer meterse en el otro y el artista no sale nunca de sí mismo. No lo tomaría categóricamente: uno tiene que salir y volver a uno. El acto de escribir es un salir y un entrar constante pero es más un ensimismamiento que un escape a los cielos abiertos. Es un estado de nublado, es una concentración en ese trabajo que nos quita el sueño o que nos arrebata la atención en plena clase, justo cuando el Profesor está dictando el dogma más importante. El hombre es lo que hace con lo que hicieron con él, eso planteó Sartre. Bien, entonces el escritor decide comenzar a escribir cuando una cosa cualquiera, o un vertedero de cosas cualquieras, han sobrepoblado tanto sus geografías imaginarias que el único remedio es sentarse a escribir. Dostoievski, por ejemplo, después de todos los maltratos que sufrió en Siberia, fue que se sentó a escribir su primera novela.
II
Todo escribir es un acercamiento al pasado, al presente inmediato y a los futuros que no veremos. Como decía Enrique Lihn, cuando escribes estás tendiendo puentes hacia lugares que nunca has visto y en los que nunca has estado. Porque escribí, dice Lihn: “una muchacha cayó, en otro mundo, a mis pies.”
III
Debes aprender a sacar arte de tus tristezas. No solamente es el único modo de sobrevivir las circunstancias sino que es el único modo de producir algo que valga la pena leerse. Mi amante W. H. Auden declaró una vez, en un poema, que Dios en el día final te podría reducir a lágrimas de vergüenza recitando de memoria los poemas que hubieras escrito si tu vida hubiera sido más sencilla. ¿Cómo será eso de que queremos escribir sobre el amor sin dejarnos quemar, que queremos escribir de tristezas sin habernos detenido a llorar mientras leemos el Salmo 88, que queramos, en fin, escribir algo sobre la vida sin saber cómo es el sonido gutural de la muerte cuando nos habla de frente? Todo lo que se ha escrito, (me refiero a las buenas obras que todavía se leen), nacieron en las entrañas de hombres y mujeres perturbados por las tristezas que les tocaron franquear. “He vivido una vida que no puede vivirse”, escribió Huidobro; lo mismo pueden decirlo todo los escritores.
IV
No debes huirle a tu familia: debes sufrirla hasta sus peores fermentaciones. Ella te proveerá de suficiente material para escribir, al menos para comenzar. Chesterton decía que cuando huimos de nuestra familia, huimos de la humanidad. Si huyes de la humanidad, ¿de qué carajo vas a escribir o por dónde empezarás?
V
Escribir es un acto de soledad. Picasso dijo una vez que nada puede crearse sin soledad y añadió: «Yo me he criado en una soledad que nadie es capaz de imaginar». No sé dónde leí (creo que fue Enrique Vila-Matas) que la peor soledad es estar acompañado por gentes que no pueden ver lo que vemos o por gente que no nos comprenden. Para mí eso ha sido muy cierto. Pero precisamente, de esa soledad, la peor de todas, es de donde único pueden nacer los textos. Porque…
VI
Todo texto es una manera de pedirle al mundo comprensión. En un texto uno grita: «¡Piedad! ¡No me apedreéis! ¡Escuchen lo que tengo que contar!» De aquí que Dostoievski fuera un “gran Dios insondable” según Borges, porque Dostoievski era capaz de justificar al peor de los seres humanos, mostrando que la vida se compone de historias mucho más complejas en las que no se hace posible decir cuál personaje es el malo y cuál personaje es el bueno.
VII
Hay que leer filosofía, de la que ya caducó y de la vigente. Sí, hay que sufrir a Heidegger y gozarse a Nietzsche y viceversa. Después no volverlos a tocar, no volverse seguidor de ninguno, ni de Camus que es tan tétrico y simpático que enamora en el acto. Unamuno dijo que no había diferencia entre poeta y filósofo y sospecho que hablaba de sí mismo. El poema es una broma–planteó un personaje de Roberto Bolaño–que encubre algo muy serio. Camus planteaba que el problema más serio a contestar de la filosofía es: ¿por qué la gente se suicida? Creo que todo cuento o novela es un planteamiento filosófico y que todos nuestros intentos de escribir, conscientes o no, surgen de preguntas y problemas insolubles con los que llevamos tiempo en una batalla campal que solo Dios sabrá cuando acabe. Antes de que acaben en el suicidio, prefiero acabarlos en un papel.
VIII
Hablando de filosofía: Spinoza planteó, entre muchos acertados disparates, que todas las cosas quieren perseverar en su ser. Es decir: la piedra quiere ser piedra, el agua quiere ser agua, el ratón quiere seguir siendo ratón, aunque acabe pegado en una trampa o despanzurrado en las arcaicas trampas que mi abuela todavía pone en las esquinas de la casa. Me perdone Spinoza, pero esto no se aplica al escritor. Uno escribe, precisamente, en una rebelión decidida y vehemente contra lo que uno es; uno escribe desde el desánimo y la asfixia queriendo deshacerse uno de las congojas que nos devoran; uno inventa, precisamente, porque hay una insuficiencia y una carencia de verbo. Ante un cielo despoblado, uno quiere embarrarlo todo con colores desconcertantes, pero colores en fin, y en ese sentido: escribir no es perseverar en ser, sino perseverar en una obsesión que trasciende nuestros límites. Escribir, por tanto, es sobreponernos e irnos por encima, a los límites de nuestra humanidad. Por eso tal vez Goethe, como se ve en las primeras páginas del Fausto, veía su oficio como un oficio divino. Hay algo de divino en esto sin duda, es decir, algo de inefable e incontestable que sigue como despliegue de luces despedidas a todos los confines del universo. Todos los libros pudieron escribirse con otros nombres, en otros lugares, con otras palabras, de otras formas.
IX
Es muy importante: no traicionar el lugar en donde estamos. Rowling escribió sobre magos en Londres y ya sabemos que es más rica que la misma Reina de Inglaterra. El Gabo escribió sobre Macondo porque allí conoció el hielo por primera vez. Varga Llosa ha contradicho su planteamiento de que uno no escoge el tema de escritura sino que el tema lo escoge a uno. Si bien empezó escribiendo La tía Julia y el Escribidor, ha terminado escribiendo sobre el sueño de un Celta. No quiero decir que uno no pueda escribir sobre otros lugares pero tendríamos más éxito en tratar de escribir un cuento sobre la basura de la cocina de nuestra casa, que el intento de reescribir el Ulises de Joyce.
X
Finalmente: Hay que leer mucho y leer diverso; solamente así llegaremos a algún prometedor término. Es lo que he hecho antes de llegar a este punto diez: ofrecerte una diversa gama de modelos antiguos y recientes, discrepantes y aparejados, que pueden decirnos algo sin decírnoslo todo. Esta es la aventura de escribir: descubrir qué nos ha tocado decir a nosotros. Bakhtin planteaba que todo texto es una respuesta y una reacción a un texto anterior. Si no leemos lo que se escribió en 1950, ¿qué vamos a responder en el 2013? Más allá: si no vivimos, ¿qué vamos a escribir de la vida? Hay que buscar, en los viejos tramos del mismo mar, nuevos sonidos. No todos los caracoles emiten el mismo murmullo y no todas las arenas, debajo, tienen la misma circulación; te toca salir a recoger esas voces. Enemístate y amígate con los autores por igual porque ninguno es tu enemigo ni tu amigo. A este punto: me habré ganado suficientes amigos y enemigos como para decir que no escribí en vano diez puntos de referencia que, humildemente, se refieren a todos los que me han enseñado a escribir algo que valga leerse.