Las portadas de los diarios principales del País en las que se ha informado durante todos estos días sobre el terremoto en Haití, trajeron súbitamente a mi memoria otra potente sacudida de la tierra en la zona del Caribe reportada muchos años atrás por dos antiguas publicaciones puertorriqueñas. El viernes 11 de octubre de 1918 a las 10:20 de la mañana el paisaje del litoral sur y noreste de Puerto Rico cambió por completo. Un terremoto de fuerte intensidad azotó el área dejando cientos de heridos, decenas de muertos y muchos edificios y viviendas destruidos. “Desolación, terror, desesperación, infierno”, palabras destacadas en muchos de los titulares en las notas actuales sobre Haití, también fueron empleadas por los periodistas de los principales medios de principios de siglo 20 para describir una catástrofe similar pero en tierra borinqueña. “La ciudad está desolada. Pocos son los que cobran presencia de ánimo; y es lógico, la magnitud del desastre no puede ser para menos… las vías que convergen a la entrada principal están llenas de escombros… gritos de dolor se perciben por doquiera”, revela un artículo de La Democracia, uno de los diarios más importantes de esa época. Y es que ese fue el escenario encontrado por el corresponsal de ese diario en la ciudad de Mayagüez, que junto a Aguadilla, Aguada y Añasco fueron los pueblos más afectados. Otra de las notas afirma: “El aspecto que presenta la ciudad es verdaderamente aterrador, macabro. El más sereno observador no podría retener la mente sin enloquecer ante tanto detalle horripilante. Cadáveres horriblemente mutilados,…hombres y mujeres sin piernas ni brazos, niños sepultados bajo las ruinas, rostros desencajados, llorosos, que inquieren el paradero del hijo o del hermano desaparecido”. Por su parte la revista Puerto Rico Ilustrado recurre a Dante para plasmar lo acaecido. Emplea varios fragmentos de la Divina Comedia en el encabezado de una sección fotográfica de seis páginas -estableciendo así una clara analogía con el infierno-, como muestran los siguientes titulares: “Lo que simula una página de Dante: La ‘Cita Doliente’; ‘Ruinas, asolamientos, fieros males…’; ‘Estos, Fabio, ¡Ay, Dolor!, qué ves ahora’ ”. Al examinar detenidamente las publicaciones en que estas informaciones fueron difundidas también se observan interesantes tangencias históricas con algunas circunstancias actuales. Como ahora, los puertorriqueños participaban en un importante conflicto bélico en el viejo mundo (la Primera Guerra Mundial). También se difuminaba por el mundo una alarmante epidemia: la influenza Española. Para esa fecha se daba cuenta de unos 5,000 casos en distintas ciudades de México. Tampoco faltaron voces, que como hiciera el reverendo Pat Robertson tras el temblor de Haití, vincularan el sismo de Puerto Rico con un pase de factura del Gobernante del Cielo. En el artículo “El terremoto y los hombres”, publicado en La Democracia el 19 de noviembre de 1918, Matilde Hernández Castro atribuye el desastre a la ira de Dios. Declara que el terremoto fue un castigo al País por haber contribuido a las muertes suscitadas en la guerra que se libraba en Europa. “Justo castigo, que bien merecido lo tenemos. La tierra no podía permanecer indiferente y ha temblado aquí”, escribe. “El miedo revela cosas sorprendentes”, como expresó Rafael H. Monagas en una columna publicada en Puerto Rico Ilustrado el 19 de octubre titulada: “La tierra tiembla, amigos”. En cierta medida es lo que observa la investigadora mexicana Rossana Reguillo en su ensayo “La construcción simbólica de la ciudad”. Reguillo comenta que “el binomio ciudad-desastre es un revelador de condiciones económicas, políticas y culturales”. De modo que los desastres desnudan a los pueblos, no sólo porque los despojan de lo que les alberga y les cobija sino porque ponen al descubierto sus fortalezas y debilidades. La cobertura noticiosa del terremoto de 1918 dio cuenta de la difícil situación de la economía insular. Pero más que todo sacó a la luz las tensas relaciones entre el régimen norteamericano que administraba al País en ese entonces y las autoridades municipales. Los ciudadanos de las zonas afectadas se molestaron con el gobernador de la Isla, Arthur Yaguer, porque actuaba como si lo que estuviera pasando no ameritara acción inmediata e intervención urgente. Su inercia había provocado una demora en la ayuda a los damnificados… ¿No les resulta familiar? Pero así como se puso al relieve las fisuras políticas imperantes también se destapó la pujanza y el sentido de solidaridad de los puertorriqueños de esa época, que aunque enfrentaban una situación económica precaria no se quedaron sentados a esperar ayuda. Se organizaron, hicieron colectas y designaron distintos comités de voluntarios con miras a reconstruir las ciudades afectadas y a socorrer a las víctimas. Mención especial dentro de este grupo merecen la Liga Pro-Mayagüez, formada por varios mayagüezanos residentes en San Juan; las iglesias, la Cruz Roja y los gobiernos municipales, particularmente de los pueblos de Aguadilla y Mayagüez. El alcalde aguadillano, don Ramón Añeses, hizo una convocatoria pública a través del diario La Democracia donde exigía al gobernador Yaguer que se asignasen los fondos necesarios para comenzar a lidiar con la emergencia. La campaña mediática, si puede llamársela así, fue todo un éxito pues al poco tiempo de iniciada aparecieron los fondos, evidenciándose una vez más el importante rol de los medios informativos en la articulación del discurso social. Y ese rol de los medios impresos puertorriqueños a través de la historia es, precisamente, el que intentaremos examinar a través de esta columna que se publicará cada miércoles en Diálogo Digital. ¡Acompáñenos!