– Señora, ¿está Maurito? ¿Puede salir a jugar? – Sí, pero primero tiene que terminar su tar…. ¡Chau, Maurito! ¡No vuelvas tarde! La plaza, la cuadra, el barrio. Espacios públicos que sirvieron y sirven como sitios de encuentro de niños, jóvenes y no tan jóvenes, y que representan un lugar ideal para el desarrollo psicofísico del adolescente, la socialización y adopción de los grupos de pertenencia. ¿Qué está pasando con ellos? En las últimas décadas en la Argentina se ha dado un doble proceso que, al fin de cuentas, aleja a los jóvenes de estos lugares de encuentro. Por un lado, el aumento de la pobreza estructural en nuestro país ha hecho que cada vez más gente sin acceso a un techo encuentre en las plazas un lugar para pasar la noche, en busca de un mínimo amparo ante las clemencias de la intemperie total. A partir de eso, las rejas empezaron a brotar cual yuyos, cercando plazas y espacios verdes, limitándolos a horarios de visita necesariamente diurnos. Y como el huevo y la gallina, la inseguridad y las drogas, dos amigos que no siempre vienen juntos pero que son poco copados para con la tranquilidad de padres y madres, fueron ocupando despacito y sigilosamente estos lugares donde ya las abuelas no quieren llevar a que sus nietos correteen, salten, suban y bajen. También es verdad que muchos espacios deteriorados fueron remodelados y mantenidos, recapturando –o intentándolo al menos- a la juventud entre sus hamacas, toboganes y árboles para treparse. Actividades gratuitas y para toda la familia siguen manteniendo un público de familias que se resisten a quedarse en casa los fines de semana. Por otro lado, las nuevas tecnologías, tanto las cada vez más realistas consolas de video juegos como la expansión del uso masivo de Internet, con todas las posibilidades que la llamada Web 2.0 –donde los contenidos son generados por los propios usuarios- ofrece, crean un contexto apropiado para considerar que tenemos en casa todo lo necesario para no salir -“total, con mis amigos hablo por Chat”. Asimismo, son cada vez más las comunidades virtuales que se crean en la web. Allí, a partir de un perfil creado por el usuario –que puede o no ser fidedignamente real- se puede entrar en contacto con otras personas, unidos por una causa común. Así, las charlas de café se trasladan a la pantalla, los picaditos en las plazas a las consolas y las bibliotecas a Google. Pero lo que estas nuevas tecnologías no pueden ni podrán suplir es la riqueza del contacto persona a persona –no, la web cam no cuenta-, incluyendo las infinitas variantes que mirarse a los ojos incluye, la actividad física –¡no, Maurito, con la Wii no hacés ejercicio!-, que día a día decrece, al ritmo del aumento de la obesidad infantil. Para acceder al texto original puede visitar: http://www.alrededoresweb.com.ar/notas/el-espacio-de-los-espacios.htm