La reciente y concurrida celebración del denominado Viernes Negro, junto a la presencia ese día de figuras políticas recogiendo endosos en los predios de varios centros comerciales de Puerto Rico nos recuerda que en el País continúa operando una profunda crisis democrática en la que el sentido de lo público sigue desvaneciéndose y la participación ciudadana se mantiene aferrada a lo que dictan las marcas y espacios de consumo. En este contexto, actividades fundamentales de la convivencia social como la producción de arte, la confraternización familiar, los intentos de ejercer prácticas solidarias y las posibilidades de espontaneidad a través de encuentros ciudadanos, quedan rezagadas y subyugadas a las agendas de centros comerciales, a los reglamentos de terratenientes corporativos de costas, entre otros estatutos que venden una versión de “fin público” dictaminada por los principios de oferta y demanda. En fin, convivimos en un régimen social que le otorga primacía a versiones de identidades individualizadas, según lo establece el mercadeo de marcas y la capacidad consumista de las personas. Nos definen acorde a lo que consumimos.
En su trabajo académico sobre la integración de modelos inclusivos y no-sexistas en la planificación de ciudades, la geógrafa española Anna Ortiz Guitart expone que los espacios públicos y las ciudades deben pensarse a base de cuatro principios fundamentales: accesibilidad, autonomía, sociabilidad y habitabilidad. Las propuestas de inclusión espacial e invitación ciudadana esbozadas por Ortiz Guitart contrastan con el estado actual del ordenamiento territorial en Puerto Rico. Las posibilidades de utilización de espacios públicos diversos y fluidos quedan objetadas por políticas de marginación, tanto en el plano infraestructural, como en el ámbito discursivo. Es precisamente el deterioro y abandono material de lo urbano lo que lleva a tantas personas a adoptar discursos y percepciones de miedo e inseguridad a la hora de evaluar calles y plazas públicas para propósitos de recreación y confraternización. De esta manera se socava la relevancia espacial de lo público y se normalizan las prácticas de movilidad ciudadana hacia aquellos entornos mercadeados como “seguros” y “cómodos”, y en los que sobresale el imponente centro comercial con sus amplios estacionamientos utilizados como referentes de encuentros sociales.
Ante este panorama de identidades y dinámicas espaciales basadas en el consumo y la exaltación de marcas comerciales, podemos resistir y pensar en nuevos modelos apelando a un trabajo comunitario de base que sea capaz de desarrollar estrategias dirigidas a rescatar los espacios públicos desde la óptica de la accesibilidad, pluralidad y habitabilidad. En la última década, ha sobresalido el trabajo de varios colectivos que han adoptado proyectos que aspiran a romper con estigmas de inseguridad espacial a través de la ejecución de actividades públicas que apuestan a diversos tipos de arte, los deportes y diferentes campañas de educación popular. Este tipo de acercamientos comunitarios que revitalizan nuestros espacios públicos por medio de estrategias horizontales e inclusivas han encontrado éxito en entidades como el Centro de Acción Urbana, Comunitaria y Empresarial de Río Piedras (CAUCE) de la Universidad de Puerto Rico. En el lado del arte, debe destacarse el gran trabajo realizado por colectivos como el Circo Nacional de Puerto Rico, Vueltabajo y otros que semana tras semana brindan alegría, al tiempo que rompen con los discursos que señalan a las calles y plazas públicas como espacios de miedo.
Son precisamente elementos tan espontáneos como la dramatización teatral, la plática inesperada de la esquina, el baile y hasta los festivales de la niñez en la plazas de recreos los que contribuyen a proveer un sentido de “vigilancia natural” en los espacios públicos, según exponen Mireia Baylina, Anna Ortiz Guitart y María Prats Ferret en el ensayo “Cotidianidades urbanas de la infancia y la adolescencia en el espacio público”, publicado en Espacios públicos, género y diversidad: Geografía para unas ciudades inclusivas (2014). Esta idea también la contiene el artículo de Ortiz Guitart: “Hacia una ciudad no-sexista: Algunas reflexiones a partir de la geografía humana feminista para la planeación del espacio público”, publicado en la revista Territorios en el 2007.
En esta vigilancia (“natural”) simbólica, la seguridad no necesariamente se mide por la cantidad de patrullas o un aumento en el número de oficiales policiales. Por el contrario, es la presencia de gente diversa durante diferentes horarios lo que contribuye al surgimiento de percepciones alternativas basadas en nuevos sentidos de seguridad callejera que invitan a la sociabilidad de los espacios públicos. Los circos, los encuentros ciudadanos espontáneos y la promoción de prácticas democráticas e inclusivas en espacios públicos no solo proveen la posibilidad de “vigilancia natural” ciudadana, sino que además nos invitan a romper con estereotipos sociales. Es una invitación a humanizarnos sin que medie el juicio de nuestra capacidad como consumidores y consumidoras.
A tono con estos principios, resulta indispensable invocar la solidaridad hacia todos aquellos grupos que con militancia y sacrificios luchan por defender el acceso a lo público. Es menester reconocer el trabajo titánico de los colectivos Amigos del M.A.R. y la Coalición Playas Pa’l Pueblo. Durante la última década, este grupo de puertorriqueños y puertorriqueñas han garantizado la permanencia de una parte de la playa de Isla Verde como recurso público ante los intentos del Hotel Courtyard Marriott y el Municipio de Carolina de privatizar el acceso a un entorno que nos pertenece a todos y todas. La gesta de estos compatriotas es admirable y establece un importante precedente de defensa de lo público en Puerto Rico.
Las plazas y las playas le pertenecen a todas las personas, sin importar su condición social, clase, identidad y vínculo afectivo o colectivo. Defendamos su permanencia como tesoros públicos y espacios accesibles, sociables, espontáneos y habitables. Igualmente, defendamos la pluralidad a través del respeto a las diversas formas de expresión y representación de los grupos heterogéneos que podrían converger en aquellos espacios que resulten de nuevas miradas y modelos de lo público. Objetemos que marcas comerciales se apropien de las calles, playas y plazas, y delimiten el acceso ciudadano, tal y como sucede en numerosos eventos promocionales, así como en constantes propuestas de planificación urbana y costera. En todo país que desee proyectarse como inclusivo y participativo, la democracia es una falacia cuando fuerzas que solo buscan el lucro privado son provistas del poder de reservarse el derecho de admisión a los espacios públicos. Somos mucho más que lo que consumimos.
El autor es profesor de Geografía en el Departamento de Ciencias Sociales en la Universidad de Puerto Rico en Humacao. Esta columna fue inspirada luego de un incidente en el que la Policía Municipal de Caguas le negó el acceso a él y otros colegas universitarios al evento cultural “Al Fresco Culinary Fest” el pasado 30 de octubre, bajo el argumento de que no podían entrar a la actividad con maquillaje en la cara.