Ya mucho hemos leído sobre los cinco libros que el Departamento de Educación (DE) decidió dedocráticamente eliminar del currículo escolar. El Gobierno ha defendido la censura insistiendo que hay que proteger a nuestros niños de palabras soeces o con matices sexuales… ¡como si hubiera alguna palabra referente a un acto sexual que un alumno de tercer o cuarto año no haya escuchado, dicho o incluso llevado a cabo en carne propia! El Secretario de Educación fue más allá y aseguró que entiende que su departamento tiene el deber de decidir qué es y qué no es apto para los estudiantes dado que opera “in loco parentis” (y no, eso no quiere decir que ellos sean nuestros “padres locos”… ¡aunque si les cae el sello, que se lo pongan!). Me pregunto cuál será el próximo paso lógico de nuestro venerado DE en su afán de proteger de las crudezas del mundo exterior a nuestros inocentes estudiantes. ¿Censurarán la música que pueden escuchar en su tiempo libre? ¿Los programas de televisión que pueden ver por la noche? ¿Las frases que pueden escuchar por la calle? Ciertamente todo su entorno les enseñará cuanta mala palabra exista, y un número inimaginable de frases de doble sentido con matices sexuales: ¿no sería mejor que si van a aprender sobre alguna barbaridad semejante lo hagan en un ambiente donde se discuta el tema con madurez (como se haría en el salón de clases) y no escuchando el último éxito del regguetonero del momento? Quizás lo mejor sea regresar a los tiempos cuando en la escuela se enseñaba y en la casa se educaba. En efecto, recuerdo cuando el Departamento de Educación se llamaba el “Departamento de Instrucción Pública”, en aquella época cuando se limitaba a enseñarnos matemáticas, español e historia, y no se auto-imponía la augusta misión de ser un padre putativo que nos educara en todas las facetas de la vida. ¿Y saben qué? ¡Yo lo prefería así! Padres ya tenemos en nuestras casas. ¿Cómo podemos pretender que un organismo gubernamental que no tiene ni el grado de organización necesario para abrir nuestras escuelas a tiempo pueda impartirnos lecciones de vida y hacernos hombres, mujeres (¡y ratas!) de bien? Me parece que todo esto responde a un creciente y alarmante grado de apatía y vagancia de los padres: ese afán de que los hijos nos los mantenga otro, nos los cuide otro y nos los eduque otro. ¡No! Debemos volver a nuestras raíces de pueblo: que el Departamento de Educación nos instruya en las materias que nuestros padres no nos pueden enseñar (¡dado que ellos ya se olvidaron de todo lo que aprendieron en la escuela!), y que en el hogar nos eduquen como sólo los padres lo pueden hacer. De esta manera, si los hijos salen maleducados, será completamente culpa de los padres… ¡como Dios manda! El autor es colaborador del periódico humorístico El Ñame: www.elname.com