Dos espacios distintos con necesidades y desafíos similares, dos comunidades insertadas en ambientes con realidades violentas, cuentan con el apoyo del proyecto Niños Nueva Esperanza, en Toa Baja, y CREARTE, en Río Piedras. Ambas iniciativas reflejan la importancia de la autogestión comunitaria para aprender a lidiar con dificultades sociales. La esperanza es el nexo entre estas dos gargantas que gritan: “cambio”. Proyecto Niños Nueva Esperanza Ya son más de las tres de la tarde. Próximamente sonará la campana de las cuatro, la que dirige (o pretende hacerlo) a un grupo de niños y jóvenes hacia otro salón. El fraile franciscano Eddie Caro Morales me da la bienvenida a su “casa” en Sabana Seca. Nos sentamos en el recibidor que acoge al grupo de vecinos que toma talleres en este centro de enseñanza, que nace por la esperanza de una comunidad en Toa Baja. Todos los días, más de cien niños y adolescentes frecuentan espontáneamente las aulas del Centro Niños Nueva Esperanza. Escuchan las cátedras porque desean cambiar de canal. Dejan a un lado su entorno, más que violento o inseguro, para desafiar la realidad. La suya. Dos terceras parte de la población de Sabana Seca se encuentra bajo los niveles de pobreza; este mismo número de personas no ha finalizado el cuarto año de escuela superior, y la mitad de las familias son dirigidas por madres solteras, según revela el Estudio de Fortalezas y Necesidades de 2003, a cargo del profesor José Seguinot, de la Escuela de Salud Pública del Recinto de Ciencias Médicas de la Universidad de Puerto Rico.
A este panorama, hay que sumarle la coexistencia con un entorno agitado. El proyecto Niños Nueva Esperanza comparte buzones con un mundo que no mide consecuencias cuando el negocio de la droga pide cuentas. En días recientes, esta comunidad fue marcada por la muerte: la masacre de la Tómbola, suceso que aún Puerto Rico entero llora. Eddie, quien funge como director ejecutivo del Proyecto, prefiere no hablar del tema. Sólo dice que “inquietaba este lugar (Sabana Seca), por eso vinimos (los frailes) expresamente a Los Bravos. Estábamos cerca, pero nos metimos más de cerca en la comunidad”, indica luego de explicar que, para dividirse las responsabilidades, unos frailes trabajan en la parroquia, mientras otros moran en la comunidad. “Todas las realidades desafían, pero hay realidades que desafían más que otras”, sostiene el religioso. Para Eddie no se puede hablar de problemas en Sabana Seca, sino de desafíos. Mientras el fraile, con ademán pausado, conversa, interrumpe un entra y sale de chiquillos con madurez en el lenguaje corporal (y en los ojos). Tienen un “tumbao” particular, un cierto “fronte” de muchachos que han visto mucho. También llegan madres. Saludan. Alguna de ellas —voluntariamente— reparte la merienda, un poco de jugo y un bizcochito. Me ofrecen. Bebo. Como. “El trabajo voluntario es vital para el proyecto; es el motor que nos hace arrancar”, explica el fraile, luego de darle direcciones a los jovencitos para que se enfilen hacia su clase de teatro. Ellos ríen. Bromean un poco. Parece que todavía no quieren actuar. Eddie les habla más fuerte. Se van. Desde hace 11 años, en el Centro Niños Nueva Esperanza se ofrecen servicios educativos (tutorías, alfabetización de adultos, talleres de computadoras) y psicosociales (terapias psicológicas, del habla y el lenguaje; talleres psicoeducativos con adolescentes y socioculturales), además de ballet, piano, música, arte, tenis, natación, baloncesto, voleibol, teatro, cine y yoga. Hasta 15 jóvenes de entre 13 a 16 años participan en la realización de una publicación anual, titulada Seca Sabana. Con éstas y otras iniciativas, los frailes franciscanos han colaborado para que la propia comunidad se empodere. Se ha desarrollado un nivel tal de cohesión, que la comunidad tiene programas de autogestión que gozan de respaldo entre los residentes. Los religiosos les dieron a los ciudadanos las herramientas para comprender la necesidad de ser una comunidad organizada que vela por sus intereses. Este grupo de frailes seleccionó desde hace más de 30 años a Sabana Seca para “refundar la orden franciscana en Puerto Rico”. Formaron lo que se conoce en América Latina como “casas de inserción”, religiosos que se trasladan a comunidades con necesidades especiales, para convivir entre los residentes. Salen de la edificación (el templo), para enrollarse las mangas y servir con devoción, solidaridad y desprendimiento directamente en las zonas que lo requieren. Sentido comunitario “Todo sentido comunitario es dinámico y procesal, mientras más cerca esté de la comunidad, uno se da cuenta de la vida. Las comunidades son organismos vivos y dependen del mismo ritmo de vida, crecen. Uno se hace vecino de la gente, los problemas del espacio también son nuestros, uno vive en comunidad”, manifiesta quien habitó en el umbral del Proyecto en una casa de madera con otros dos frailes, Reinaldo Dávila y Baudilio Lorenzo. El Centro Niños Nueva Esperanza, el edificio que hoy resguarda los objetivos de estos frailes franciscanos, es una obra en colaboración con la Universidad de Puerto Rico bajo el programa de diseño comunitario de la Escuela de Arquitectura dirigido por los profesores Edwin Quiles y Elio Martínez Jofre. Con algo de prisa en su voz (es que ya la oficina está atestada de gente, pues son un poco más de las cuatro), Eddie afirma que estos procesos de alianzas y convenios son aspectos fundamentales en toda iniciativa de autogestión comunitaria. Según su experiencia, los vínculos enriquecen la gestión porque combinan recursos a veces económicos y otras veces humanos, como el intelecto y el talento. Ahora es cuando pienso que Sabana Seca tiene un oasis de solidaridad. Agua para el espíritu. Debo dejar de pensar. El tiempo para la entrevista se acaba. El fraile se levanta. Con una muy sincera sonrisa, me despide. Ya mis dudas sobran. Parece que es hora de trabajar. CREARTE Íconos coloridos inundan la vista que voy poco a poco perdiendo. Camino por el pasillo principal y veo abrazos. Se respira una atmósfera de cariño. Raro. Al menos, esa fue la primera impresión. Pero agradable. Ésa fue la segunda. Me toca ingresar a una especie de claustro escolar alrededor de un contexto difícil, agresivo. En mi segunda visita a comunidades con proyectos concretos de autogestión comunitaria, me encuentro en CREARTE, un esfuerzo de servicio a la comunidad de San José en Río Piedras. Esta iniciativa, según me cuenta Brenda Liz Santos Hernández, directora ejecutiva del Centro y psicóloga de profesión, surge como resultado de la reflexión de un grupo de jóvenes católicos que viajó a un encuentro con el Papa Juan Pablo II en el estado de Denver. “(Los misioneros) llegaron bien pompeaos”, dice. Trabajaron con el productor de eventos Miguel Ubiña (productor del grupo musical Menudo), quien había hecho trabajo de comunidad. También se unió el actual obispo de Caguas, Rubén González Medina, antes párroco en San José. Este junte genera la idea de trabajar la prevención con jóvenes. Entonces, nace CREARTE, un proyecto que aspira a que los mismos residentes tomen sus riendas, para que el Centro, con 50 años de construido, vuelva a ser suyo. Son más de las cinco de la tarde de un jueves. Este día, en las instalaciones de CREARTE, el baloncelista Ricardo Dalmau imparte clínicas deportivas gratuitas para todos los participantes del programa. Son muchas las sonrisas. Unos por un lado de la cancha, otros bajo el aro. El “tum, tum, tum” de los balones contra el piso armoniza mi historia. El eco de la cancha retumba.
De momento, paro. Detengo la pupila sobre los casi 120 estudiantes que con emoción botan la bola. Todavía, como revela Brenda, hay 250 personas esperando por entrar al proyecto. No hay espacio para atender todas las necesidades de un área con una población de un poco más de 20 mil personas. Aparte, en CREARTE durante el día, se le imparten clases a 35 desertores escolares. Mientras Brenda y yo charlamos, esquivamos alguna que otra pelota que, descarrilada, amenaza con golpearnos. Pero los golpes que podríamos recibir no se comparan con los que sufren muchos de estos niños y jóvenes. Ésa ha sido la realidad que les tocó vivir. “La población está bien expuesta a la droga”, confiesa la psicóloga. Las escenas de violencia también manchan las paredes de aquel ambiente. Hace cuatro años, el Centro recibió la noticia de que uno de sus miembros, un joven trompetista de la Escuela Libre de Música, fue asesinado. “La situación en la calle se agudiza más y más; se están rompiendo los códigos de lo que es el narcotráfico. Muchos menores se están muriendo, porque son blanco fácil para este mundo”, sostiene Brenda mientras abraza a una de las chiquillas, que vino a saludar, no a su maestra, sino a su facilitadora. CREARTE opera con un vocabulario propio. Los maestros no son maestros, sino facilitadores; los salones no son salones, sino ambientes. Y eso de abrazar, tiene que ver con una expresión afectiva, muy necesaria para desarrollar destrezas de control de las emociones, en el sentido que se da y se recibe a través de intercambios sensoriales. Se emplea, como explica Brenda, un modelo de inteligencia emocional y de inteligencia múltiple. La directora ejecutiva revela que la autoconciencia es vital para el control de las emociones. “El problema de estos muchachos es que aprendieron con el puño”. La educadora admite que “no es mágico el cambio”. Sin embargo, con una sonrisa optimista, señala que “no es imposible”. “CREARTE puede tener debilidades, pero una de las carencias de las familias de hoy día es que no se dan cariño. Aquí, exponiéndoles las herramientas, ayudamos a que adquieran noción, porque en sus entornos las cosas se manejan de forma diferente, no les enseñaron a manejar el coraje”. En este Centro, que ofrece talleres vespertinos, con una moderna biblioteca abierta también a la comunidad general de San José, todos los años se selecciona un valor y un lema. Esto para que los miembros cobren conciencia de, por ejemplo, la equidad o la solidaridad o la empatía. También consignas como “seamos justos” se trazan por aquellas paredes. Como lo oyen constantemente, “lo van a empezar a entender”, dice la especialista. De esta forma, el arte es un elemento fundamental. Disciplinas como danza (bomba y plena), teatro, literatura y dibujo forman parte del currículo que enseñan profesores con vasta experiencia en el mundo de las artes. Este es el caso de la coreógrafa de danza contemporánea Ñequi González Martínez, quien dirige el programa “Crea tu arte”. “El arte contribuye a canalizar la rabia. Es una excelente herramienta para ayudar a lidiar con diferentes problemáticas, cuestionamientos y curiosidades de distintos tipos”, asegura la también facilitadora y bailarina que trabajó en una comunidad con “desafíos” similares en el Bronx. “El arte es transformación”, me responde una de las niñas cuando la distraigo con mis preguntas de su práctica de baloncesto. Igual, luego de encestar, y al ver que ya me iba, me regaló un abrazo. __________________________________________________________ NOTA: La facilitadora y periodista Gloribel Delgado comparte su experiencia en CREARTE. Para escuchar a la gente por Gloribel Delgado Esquilín Trabajar en un barrio es sinónimo de intensidad. Hay tanto que aprender y dar que los días se pasan volando. Llevo 6 años ofreciendo talleres artísticos en comunidades de escasos recursos en y fuera de Puerto Rico y puedo asegurar que esta experiencia ha multiplicado mi amor por la gente. Cuando comencé a dar talleres me moría de pánico. Nunca había dado clases. Mucho menos, me había parado frente a un grupo de 15 a 20 personas -de diferentes edades y procedencias- a transmitir conocimientos. Para ese entonces, un amigo me preguntó: “¿sientes pasión por lo que haces? “. Definitivamente, le contesté. “Pues trasmítela a la gente”. Y justamente ese ha sido mi camino. Pero también, aprendí uno de los mejores consejos dichos por el Dr. José Vargas Vidot, Director Ejecutivo de Iniciativa Comunitaria: “Escucha a la gente”. Esta ha sido mi encomienda. Escuchar y desarrollar la voz de la gente a través de talleres de escritura creativa, radio, guiones para documental, prensa escrita, arte y periódicos comunitarios. Puerto Rico tiene un inmenso caudal artístico y humano que todavía no ha explotado a nivel nacional. Hay mucho talento en los barrios. Escritores y escritoras dispuestos a publicar; locutores y locutoras innatas; comunicadores, actores, bailarines y artistas plásticos que día a día improvisan su arte en las paredes, libretas escondidas, centros comunales y noticias silenciadas por la prensa local. La imagen trillada que los medios nos machacan y nos hacen tragar por ojo, nariz y boca, de que los barrios son sinónimo de drogas, tiros, muerte y analfabetismo está impregnada en el subconsciente colectivo. Basta con darse la vuelta por muchos barrios del país, para presenciar otras realidades. En algunos hay violencia. Pero también existe poesía. En muchos se vende droga, pero también abundan los sueños, la gente fajona y las ganas de echar pa lante. En el barrio Villa Santos, en Loíza, conocí mujeres poderosas que pescan, cocinan, son artesanas, costureras, escritoras y productoras de encomiendas sociales; en el sector Las Monjas de Hato Rey presencié como un grupo de boricuas y dominicanos se han integrado felizmente y se ríen de los prejuicios creando parodias de su realidad social; en Toa Baja conocí a una comunidad de ciegos que transformaron sus cuentos, sueños y recuerdos infantiles en una obra teatral; en la barriada San José de San Juan, he presenciado el talento de jóvenes y niños que cantan, bailan, pintan y crean cuentos de manera espontánea. Las vivencias son muchas, pero una de las que más me ha tocado fue dar talleres de teatro y escritura creativa en la Escuela Horacio Quiroga, en el Barrio de Barracas, en Buenos Aires, Argentina. El año pasado creamos un proyecto literario con chicos y chicas de Paraguay, Bolivia y Argentina. Junto a la Editorial Eloísa Cartonera, ubicada en el Barrio La Boca, creamos libros de cartón que publicamos junto a varios jóvenes de 8 a 12 años. Digo, que esta experiencia me marcó, porque descubrí algo maravilloso. Allí, al igual que en Puerto Rico, los chicos se deslumbraron escribiendo sus historias fantásticas. Utilicé los mismos ejercicios de escritura creativa que llevo años compartiendo acá y los chicos respondieron con toda naturalidad. Descubrí, que en esencia, la gente quiere contar su cuento, ser valorado y amado. Sin importar su procedencia o lugar de origen. Comprendí que compartiendo desde la esencia, se borran las diferencias y finalmente nos hermanamos. Para ver la edición de noviembre-diciembre de Diálogo en PDF haga click aquí