Paul Auster ya había hecho una aproximación a su vida con su anterior libro ‘A salto de mata’, en el que contaba la historia de su juventud, sus años de entrada en la literatura y sus experiencias más personales, como la muerte de su padre, hasta frisar la edad de los treinta años. En el libro que este año se ha editado, ‘Diario de invierno’, el escritor estadounidense, deja la novela para retomar el género autobiográfico y retratarse desde la madurez y la experiencia que los años otorgan.
Lo primero que llama la atención de ‘Diario de invierno’ es el paso de la primera persona a la segunda. Auster deja el ‘yo’ desde el que escribió ‘A salto de mata’ para tomar un ‘tú’, en el que se dirige a sí mismo en este libro. La segunda persona, en este caso provoca un efecto más literario y distancia al narrador de los hechos, que parece observarlos como un testigo, lo que precisamente indica la madurez desde la que Auster pasará revista a su vida.
Si en ‘A salto de mata’, el de New Jersey se limitó a hablarnos de su juventud, sus viajes y sus problemas de dinero una vez sentada la cabeza, esta obra es más exhaustiva y abarcadora, de forma que, sin repetirse demasiado, toca temas ya mencionados en su anterior autobiografía, pero los desgrana desde diferentes puntos de vista, arroja otra luz, los confronta desde el presente.
‘Diario de invierno’ es una autobiografía que no sigue un orden cronológico. Confeccionada a través de retazos, como un gran collage, de forma un tanto caótica, que da la impresión de que asistimos a un largo monólogo por parte del autor, que va hilando sus pensamientos de manera casual, a medida que unos le llevan a otros.
Auster opta en la obra por centrarse en los aspectos más cotidianos de su vida: las mujeres que ha conocido, los lugares en los que ha estado, el duelo por la muerte de su padre o su madre, el nacimiento de sus hijos… Es decir, se trata de unas memorias de un escritor en las que la literatura apenas aparece. Esta decisión, que sin duda es premeditada, creo que obedece al deseo del autor de retratarse como un ser humano más, cuyas experiencias constituyen buena parte de lo que es.
No obstante, no se debe buscar en ‘Diario de invierno’ al Auster traductor, al poeta, al especialista en poesía francesa. No se debe esperar encontrar a qué autores adora u odia, de cuáles es amigo o a quién no soporta. Auster medita sobre diversos temas: la edad, la muerte, la culpa, el destino… Y aunque eso nos puede hace entender mejor sus novelas (esa obsesión, por ejemplo, por el azar, que parece venir desde que, de pequeño, un amigo suyo cayo fulminado por un rayo a su lado), la literatura en sí no es el tema sobre el que gira la obra.
Aunque siga manteniendo el buen pulso que le caracteriza y que hace de él uno de los grandes narradores norteamericanos contemporáneos, hay ocasiones en los que la manía por hacer listas exhaustivas lastra un poco el texto (obsesión por la enumeración que también aparecía en la autobiografía de Isaac Asimov; curiosamente, ambos son judíos). Como por ejemplo, cuando Auster pasa revista a las chicas con las que ha estado o le dedica cerca de sesenta páginas a censar todas las casas en las que ha vivido, con sus correspondientes detalles.
Pero en todo caso, esto no empaña un conjunto que por lo demás es interesante. Auster hace gala de su maestría cuando, por ejemplo, relata un ataque de pánico tras la muerte de uno de sus padres.
“Notas cómo la cafeína te va acelerando el ritmo cardíaco, prendiendo en ti y excitándote los nervios. (…) En tu cabeza hay un zumbido que antes no estaba, un ruido grave y mecánico, un bisbiseo, un runrún, como procedente de una radio fuera de sintonía, y cuanto más café bebes, más percibes que cambia tu cuerpo, menos sientes que estás hecho de carne y hueso. Ahora te estás convirtiendo en algo metálico, en un cacharro oxidado que aparenta vida humana. (…) El ataque empieza simultáneamente por dentro y por fuera, una súbita sensación de presión procedente del aire que te rodea, como si una fuerza invisible intentara clavarte al suelo con silla y todo…”
En suma, ‘Diario de invierno’ constituye unas lúcidas memorias hechas desde la madurez y la sobriedad que ésta aporta, un vistazo a la vida que valora las cosas importantes y que nos deja ver un poco más al Auster que veíamos de refilón en el fondo de sus novelas.
Fuente Papel en Blanco