Guillermo Rebollo Gil es ensayista, poeta, sociólogo, abogado y profesor universitario. También es parte del grupo de colaboradores permanentes de Diálogo Digital. A continuación, su más reciente colaboración, situada en la Universidad de Puerto Rico.
El don trabaja para la Capitol. Tiene a su cargo el cruce tras la caseta en la entrada principal del Recinto. Yo le pongo sesenta años. Soy bien malo adivinando la edad de las personas. Prefiero adivinar su historia. El don no parece guardia. Viste el uniforme de la manera en que lo vestiría alguien que no acostumbra disfrazarse para Halloween pero se vio forzado a asistir a una fiesta de disfraces para complacer a alguien y pues, se vistió de guardia. Las compañías privadas de seguridad emplean a miles de personas así —dones y doñas, vestidas de una cosa que no son pero no tienen de otra.
Eso intuyo en el saludo que me obsequia el don mientras cruzo. “Hola, papá. ¿Todo bien? Vaya bien. No te mojes”. El hombre saluda como quien descubrió la cura para una enfermedad terrible y la regala, a pesar de haber una fortuna en descubrimientos y curas. Adivino que el don en otra vida hizo una fortuna que perdió a causa de no saber administrar el dinero que le restaba luego de cuantiosas donaciones y regalos a gente random. Si me lo encontrara en cualquier otra parte del país no lo reconocería fuera de las líneas blancas en la calle que cruzo para llegar a mi salón. Si me lo cruzara vestido de civil, seguro olvidaría sonreírle, extenderle la mano. Soy bien malo mirando a la gente a los ojos. Me cuesta saludar. Es una fortuna que no comparto —tanto cariño desperdiciado en una bóveda, bien adentro de mí, cogiendo polvo.
“Buen día, miss, buen día. Cuidao al cruzar ahí”. Adivino que el hombre nació para interrumpir el tedio, el dolor, la desconexión y/o la soledad cotidiana de los miles que hacemos entrada al jodiísimo mundo de un día más. Solo que el mundo no supo bien qué hacer con él y lo vistió de guardia en la Universidad. Intuyo que el hombre perdona al mundo con cada saludo que ofrece a otros y otras, más o menos maltratadas como él, pero vestidas según su preferencia.
El don nos recibe como si todos fuéramos sus preferidos y preferidas; como si en otra vida le hubieran dado a escoger entre una fortuna y mirar a desconocidos a los ojos con genuina alegría, y optó por ganarse la vida de guardia en la Universidad. En este jodido mundo es la única manera de vernos a todos y todas pasar.