Lo que se dirime hoy en la Universidad de Puerto Rico es la posibilidad de una educación de excelencia disponible a todos los que estén dispuestos a luchar por ella. Luchar, en mi acepción, es competir académicamente por esa educación, además de defenderla en otros frentes que ahora se traslucen como políticos y éticos. En términos políticos, el ELA fortuñista no defiende la universidad pública, no le es pertinente, no cabe en el esquema de sus afectos. Se trata de una clase social que desprecia, rechaza, se entrena, en la minusvaloración de todo lo que signifique la educación que se gesta y produce en el país, en el sentido martiano de “nuestra América”. Educarse, para el fortuñista y el sector de la clase social que representa, es entrenarse en la uniperspectiva del alienado pseudo-educado, del VIP chic, por lo que la UPR no constituye un lugar para ello. Su ignorancia es tanta que desconoce que también en las instituciones norteamericanas se piensa inteligentemente. Para su perjuicio, podrían estudiar fuera, pero continúan sumidos en la ignorancia del simio imitador, en la mimesis acrítica del colonizado. Por más colores que ostenten sus togas después de graduarse, no habrán aprendido nada.
Defiendo una universidad pública de excelencia en donde sus estudiantes y profesores -una díada indisoluble- logren poner en entredicho todo. En este momento, eso se traduce política y éticamente. Políticamente, manifestando una oposición evidente frente a la propuesta fortuñista de universidad. Éticamente, negándose a entrar a la universidad para impartir clases bajo el estado de sitio que significa la presencia de la Policía como custodio del “orden institucional”. El Presidente, la rectora, los decanos y todos sus organismos administrativos, desde la A a la Z no pueden plegarse a este mandato. Acatar la presencia de la policía en el recinto y disponerse a entrar allí con la policía adentro es éticamente irresponsable y vergonzoso. Aunque la vergüenza es un estado profundamente íntimo e individual, no exagero que pueda traducirse colectivamente desde el momento en que cada profesor y profesora comience a desfilar por cualquiera de las entradas del recinto para reunir a sus estudiantes el próximo lunes o el martes. La única forma de entrar al Recinto es negándose a acatar las expectativas de la administración realizando un acto público adentro frente a La Torre. Si la expectativa de la universidad fortuñista es que los estudiantes estudian y los profesores dan clase, nuestra respuesta definitiva a ese esquema educativo debe ser que no bajo esas condiciones, no donde el “orden” se mantiene, se promete, se amenaza y se consolida con la macana y el revólver.
En esta semana han circulado dos documentos valiosísimos firmados por dos sectores estudiantiles, aunque no sé si la palabra “sector” sea la apropiada. En uno, denominado “Proclama” se apela al amor, al diálogo, a la incondicionalidad de una universidad sin policía, a la posibilidad de llegar a un acuerdo. En el otro, firmado por Nicole Díaz, se explica por qué otro sector estudiantil apoya la huelga. Siento que ambos sectores estudiantiles tienen la razón. Aunque me llamen incoherente, me arriesgo a decir que después de leer ambos enunciados es dificil que alguien pueda optar por uno u otro lugar, una u otra alternativa. Ya no hay otra. Exigir que salga la policía del recinto es la única.
Los profesores y las profesoras no tenemos razón de ser en la universidad si no comenzamos por reconocer las diversas voces de los estudiantes, porque nuestra relación con ellos es una sola díada, una dupla indisoluble, como mencioné antes. No somos sin los estudiantes y a la inversa. En medio se haya la razón de nuestra relación, la educación, el conocimiento, el saber, y no la administración y la policía que aspira a dictaminar su orden. La administración ha exhibido con gran dramatismo su ineficiencia, su impotencia, su ignorancia, su mala fe, y se ha parapetado tras el orden bruto de la Ley, la Policía, su faz amenazante y vacía. Uno de los logros reales del estudiantado el semestre pasado fue demostrar el fracaso de la administración universitaria en los tribunales del país, a nivel de los tribunales de primera instancia y en el Tribunal Supremo. Otro de sus logros fue dividir el ánimo, persuadir con argumentos válidos a la Junta de Síndicos, nombrada por diversos gobernadores de una y otra filiación política. Es interesante que una de las más recalcitrantes fortuñistas, Igrí Rivera, fuera nombrada por Aníbal Acevedo Vilá. En ambas instancias, los estudiantes lograron disuadir con argumentos la mono-cultura fortuñista. La respuesta inmediata del proyecto universitario fortuñista ha sido aumentar el grupo de síndicos para que no se repita el desbalance sindical en la universidad y promover en el Tribunal Supremo a dos nuevos jueces, una de ellas la fiscal de la corte de distrito federal, nieta del dictador Trujillo, para ocupar una silla en el Tribunal Supremo de Puerto Rico. Desde Fortaleza y la Legislatura se construye la Universidad. ¿Qué nos queda?
Las propuestas de conciliación, las invitaciones al diálogo, las sensatas opciones de renuncia y resignación económicas para salvar al recinto, hechas por estudiantes, profesores, miembros diversos de la sociedad puertorriqueña, escritores, etc., tienen un término de caducidad. Han pasado meses desde que terminó el exitoso paro del 2009 y todavía la Rectora y su Presidente no se sientan a dialogar. Nombran comités en quienes depositan –como en un cesto de basura- las múltiples propuestas que han circulado. Poco a poco me voy distanciando de este espacio tan querido para contemplar mejor y sólo veo gestos organizados, propuestas simbólicas, proyectos económicos sensatos, pasiones bellas, amor no correspondido. Proponer treguas, someter propuestas, esperar que alguien cuyo rostro conocemos bien se siente a la mesa para conversar sobre una situación que no tiene otra solución que asumir sus consecuneicas con dignidad, resultan ser gestos insanos y vergonzosos a medida que transcurre el tiempo. Quedan allí, tirados en el vacío de una mesa a la cual nadie se sentó. Apostar a unos policías en el Recinto para que guarden su seguridad, amenazando con su presencia a estudiantes y profesores, y colocar afuera un cruzacalle blanco en letras negras a la salida de sus portones para demarcar el espacio de la expresión pública es insultante para el primer centro docente del país. Este acto de perversa provocación constituye la violencia. Personalmente, no entraré al Recinto ni reuniré a mis estudiantes en ningún sitio mientras el proyecto universitario fortuñista y la administración universitaria que los sirve no saque de allí a su policía. Bajo esas condiciones, no encuentro la forma de entrar a la Universidad a dar clases a mis alumnos sin que me llene de vergüenza, no acataré el mandato del orden dictado por el brazo tonto de la Ley. El conocimiento es mi única pasión, y que se imparta en un espacio de libertad, entre estudiantes y profesores es su única condición. Lo demás, todo lo demás, la administración corrupta y vampira que la ha dirigido por décadas, todos ellos sobran, a menos que estén allí para cumplir con su deber suplementario.
A menos que la administración se siente a dialogar con profesores y estudiantes a discutir de buena fe las múltiples propuestas que han sido sometidas esta semana, y a menos que se saque a la Policía del campus, la única alternativa es unirse a la propuesta de huelga. Es que una vez entra la Policía en la Universidad y la invade y acusa a sus estudiantes de drogadictos, y aduce Figueroa Sancha, Jefe de la Policía, que la Universidad es uno de los puntos de narcotráfico privilegiados del país, ya no hay gran cosa que hacer. Todos hemos sido tachados de delincuentes por ejercer una sola pasión: la del conocimiento en condiciones de dignidad. ¿Enfrentarse con la policía? No creo en los baños de sangre. Después de la negativa de todos, profesores, estudiantes, miembros de la HEEND, a entrar a la universidad sitiada, veremos cómo resolverá Fortuño la indignación del país al privar a miles de un empleo digno, lanzándonos en masa, sólo porque tenemos vergüenza, a la fila del desempleo. ¿Qué pasará con todos los estudiantes cuya vida se frustra al no terminar sus estudios? ¿Qué pasará al colocarlos en un impasse existencial con respecto a qué hacer con su vida y por cuánto tiempo esperar para que recuperen la universidad que se merecen, una universidad pública, de excelencia, de la cual no se averguëncen al entrar?
*Especial para Diálogo / Catedrática, Universidad de Puerto Rico.