–Se volvió loco, Barbarito. Hay que ingresarlo.
Las luces incendian los rostros de diez mil personas: una legión que antes sorteó una llovizna lenta, suave, casi infinita. Al coliseo Roberto Clemente llegaron de a bonche, de a uno, de a dos, abrazados bajo un paraguas o trizando los charcos del camino. Todavía a Barbarito, Barbarito Torres, la leyenda del laúd, no había que ingresarlo. Todavía los rostros, los cuerpos, no eran simulacro de aquella hoguera. Buena Vista Social Club llegaría después. Adiós Tour fue el nombre de su concierto último. Difícil despedirse de ellos. Difícil despedirse.
“No tenemos un lenguaje para los finales”, escribió el poeta argentino Roberto Juarroz, sin sospechar que quizá sí lo tenemos y acaso se parezca demasiado a la música o a aquello que esta hace posible. Pero volvamos al principio, al frío acondicionado del coliseo, al temblor que dejó en el aire la orquesta de Pupy Santiago previo al adiós de Buena Vista. Ahí está Danielito, ese chamaco de Barranquitas que le somete a las timbas como si cada noche fuese la última. Y en sus manos cada noche lo es. No por nada recibe un alboroto de pie. Llegaría un intermedio. Y al público, paciente, al público, en su mayoría adulto, lo esperarían dos horas de puro sabor y baile en el paréntesis de una loseta.
Buena Vista Social Club fue ante todo un lugar de encuentro. Un club donde el humo, los amores, las conversaciones y el baile le daban sentido a las cosas en un rincón de La Habana, Cuba. El club cerró. Pasó casi medio siglo y entonces –y sólo entonces–, tras el esfuerzo del músico estadounidense Ry Cooder, nació en la década de los noventa el dream team que conocemos hoy. Muchos ya no están. Y en las pantallas del coliseo Roberto Clemente aparecerán a modo de homenaje. Volverán a través de la música que antes se paseó por sus manos y gargantas: Ibrahim Ferrer, Compay Segundo; Pío Leyva; Manuel “Puntillita” Licea; Rubén González, todos en el pecho del Buena Vista Social Club, ese que ahora aparece ante un público que los recibe de pie.
Rolando Luna comienza una pieza al piano que mete miedo, Como siento yo, danzón que cala hondo e hiciera famoso Rubén González. Luna, como tantos otros músicos de este Buena Vista, pertenece a la nueva generación que, a fuerza de bandazos, se han hecho maestros. Entre ellos se encuentran Pedro Pablo Gutiérrez (contrabajo), Luis Alemañy (trompeta), la bolerista Idania Valdés y el cantante Carlos Calunga, dueño de una voz privilegiada. Le tocará el turno a Bodas de oro, Tumbao, Marieta, Bruca Manigua y Black Chicken.

El santiaguero Eliades Ochoa puso a gozar a los asistentes con varias interpretaciones. (Diálogo / Adriana De Jesús Salamán)
De a poco los asientos estorban. De a poco el frío mengua. De a poco, con su guitarra a cuestas, entra el santiaguero Eliades Ochoa y de sus cuerdas nacen los primeros acordes de El carretero. “Gracias por el cariño y el calor humano”, dice. Ochoa agradece al público y reivindica el estado de sus compañeros de generación con Estoy como nunca. Jesús “Aguaje” Ramos, el director del grupo, será el encargado de entonar Trombón majadero antes de que a la noche, como un rayo, la abra en dos Omara, Omara Portuondo, “la más sexy”, según ‘Aguaje’ Ramos, ochenta y cinco años, el temple de una multitud, la voz añeja, vital, de quien lo ha visto o escuchado todo. Lágrimas negras, 20 años y Bésame mucho hacen recordar esa línea de Luis Rafael Sánchez cuando sugiere que es cuadrada la eternidad de un bolero.
A Omara Portuondo nadie la para. Antes bailó y recibió aplausos. Ahora regresa junto al piano de Rolando Luna y recibe un papel que contiene ese rayo o tajo llamado En mi Viejo San Juan.
–¿Se la saben? –pregunta Omara.
Pregunta y se ríe, juguetona. Cantará un trozo. Y ya el arrullo de diez mil gargantas la arropa, alcanza una región extraña por indecible. Me voy, ya me voy/ pero un día volveré. Apenas unos rayos de luz la iluminan y el oleaje de las diez mil gargantas arrecia hasta que es ella quien última embiste. Cuesta entender su energía, aunque su voz dé cuenta del paso del tiempo. No me llores, canta ahora, y baila con su esposo Gilberto “Papi” Oviedo y anima a que los aplausos sirvan también de instrumento. Le sigue Quizás, quizás, quizás y recibe otra ovación.

Barbarito Torres y Gilberto “Papi” Oviedo tuvieron una destacada actuación. (Diálogo / Adriana De Jesús Salamán)
Omara se retira y regresa Eliades Ochoa. Compay Segundo aparece en las pantallas y al primer acorde de Chan Chan el Roberto Clemente, por séptima, por octava ocasión, vuelve a estallar. Entonces –y sólo entonces– Barbarito Torres comienza un solo imposible. Toca el laúd, en una pirueta confusa, de espaldas y sin mirarlo, y es fácil comprender por qué Carlos Calunga dice lo que dice.
–Se volvió loco, Barbarito. Hay que ingresarlo.
Le va quedando poco a la noche del sábado. A lo sumo tres canciones: El cuarto de Tula y Candela. Canciones que se extienden y sacan lo mejor del “Guajirito” Mirabal, que enciende con su trompeta a aquella legión que hace dos horas frotaba sus manos para espantar el frío. Antes, Omara Portuondo volvió al brazo de Carlos Calunga para entonar Dos gardenias, mientras le susurraba al oído quién sabe qué secretos.
Quizá un amor entre su corazón y el nuestro.
- El pianista /Foto por Adriana De Jesús Salamán – Diálogo
- Jesús Aguaje Ramos/ Foto por Adriana De Jesús Salarán – Diálogo
- Elíades Ochoa /Foto por Adriana De Jesús Salamán – Diálogo
- Contrabajo /Foto por Adriana De Jesús Salamán – Diálogo
- Omara Portuondo /Foto por Adriana De Jesús Salamán – Diálogo
- Omara Portuondo /Foto por Adriana De Jesús Salamán – Diálogo
- Omara Portuondo /Foto por Adriana De Jesús Salamán – Diálogo
- Papi Oviedo /Foto por Adriana De Jesús Salamán – Diálogo
- Papi Oviedo y Omara Portuondo /Foto por Adriana De Jesús Salamán – Diálogo
- Elíades Ochoa /Foto por Adriana De Jesús Salamán – Diálogo
- Barbarito Torres y Papi Oviedo /Foto por Adriana De Jesús Salamán – Diálogo
- Con la bandera de P.R. /Foto por Adriana De Jesús Salamán – Diálogo