Este texto completa una trilogía de historias sobre el narcotráfico en Puerto Rico. En la primera, titulada “Hablan las ex parejas de narcotraficantes“, narramos las experiencias de dos jóvenes enamoradas de narcotraficantes. En la segunda, “El narcotráfico te lo quita todo“, entrevistamos al hijo de una narcotraficante, quien actualmente cumple cárcel en el extranjero. En la historia que presentamos a continuación mostramos al sórdido mundo de dos traficantes que, por dinero, llegaron a cometer delitos atroces.
El propósito de esta trilogía es presentar pinceladas de una humanidad perdida en el negocio de las drogas, un problema real que está consumiendo la tranquilidad y el futuro de muchas familias en Puerto Rico. A estas historias las vincula un final positivo: todas pudieron salir del terrible laberinto que los ataba.
Son dos historias bastante parecidas. Narcotráfico, asaltos, balas y cárcel. Luego la renovación. Dos hombres declaran sentirse avergonzados. No quisieran recordar. El recuerdo lo utilizan como un detente, testimonio fidedigno para que otros no pasen por lo mismo.
Esteban tiene 53 años. A los 12 se mudó a un residencial del norte de la Isla, donde se crió. A los 13 abrió un punto en su caserío. Al tiempo, él mismo lo cerró. “No me gustó trabajar con la heroína porque veía cómo la gente se curaba…y por los niños, decidí no permitir que nadie en el residencial volviera a meter heroína”, narró.
Según explicó Esteban, al sacar la heroína del residencial decidió trabajar con marihuana. Mensualmente “movía” de 400 a 500 libras en el vecindario y en otros puntos del mismo pueblo.
“Ya a los 15 años tuve mi primer caso con la justicia. Me cogieron en una venta de 10 libras de marihuana. Me enviaron para un programa de menores. Cumplí el tiempo debido. Luego metí ‘perico’ en el caserío, empecé a bregar con la cocaína. Estaba trabajando con cocaína y con marihuana. También le di oportunidad a otros muchachos que se criaron conmigo en el residencial de que pusieran su punto”, confesó.
A los 16 se enfrentó a su segundo caso, el que nuevamente lo lanzó —seis meses más— a un programa de menores. “Luego a los 18 tuve otro caso, ya como era un adulto fui a parar a la cárcel 308 en Bayamón”, recordó.
Así pasó la mayor parte de su juventud, de cárcel en cárcel. “Mi récord en prisión es de respeto. Me decían ‘el viejo’ por la trayectoria que tenía y lo que yo representaba. En la prisión, pelié mucho con otros convictos; viví entre puñaladas y muertes”, comentó.
Esteban asegura que la persona que entra al narcotráfico lo hace por dinero. “Tú sin dinero no eres nadie. Ahora pienso diferente porque ahora con lo que tengo soy más feliz que con lo que tuve antes”.
“El narcotráfico es la forma de hacer dinero bien rápido. En una día me hacía cuatro o cinco mil dólares diarios. Hasta 10 mil dólares diarios. Como entraban se iban. Crecí con el lema de que cuando me arrestaran los federales no se iban a quedar con lo mío”, relató.
Mientras se dedicó “al negocio”, dice Esteban, se expuso a múltiples tiroteos y atentados de la Policía. Fue bastante atrevido. Recuerda que para esos años conoció a muchos policías corruptos. Salía de prisión y continuaba con su red de narcotráfico. Cometió muchos delitos, recuerda. En una ocasión estuvo día y medio batiéndose a tiros con agentes.
“Cuando tenía 17 años, la misma Policía había intentado matarme. Pero decían que yo era muy peligroso. Aunque también era una persona que todo el mundo quería, porque ayudaba a todo el mundo. Le pagaba la luz al necesitado, el agua. Les hacía compra a los que necesitaban en el residencial”, comentó Esteban.
Luego de cumplir su última condena —21 años y cuatro meses—, nuestro entrevistado asegura es otro hombre. Vive arrepentido del daño provocado. Hoy integra un proyecto que busca ayudar a jóvenes. Ofrece charlas preventivas a chicos expuestos al “negocio”.
La historia de Esteban es similar a la de Mario, un joven que tras el divorcio de sus padres y la venta de su hogar, tuvo que mudarse a un residencial con su madre y dos hermanas. A los 16 años comenzó a consumir marihuana.
Según explicó, empezó en el negocio de las drogas porque le molestaba comprarla para consumirla. Reunió un dinero con sus amigos y compró su primera libra de marihuana, al venderla obtuvo $600.00. Luego compró mayores cantidades. Lo que comenzó siendo artículo de consumo personal se convirtió en vía para sobrevivir.
“Lamentablemente teníamos que vivir de eso porque nuestros padres al divorciarse no nos podían dar lo que uno quería. Quería que mis hermanas y mi mamá estuvieran bien. Así que me seguí involucrando en diferentes residenciales del área metro, hasta los 21 años, que me agarró la Policía. Me cogieron con 19 libras de pasto y 20 pistolas. Me echaron 12 años de cárcel, pasé tres en Oso Blanco y lo demás lo cumplí con grillete”, relató.
Y añadió, “Cuando se vive al filo hay un tipo de atracción hacia lo que se está haciendo y viviendo. Al principio gusta. Una vez entras de lleno, y tienes el control, y tienes los chavos… la gente te pide permiso para hacer algo, o te tienen que pagar una renta porque uno empieza con un puntito. Después, otros quieren y yo les cedo el canto por $1,800 al mes. Así uno va sintiendo ese respeto, uno se va creciendo y uno quiere hacer más y más. Ahí es cuando uno se empieza a buscar problemas, robando y asaltando. Hice mucho daño y, honestamente, no quisiera que ninguno de mis hijos pasara por eso jamás”, reconoció el entrevistado.
Aunque quisiera, no puede olvidar todo lo vivido. Durante el tiempo que fue narcotraficante participó en muchas balaceras, persecuciones y secuestros en los que tenía que torturar a las víctimas para que hablaran. Puntualiza que son recuerdos que siguen presentes en su mente.
“En muchas ocasiones temí por mi vida. Fui baleado tres veces, en las piernas. Muchas veces no me atrevía a salir porque, aunque tú eres el jefe del bloque, siempre hay dos o tres que te están velando, esperando a que resbales para ellos quedarse con lo tuyo”, afirmó Mario.
“Me sentía aborrecido. Siempre estás pensando que te van a dar una puñalada, que te va a traicionar todo el mundo. No confías en nadie, porque en ese negocio no puedes confiar en nadie. Me sentía perdido en el espacio, viviendo el día a día. Si me levanto mañana bien. Sin importar el otro día”, añadió.
Según describe, la vida de un narcotraficante es como se presenta en las películas o series de televisión. “El proceso del negocio empieza en un almacén, donde se empaca el producto hasta que sale al comercio. Se vive en una perse…hay que estar pendiente de todo. Los que trabajan la droga se la pueden robar; tienes que andar armado todo el tiempo porque en cualquier momento alguien te puede pegar un tiro. Por eso es que se vive en la oscuridad”.
Al ingresar a la prisión, dice que lo perdió todo, incluyendo a sus amistades. Cuando nació su primer hijo decidió llevar una vida legal. El 4 de abril de este año solicitó su certificado de buena conducta. Como han pasaron 14 años desde que fue excarcelado, el documento llegó en negativo de antecedentes penales.
“Mientras no tenía hijos, estuve en la calle. Una vez nacieron mis hijos me retiré de la calle por completo. No quería que conocieran esa parte de mí. Me enorgullece escuchar que mis hijos digan que soy el mejor padre del mundo; y que quieren ser como yo cuando sean grandes. Eso me llena de mucha emoción y me da ánimos para seguir hacia delante”, concluyó Mario.
Se utilizaron los seudónimos Esteban y Mario para proteger la identidad de los entrevistados.