Este miércoles y jueves, Egipto ha sido escenario de elecciones presidenciales, luego de más de un año de turbulencias políticas y sociales que se iniciaron con las protestas que terminaron con el gobierno de Hosni Mubarak (1981-2011).
Si ninguno de los 12 candidatos que se presentan logra la mayoría absoluta, los ciudadanos definirán al próximo mandatario en una segunda vuelta los días 16 y 17 de junio.
En total, 52 millones de personas están habilitadas para ejercer el derecho al sufragio, en tanto los egipcios que viven en el exterior ya emitieron sus votos el 11 y 17 de mayo pasados para optar por el Jefe de Estado para los próximos cuatro años.
La responsabilidad del proceso comicial ha estado a cargo de la Alta Comisión Electoral (ACE) y, si bien en un principio se había rechazado la presencia de observadores extranjeros, la decisión fue cambiada. La supervisión de los comicios estará a cargo de 12,509 jueces y 65 mil funcionarios de la administración pública.
Los principales postulantes son Amr Musa, ex canciller de Hosni Mubarak y ex jefe de la Liga Árabe (LA); Abdel Moneim Abul Futuh, que responde al islamismo; Mohamed Mursi, dirigente de los Hermanos Musulmanes, y Ahmed Shafiq, que se desempeñó como primer ministro de Mubarak.
Otros candidatos, pero que según expertos cuentan con muy pocas posibilidades de alcanzar el triunfo o una segunda vuelta, son Hamdin Sabahi, representante de la izquierda nacionalista, Selim al Awa, también islamista, y el activista Jaled Ali.
Tras la renuncia de Mubarak, el denominado Consejo Superior de las Fuerzas Armadas (CSFA) rige los destinos del país norafricano y sus miembros se comprometieron a dejar el poder antes del 30 de junio de este año.
La carrera sinuosa de Amr Moussa
Las declaraciones de Amr Moussa, en muchas ocasiones no concuerdan con sus actos. Este método lo mantiene en equilibrio dentro de la política egipcia y del Medio Oriente. Su más reciente “neutralidad” frente a la invasión militar a Libia es el ejemplo más concreto.
Como titular de la Liga Árabe, Moussa movió todos los hilos para justificar la intervención de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en la nación del norte de África, que terminó con el derrocamiento y asesinato del líder Muammar Al Gaddafi.
Calificado como un veterano en la diplomacia, Moussa tiene 75 años y es graduado en Derecho, se destacó en diferentes puestos gubernamentales en Egipto, siendo más recordado como canciller del régimen de Mubarak entre 1991 y 2001. Cuando comenzaron las revueltas contra su ex jefe, el ahora candidato mantuvo una prudente cautela, mientras el gobierno egipcio reprimía manifestantes.
Pero al poco tiempo se unió al coro de críticas contra Mubarak y saltó a convertirse en un referente de la oposición, aunque mantuvo el silencio frente a las acciones represivas en otros países de la región, como es el caso de Bahrein, principalmente por sus aceitadas relaciones con las monarquías del Golfo Pérsico.
A nivel internacional, Moussa ha defendido la unidad árabe y se ha pronunciado a favor de la independencia palestina, aunque al mismo tiempo sostiene fuertes vínculos con Estados Unidos, Israel y Europa.
Con un discurso donde propugna la democracia, el cambio y el desarrollo, Moussa prometió combatir la corrupción y se ha pronunciado por una constitución moderna, que deje claro la separación de poderes y acate la Sharía (ley islámica) sólo como fuente de derecho.
Islámico y liberal
Por otro lado, en el derrotero de Abdel Moneim Aboul Fotouh se encuentra el liderazgo estudiantil durante su juventud, su adhesión inmediata a las protestas contra el régimen de Mubarak, su formación dentro de la agrupación Hermanos Musulmanes y sus tres reclusiones en prisión por razones políticas.
De 60 años y médico graduado en 1976, se autoproclama como islamista moderado con posiciones liberales, ha repetido durante la campaña presidencial que busca el equilibrio en un país de mayoría musulmana y una población cristiana, que rechaza en tildar de minoría.
Expulsado de los Hermanos Musulmanes en 2011, por anunciar su postulación a las elecciones, Aboul Fotouh logró sumar a su proyecto a líderes y fieles salafistas, jóvenes islámicos, como también a cristianos, laicos, liberales y estudiantes. El candidato islámico ha manifestado su solidaridad con la segunda Intifada palestina en 2000 y rechazó la invasión de Estados Unidos a Irak en 2003.
En el ámbito interno, Aboul Fotouh critica la designación de la Junta Militar que gobierna tras la caída de Mubarak, aboga por una depuración profunda en las Fuerzas Armada y la policía, y propone un “país democrático gobernado con los principios de la Sharía (ley islámica)”.
Entre sus iniciativas principales se encuentran la adopción programas de salud y de combate al analfabetismo, el hambre y la pobreza, además de impulsar la pequeña y mediana empresa.
El ala más conservadora
Mohamed Mursi, por su parte, es el perfecto funcionario de los Hermanos Musulmanes, la cofradía en estado puro.
Discreto hasta rozar lo insulso, le achacan sus críticos. Una pieza más en el engranaje de una organización con más de 80 años de experiencia, con un proyecto fuerte, defiende la hermandad.
Nació en la provincia de Sharquiya, en el delta del Nilo, donde la cofradía tiene hoy uno de sus baluartes. Estudió ingeniería en El Cairo y amplió sus estudios en la Universidad de California, en Estados Unidos, donde fue profesor asociado y donde nacieron sus hijos.
Mursi fue incluido a última hora cuando la cofradía empezó a sospechar que su primera opción, el duro pero carismático Jairat al Shater, podía ser descalificado. Sin embargo, su anodina presencia se compensa con la fuerza y la capacidad de movilización del grupo que lo sostiene.
Tiene experiencia en la política, ya que fue diputado durante 5 años y es, además, el presidente del Partido Libertad y Justicia, la marca electoral de los Hermanos Musulmanes.
Mursi ha sido durante años un vasallo fiel de Al Shater, y ambos han representado el ala más conservadora de la cofradía, que ahora mismo controla el grupo desde el ascenso de Mohamed Badie como «guía supremo». Esta tendencia, pero también el hecho de que la hermandad tenga que pelear en estos comicios por el voto salafista, ha endurecido el discurso de Mursi, al que los Hermanos presentan ahora como guardián de la fe.
Restablecer la seguridad
Con un discurso agresivo y una actitud desafiante, Ahmed Shafiq ha calado en una parte de la población nostálgica con los días pre-revolucionarios. Pero también entre otros que glorificaron la revolución pero cuya decepción ha ido creciendo a lo largo que pasaban los meses y la inestabilidad política daba paso al derrumbe económico y al deterioro de la seguridad. El eje fundamental de la campaña de Shafiq se basa en restablecer la seguridad en el país, un mensaje presente también entre los otros candidatos, pero que en boca de este general, que fue ministro de Aviación, suena más duro.
Shafiq ha conseguido, por ahora, sortear varios intentos de descalificarlo lanzados desde el Parlamento. La cámara baja, dominada por los Hermanos Musulmanes, ha intentado impulsar una ley que impediría participar en la vida pública a todos aquellos que hubieran ocupado un alto cargo en el denostado régimen en la última década.