El alemán W. G. Sebald llegó a decir: “Mi instrumento es la prosa, no la novela”. Así se deslindaba de cierta propensión de parte de la crítica por encasillar al género y le otorgaba, en cambio, un hálito de libertad a su trabajo escritural. Las discusiones en torno a la novela en nuestro país –a la narrativa en general– parecen hacer eco de aquella línea de Sebald. Pero hay más. Para ello, la pasada semana se llevó a cabo el conversatorio Narrativa puertorriqueña actual, en la Facultad de Estudios Generales de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. Ante un anfiteatro repleto, y bajo la moderación de la profesora y escritora Vanessa Vilches Norat, cinco escritores de diverso trasfondo problematizaron la producción narrativa contemporánea.
¿Hacia dónde se mueve? ¿Existe tal cosa como literatura puertorriqueña? ¿De cuáles taras se ha librado? ¿Quiénes ocupan el canon? ¿Qué función tiene la ironía?, fueron algunas de las interrogantes que se atendieron. Rafah Acevedo, Juan Carlos Quiñones, Manolo Núñez Negrón, Marta Aponte Alsina y Carlos Fonseca discutieron largo y tendido sobre sus procesos creativos y cómo perciben el oficio de sus pares.
Este último, aunque nacido en Costa Rica y criado en Puerto Rico, se llevó buena parte de los elogios de sus compañeros. Y es que su ópera prima Coronel Lágrimas parece apuntar a una regeneración, al menos en Puerto Rico, de la novela. En ella importa el lenguaje, sí, en toda su belleza insondable, pero además las formas en que acontece el relato sin que nada o casi nada ocurra. Aunque la novela se juegue la vida precisamente ahí. El trabajo de Fonseca, según Rafah Acevedo, está afortunadamente desligado de una retórica común –identitaria, política– que caracterizó a buena parte de la novela del pasado siglo. Y ello es una señal.
Antes, Aponte Alsina repasó de manera breve y contundente buena parte de la historia literaria reciente. En su primera intervención alcanzó una certeza: “Me propongo escribir el libro que deseo leer”. Y añadió que ese libro tiene un espacio. Se trata de un tramo entre Guayama y Salinas, un tramo lineal, en apariencia inocuo, donde sin embargo halla un caleidoscopio y una “topografía literaria” desde donde contar. Lectura y escritura se debaten, pues, como tapiz desde donde urdir su edificio narrativo.
De otra parte, a la pregunta de Vanessa Vilches en torno al cuerpo y el cadáver que se repite como contrapunto en buena parte de la prosa local, Rafah Acevedo advirtió con lucidez que, más que “un cuerpo insepulto”, se trata de un zombie sin las características negativas del siglo XVII. “Es mucho más gracioso, casi una caricatura. La narrativa puertorriqueña asume ese juego, esa visión más festiva del cadáver insepulto”. A su vez, destacó un nuevo dinamismo que halla su razón de ser en la accesibilidad de impresión, difusión y discusión que no existía hace varios lustros. “Esto nos lleva a escribir de temas inusitados, como los chinos”, en clara referencia a la novela de su par, Barra china, de Núñez Negrón.
Precisamente, Núñez Negrón trajo a la mesa la discusión del canon puertorriqueño, particularmente los silencios de este, es decir, esos márgenes débiles, porosos, que no todos atienden. Si de márgenes se trata, Fonseca apuntó a que los personajes que se amagan en la narrativa actual rara vez acontecen desde un centro privilegiado: narran desde un lugar incómodo, son inmigrantes, anacoretas, amantes del arte, seres de biografía mínima que sin embargo palpitan. Y en ocasiones, vaya uno a saber, se engarzan en la memoria, como sugirió Juan Carlos Quiñones. “Yo no escribo para el olvido, escribo para la memoria”.
Vilches Norat, además, cuestionó las razones por las que nuestra narrativa se decanta hacia el humor o la ironía. Para Rafah Acevedo, la razón es sencilla: el humor otorga “una distancia necesaria” desde donde mirar, máxime a la sombra de nuestra condición política. Tal es el caso de Barataria, del escritor Juan López Bauzá. Y de un largo etcétera. Para Núñez Negrón, el empleo de la ironía es un intento por liberar al lenguaje de su ligazón con los discursos oficiales o los medios de comunicación, y en ello el profesor ve una postura política. En relación al lenguaje, Fonseca coincidió con este último al denotar que en su obra este es parte fundamental de su apuesta ética que intenta, en alguna medida, nadar a contracorriente en una sociedad de consumo que privilegia la liviandad en el peor de los sentidos.
Núñez Negrón, utilizando una frase del teórico Fredric Jameson, sugirió que “el mundo del espectáculo colonizó el inconsciente de la sociedad”. En ese sentido, destacó los proyectos editoriales independientes en el país por su distanciamiento de cierta uniformidad del gusto impulsada por las grandes editoriales. “Ya alguien nos dijo cómo teníamos que desear”, agregó. Para el autor de Barra china, la apuesta académica, literaria, debe estar abocada “a no permitir que nada colonice la imaginación”.
Curioso de más fue el hecho de que la discusión se circunscribiera a la novela, a las esquirlas que la conforman, y no al cuento o incluso la crónica. Si algo quedó claro es que deberá pasar el tiempo para ver con otros ojos lo que acontece frente a nuestras narices. Mientras tanto, ellos escriben.