
"The greatest crimes in the world are not committed by people breaking the rules but by people following the rules. It's people who follow orders that drop bombs and massacre villages."
"Some people become cops because they want to make the world a better place. Some people become vandals because they want to make the world a better looking place."
— Banksy (Wall and Piece)
Para muchos la grafitura está emparentada con el acto criminal. Para otros es indiscutiblemente un arte. A mí, sin embargo, me parece una especie de hijo bastardo engendrado por el desafío a la “ley” y fecundado por el esteticismo que emana del arte. Siendo así, la grafitura bien puede leerse como la criminalización del arte o la estetización del acto “criminal”. Considero pertinente pensar la “ley” como algo que trasciende la ordenanza o reglamentación de un Estado sobre los espacios públicos y la propiedad privada. La grafitura no es vandálica por romper con regulación de lo “inescribible” o por “mutilar” el orden arquitectónico de la ciudad, sino que en caso de ser vandálica lo sería más por el rompimiento con la propia ley del arte y la estética tradicional que por la violación de un código de orden público.
Romper con la pretención de permanencia y patrimonio que a los que el arte generalmente aspira es un acto criminal. Proponer un arte efímero y asediado por la borradura y la fugacidad es contradecir en el alguna medida una de las aspiraciones máximas del arte y sus creadores en la aspiración de la huella para la posteridad. De este modo, la grafitura es un arte exponencialmente transgresor.
La mayor parte de los grafitureros, cómodos o no en su mediano anonimato (este fue un tema que planteamos en publicaciones anteriores), no son filósofos de su género. Muchos de ellos están al margen de los discursos estéticos que su arte vulnera y cuestiona. Pero hay unos pocos grafitureros que no sólo se han dedicado a exparsir su tinta correctora como si del bisturí de un cirujano plásitco que corrige el entorno urbano se tratara, sino que han reflexionado sobre el origen y potencial trangresor de su tinta y su discurso.
Banksy es uno de esos pocos, y tras varios años de prestar atención a literatura gráfica que se cuela por las distintas ciudades, un amigo me regaló con un libro un boleto al interior de su tinta. Es por eso que he tomado algunas citas de Banksy como pie forzado para hacer breves comentarios y reflexiones sobre la grafitura y su relación con estetización del vandalism o la vandalización de la estética:
"A wall is a very big weapon. It's one of the nastiest things you can hit someone with."
— Banksy (Banging Your Head Against a Brick Wall)
"I don't believe in anything. I'm just here for the violence."
— Banksy (Wall and Piece)
Todo acto de trangresión lleva implícita una dosis considerable de violencia. Si entendemos como violento el acto que cambia el “orden”, ya sea natural o impuesto, de las cosas, la grafitura es violenta en mucho más de un sentido. La “apropiación” del espacio público bien puede ser en sí un uso legítimo del espacio que por pertencer a todos (público) también le pertenece al grafiturero. Pero la “ley” siempre tiende a interpreter como ilegítimo que un sujeto cambie aquello que está dispuesto de una forma dada para el uso de todos. Es decir, que el espacio público sólo es público en la medida en que no es transmutado por el público al que pertenece. El banco del parque es mío y para mi disfrute en tanto yo no lo mueva de lugar, no lo cambie de color, no lo reserve para mi uso exclusivo, en fin, no actúe como si me perteneciera. Es mío en la medida en que lo trato como algo ajeno. Cuando algo es algo es público no es que no pertenece a nadie, sino más bien que pertenece al Estado, es decir que nos pertenece a todos. Lo público es una gran paradoja: una especie de propiedad privada colectiva, y como tal no puede ser alterada a no ser que sea el Estado quien la altere, en cuyo caso supuestamente todos estamos representados en ese acto.
La grafitura es sin duda un arma, un objeto nacido de la violencia con un destino violento en la medida en que en sí misma transforma y cambia el “orden” del paisaje urbano, ya sea transgrediendo el uso permitido de lo público o las limitaciones de uso que impone la propiedad privada. Tal vez vale la pena reflexionar si el arte en general es un acto transgresor; pero el grafiturar lo es sin lugar a dudas. No sólo lo es en el espacio en el que está, sino también en el que no está. Tal como Banksy lo plantea, la pared pintada en la ciudad es un arma poderosa, cuyas municiones echan abajo no sólo la “ley”del estado sino también de la estética hasta convertir al grafiturero en un delicuente de su propio arte. Éste debe ser el tema de nuestro próximo desafío.
La autora es periodista de cultura.