El camino duró tres horas. Antes hubo varias advertencias. Y la preocupación de los amigos. El trayecto en carro concluye y Tito Román, cineasta sanjuanero, Tito Román, activista, narra luego de varios días su experiencia en Iguala, municipio del estado de Guerrero en México. A ese país llegó tras la pista de Jeyvier Cintrón en los pasados Juegos Centroamericanos y del Caribe en Veracruz.
Sobre la figura de Cintrón, boxeador puertorriqueño, prepara un documental sobre su vida más allá del cuadrilátero. Román, sin embargo, eligió no sólo realizar su trabajo fílmico con el púgil, sino que además formó parte –detrás del lente– de las protestas y manifestaciones que se han sucedido de manera multitudinaria tras la desaparición de los 43 normalistas la noche del 26 de septiembre. “Ahora faltan 42”, dice, en relación al reciente hallazgo de fragmentos óseos que coinciden con el ADN de Alexander Mora Venancio, uno de los normalistas, y que fueron recuperados en un basurero en Colula, según informes del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) designado para esa labor.
“Mira, ten mucho cuidado’’, le dijeron sus amigos mexicanos, pero Tito hizo caso omiso de las advertencias. Y fue hasta la Escuela Normal Rural Raúl Isidoro Burgos (Normal Rural de Ayotzinapa), de la que formaban parte los 43 desaparecidos. Tres horas de camino sirven de poco, de casi nada, como preparativo para enfrentarse a la historia que esconde ese recinto educativo. “La escuela se ha convertido en centro de operaciones de la lucha que están llevando los familiares”, cuenta ahora, a pocos días de su regreso al País. Además, rememora el encuentro y la entrevista que sostuvo con Omar García, uno de los sobrevivientes de aquella noche.
En la memoria de Román queda en pie la imagen de una cancha de baloncesto que forma parte de la escuela. Tito Román es un hombre articulado, articuladísimo, y sus respuestas rara vez son breves. Pero ahora respira. Regresa a la cancha de baloncesto. Y habla de los 43 pupitres vacíos con la fotografía de cada normalista. Habla del pequeño altar que han levantado y de las velas encendidas.
Omar García sobrevivió no sólo la desaparición de sus compañeros, sino el asesinato de casi una decena de personas, advierte más adelante Román. En el encuentro que ambos sostuvieron fue irremediable hurgar en el lugar de la herida de aquel 26 de septiembre. “Él me hizo todos los relatos. Y fue bien doloroso. Y me impactó. Porque, imagínate tú”. Ese dolor encuentra su contraparte, su conato de esperanza, según Román, en las manifestaciones que se han suscitado de forma indefinida hasta la fecha.
“El gobierno está corrompido, está infectado, está podrido. Pude palpar una indignación general. Yo me hacía el tonto en el taxi y les preguntaba y los taxistas te lo espepitaban”. Lo mismo en cualquier puesto de comida. Lo mismo, por ejemplo, en las marchas masivas que presenció el 20 de noviembre y el 1 de diciembre en la capital mexicana con su cámara a cuestas. Se trata de que la desaparición de los normalistas detonó el desasosiego contenido y el descontento en un país asolado por la violencia y la impunidad. Se trata de que el narcotráfico, en conjunción con el Estado, horada en lo más profundo el tejido social. “Se estima de que cada diez políticos, siete están unidos al narco. Es un narco gobierno”, remata Román, y hace la salvedad de que este tipo de cifras las escuchó en los lugares donde anduvo.
A la pregunta de cómo separa al cineasta del ciudadano, Román es claro. “Yo hago cine como una rama de mi activismo”. A pesar que quisiera cantar con el resto en las manifestaciones, admite, el cineasta doma al ciudadano. “Tenía la cámara en la mano y entiendo la importancia para el futuro y el valor educativo de mi trabajo”.
Román confía en los movimientos sociales que están naciendo, sobre todo juveniles, sin embargo, no sabe qué ocurrirá con el futuro cercano de México, pero sí de la necesidad de difundir a toda costa lo que allí sucede. Eso, en parte, más allá de las amistades que lo enlazan con ese país, fue la razón por la que editará el pietaje que recogió. “Todo granito de arena es válido”, suelta. Y destaca la labor de ciertos medios y figuras como Denise Dresser que se han unido a los reclamos de la mayoría en un país cuyas cifras de periodistas asesinados es de las más alarmantes del continente, según informes de Reporteros Sin Fronteras. “En México, te diría, exigen dos cosas: ‘Justicia y la renuncia de Peña Nieto’. Se trata de una defensa de los derechos humanos”.