V. A la sazón, el hermano Blas tendría la cara mas hinchada que la del Benny Kid Paret, en aquella fatídica noche; su última pelea, con Emile Griffith. Me parece recordar que en el sexto round el Benny casi noquea al negrito, a quien previamente había llamado maricón durante el pesaje. Emile le quiso partir el alma, que sepamos, allí mismo, pero hubo que esperar a llegar al Madison Square Garden. En el decimosegundo, con Paret alante en las tarjetas de los jueces, Griffith le atizó una seguidilla de 29 golpes de todos los colores y ángulos. En un momento, según el conteo en cámara lenta de Buck Canel, le llegó a conectar la friolera de 18 burrunazos en seis segundos. Cuando Ruby Goldstein detuvo aquella escarpiza transmitida en vivo por la NBC, el cubano, Paret, estaba en otro mundo. La China, por decir un país lejano. Diez días después murió, sin haber recuperado la conciencia, si alguna vez la tuvo, pues insultar la hombría de un nativo de las islas (Griffith era de San Tomás, creo) es, de suyo, una barbaridad. El pobre Griffith, carajo, no era más que un trabajador descamisado en una fábrica de sombreros en Nueva York. Allí lo vieron fibroso y lo hicieron boxeador. Y lo recuerdan nada más por esa terrible pelea. Una verdadera tragedia. Digo, más pobre el Benny, que se jodió. Digo, más jodido el pobre Blas, pujando y adolorido. Mientras en el televisorcito del cuartel Iris Chacón movía toda la carne del País. –Lavorante, así se llamaba, Alejandro Lavorante, fueron unas navidades tristes, se morían Paret y Lavorante y, peor, clamaban porque se proscribiera el boxeo. –Me acuerdo de eso, El Mundo publicó una foto de Lavorante, el argentino, en estado de coma. Creo que esa fue la última vez que leí deportes. Esas navidades me regalaron “teoría de la clase Ociosa” cambió mi modo de ver las cosas. Pausó el filósofo y miró displicentemente al investigador que miraba a su vez con la misma displicencia unas piernas que pasaban con movimientos acompasados, perdiéndose en la muchedumbre. –¿Alguna evolución en el caso del hermano Blas? –El fiscal no tiene muchas luces. Le dije que había que entrevistarlo y me dijo que no podía hablar. Vengo del hospital. Traigo la bala, calibre .38. Y una descripción del agresor. … Ver más… –Pero, ¿y que no podía hablar? –Pero sí puede escribir. El imputado tiene antecedentes violentos. Y es profundamente religioso. Un cruzado contra la inmoralidad. –He leído sobre ellos, son de la peor clase. VI – La cosa pinta mal- le informa Velázquez al fiscal, tirándole el informe sobre el escritorio desbordado de papeles.- Lea esto. – “Uno más”. Es lo que siempre me digo. Un papel más se posa en esta montaña de basuras y por fin se raja en dos y se despatarra de una vez y por todas el cabrón escritorio este. Entonces, solo entonces, seré liberado de esta cruz- dice el fiscal hablando con nadie en específico, mirando el caos, contemplativo. – Tanto y tanto horadaba la gota en el peñón hasta que lo quebranta- pitonisa el filósofo. Por otro lado, – añade- El altísimo no coloca carga monumental sobre lomo frágil ni crea peñasco tan grande que no pueda él con sus omnipotentes manos alzar… -Oiga, ¿pero usted no era ateo?- le pregunta el detective. – …Hmmmm…el agente Quiñones…valiente el chamaco…- el fiscal ya está leyendo el informe. ¡Carajo! ¿Pero ese muchacho está loco? Mira y que… – Hay que admitir que utilizó el método de trial and error de modo impecable- comenta Velázquez. – Es cierto, pero a la verdad que nos deja igual que antes y casi igual que en el principio. – El asunto no es tan simple, ya que la cosa es más compleja.- interviene el pensador venezolano, que ya está informado de lo que informa el informe- Estos recientes desarrollos, por ejemplo, no nos dejan en situación igual o parecida al momento antes de que le dispararan al hermano Blas. -¡Ya quisiera Blas! -¡Y Quiñones! Porque resulta que el informe informa la información de que un agente de apellido Quiñones, asignado a la investigación del atentado contra Blas, encontró nada más y nada menos que un antiguo arcabuz como lanzado a la prisa en un pastizal aledaño a la gallera. -¿Alguien puede decirme como carajo alguien puede saber si un arcabuz fue “lanzado a la prisa en un pastizal” en vez de ser “lanzado con calma”, o simplemente colocado con prisa o con calma o etcétera etcétera?- pregunta el fiscal a nadie en particular, rascándose la cabeza. Y nadie en particular le responde. El agente Quiñones -que algún curso de justicia criminal había tomado en la división a distancia de la Universidad Interamericana, y que tenía aspiraciones difusas de algún día convertirse en detective- decidió realizar una investigación de balística forense in situ y se pegó un tiro en la frente point blanc con el armamento mencionado supra. El plomo rebotó en la chola de Quiñones y se desvió en su curso yendo a enterrarse en el fango no sin antes traspasar de lado a lado el tronco blando de una mata de guineos. – Igualito que a Juan Hernández- acotó Velázquez. Habiendo practicado con éxito esta parte del experimento (acto de lo que un enorme huevucho en la cabeza de Quiñones daría fe) y siendo ducho en los otros pormenores del caso, Quiñones se plantó la bocaza del arcabuz frente a la boca suya acto seguido y ¡pum! volvió a disparar. Esta vez, el proyectil desbarató diente, muela, lengua, garganta y cráneo en su recta trayectoria -provocando orificio de salida por la nuca- y se perdió entre la maleza. Todavía lo andaban buscando. A la munición, eso es. Quiñones murió en el acto. -Eso es lo que se llama una movida clásica de espontáneo.- sentenció el fiscal- El término proviene de los casos en que, durante una corrida de toros, un espectador se lanza a la arena e intenta torear a la bestia. -Eso es lo que se llama un ejemplo clásico de reductio ad absurdum.- sapienció Cruz- El término proviene del latín. De todos modos, este informe confirma al menos una parte de mi hipótesis. La parte de la demostración que incluía al arcabuz. -Así parecería.- admitió el detective- Pero, ¿por qué el segundo disparo le pasó la chola de lado a lado como a un bacalao? De cierto que le calló la boca para siempre. Eso no le pasó al hermano Blas… -Es cierto.-confirmó el fiscal- El hermano Blas cagó plomo pero vivió para contarlo, aunque sólo para reírse con las muelas de atrás. Pero esto también sustenta la posibilidad de que, como concluimos antes, estos crímenes hayan sido cometidos con dos armas distintas. – Señor fiscal, ya tenemos dos armas distintas entre manos.- recordó Velázquez- Este nuevo descubrimiento, más que aclarar las aguas las enturbia… – Pero las aguas turbias no fluyen por el mismo río que las claras, no son el mismo río aunque así lo parezca. Hay que recordar a Heráclito.- fragmentó el filósofo. – Aunque la balística sea una ciencia inexacta, no veo otra solución que realizar el experimento una vez más en condiciones controladas, –concluyó el fiscal- Velázquez, mande un contingente de sus agentes a la división de balística inmediatamente y repítase el procedimiento Quiñones una y otra vez con ambas armas hasta que se logren resultados definitivos. Eso es lo que se necesita en este caso. Resultados de-fi-ni-ti-vos. ¡Ah! Y acaben de encontrar esa maldita pelota de arcabuz en el pastizal de una jodida vez. VI y tres cuartos – Es una pena- lamentó el fiscal un rato después, jugando a soplar con fuerza el montón de papeles que agobiaban su escritorio para que revolotearan- ese muchacho Quiñones tenía futuro. Quiero decir que prometía. -Ya no.- respondió, Velázquez- Pero eso sí, añadió con triste ternura- el condenado cocinaba las mejores chuletas can-can del mundo. El fiscal levantó la vista del informe. Miró al detective. -Oiga Velázquez- preguntó el fiscal- ¿y cómo es que usted sabe eso? Y arqueó las cejas. Velázquez abrió los ojos. Grandes. -Tengo para mí, porque para nadie más tengo, que Quiñones se suicidó con ese arcabuz robado del Museo personal de Tadeo Moscoso, por razones que ahora mismo no interesan. Fíjese, señor fiscal, que la cosa es demasiado simple para una cosa tan complicada como los casos anteriores. Y que aparezca un arma de ese calibre, quiero decir, de esa cualidad, en un pastizal cercano a la gallera, y que lo encuentre un agente asignado de carambola a la pesquisa, y dizque se le zafe un tiro…no. No me cuadra. Y esto se trata de cuadrar, precisamente. Que si Quiñones tenía problemas personales que le llevaran a tomar esa fatal decisión? Hostia, problemas tenemos todos, lo que hay que ver es que los motivos para pegarse semejante tiro de calibre antiguo en la mera cabeza son dos: amor y dinero. Amor aderezado de cuernos, amor por el dinero. O alguna variedad de las anteriores. La otra, que no me parece buena, es que tuviera el muchacho alguna enfermedad mental. Lo otro que quería decir, a tenor con la conversación sobre la cara de Blas, o sea, sobre la pelea del santomeno y el cubano, en la que el último le dijo fagot al primero, es que es verdad. Digo, que a Emile Griffith le gustaban los perfumes dulces, me entiendes? Por lo menos diseñaba sombreros para señoras en una fábrica de Nueva York. Y bien es sabido que eso es trabajo mal visto-. Dicho esto el hombre apuró su cerveza de un solo trago. Se limpio los labios con el antebrazo. – Y usted quien es, si se puede saber?- pregunto Velázquez. Fin *La red social-Facebook- los enreda en un relato detectivesco que escriben a 8 manos: el escritor y profesor Rafael Acevedo, los periodistas Francisco ‘Pancho’ Velázquez e Ismael Torres, y el escritor Juan Carlos Quiñones.
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