Por siglos el tarado y el loco han sido parte del menú literario. Locos adorables o de gran ingenio y suspicacia como el Quijote o Hamlet, y tarados ‘indefensos” pero alegóricos como los de Zola, Galdós o Luis Rafael Sánchez atraviesan la literatura universal. Asimismo, la monstruosidad ha sido un tema recurrente desde el minotauro hasta “Alien”. Sin embargo, tal vez a partir del hijo espurio de Frankenstein es que la monstruosidad dejó de ser un asunto de mera apariencia física y se fue combinando con la psyque del sujeto. Es así como desde ese hijo ilegítimo y abyecto llegamos a la monstruosidad intelectual, como la de Norman Bates o la de American Psyco, que ha desconcertado al hombre moderno con más terror que el que podía infundir la mutilación del cuerpo. Jaime Bayly, un escritor incontinentemente autobiográfico, ha lanzado al mundo dos nuevos hijastros de Frankenstein, un cojo y un loco, cuyas psyques son casi permutativas, gemelos bastardos como Pólux y Cástor. Es así como “El cojo y el loco” trata sobre dos sujetos que son expulsados por sus padres del seno familiar burgués de clase alta, encerrados, maltratados y olvidados convirtiéndose ambos con el tiempo en una horripilante mezcla entre el hijo abyecto de Frankenstein y el alucinado Segismundo de Calderón de la Barca.
Igual que el bastardo hijo de Frankenstein, en la vida de estos dos tarados la imagen materna está ausente, como si fueran productos únicos de la mente torcida de la figura paterna que los lanza sin remedio al ostracismo, el escarnio y el abandono. Ambos personajes son incapaces de amar o de establecer vínculos afectivos, que vendría siendo una segunda tara común, terminan convertidos en una nueva especie de sicóticos incurables e intratables. Como en todas las mejores historias que la modernidad creó sobre la monstruosidad dos cosas significativas ocurren. El lector se contamina con la “perversidad” psicológica del sujeto monstruoso y se convierte en una especie de cómplice que lee con simpatía las venganzas de los abyectos; lo que sin remedio termina por apuntar siempre a la psyque del lector que acaba descubriendo su propia monstruosidad. Y el monstruo aún muerto o exiliado del mundo de los “normales”, para espanto de todos, logra mezclarse de algún modo escalofriante y sembrar la semilla de su monstruosidad, y ésta, a su vez, termina dispersándose sin remedio. Farasch López Reyloz es periodista de cultura.