
Como Baudelaire con sus Flores del mal, más de un siglo después Volpi nos desconcierta con un bouque gigante de flores malditas que conforman El jardín devastado. Dos historias narradas en un formato tipo diario se entremezclan y contaminan mutuamente. Una narrativa entrecortada y jadeante, que se resiste a convertirse en una novela, como tradicionalmente se concibe el género, coloca como punto de fuga de la historia a un soldado en el devastado paisaje en el que alguna vez brillaron los rasgos más excelsos de las grandes culturas antiguas. La brevedad de las narraciones, que más bien parecen aforismos, obliga a que las palabras estén cargadas de significados múltiples. Es así como al lector bien puede no quedarle claro si se enfrenta a una obra poética con pretensiones novelísticas o viceversa. La poesía y la narrativa confligen y se funden tanto como el personaje mejicano y el del soldado radicado en Irak. La incertidumbre, la muerte y el desasosiego rondan por las páginas como las flores marchitas de los antiguos Jardines Colgantes de Babilonia. Tal vez en la búsqueda del jardín Volpi topa con la selva caótica de las emociones humanas y nuestras características más devastadoras. Desde uno y otro lado del mundo los entes vivimos ajenos al dolor que marca la existencia de otros. El diario de los personajes de Volpi pone al descubierto al ser humano como “estirpe carroñera”, sus miserias y sus dramas, y sin manifestarlo claramente damos con la sugerencia retórica de la “deshumanización” en tanto lo humano y aquello que lo ha definido filosóficamente viene a menos, “Orino, luego existo”. La reducción de la existencia humana al aspecto biológico es por oposición binaria el desplazamiento de la supremacía de la existencia ontológica. La soledad del sujeto postmoderno es una de sus grandes miserias. El desasosiego de la postrimería de la postmodernidad empieza a asomarse como un desasosiego distinto del que pudo haber padecido Pessoa y las generaciones maduras del siglo 20. Los últimos hijos del milenio padecemos de una forma más espeluznante de desconcierto hasta parecer más bien hijos de un pasmo letárgico y prolongado. Ni Volpi ni sus personajes articulan esta nueva forma de miseria, pero ésta subyace tras las letras devastadas, por debajo de las ruinas de los jardines filosóficos que inventamos y que parecen ser los fundamentos sobre los cuales se va erigiendo la ultrapostmodernidad.