Cuando me enteré, Papi y Mami aún estaban casados. Recuerdo cómo cada domingo visitábamos de punta en blanco la iglesia, situada a dos cuadras de casa. Sentados sobre los duros asientos de madera, me entretenía viéndolos escuchar sin parpadeo la palabra que salía del vozarrón del Padre Miguel. Al salir de misa, el silencio nos arrebataba rumbo a casa.
De hecho, creo que fue esa misma iglesia la que cohibió a Papi de ser él y, en su lugar, ser el arquetípico cristiano íntegro, el caballero que derrocha hombría con ayuda de alguna colonia y zapatos picús, de esos que sólo el hombre de la casa puede llevar.
-Vete, dile a tu madre que tu hermana necesita que la lleven a la práctica de tenis. Que yo no voy a poder llevarla, tengo algunas cosas que hacer.
-Dale Pa’.
Mientras Papi se monta en el carro, Mami permanece tendida sobre la cama, acariciándose el pelo, como cuando se anda en busca de cariño.
-¿Que tu padre no va a llevar a la nena a la práctica? Desde acá lo oí.
Unos cinco pies con siete pulgadas se levantan de la cama para llevar a Andreita a la práctica. Con sus ojos almendrados y cansados, mira fijo y dice:
-Quédate con tu padre y dile que no cocinaré hoy. Voy a estar con Andreita por ahí. Llego tarde.
Voy corriendo y me monto en el Malibú azul de Papi.
-Pa’, que mami llega tarde. Se va por ahí con Andreita.
Mami y Papi no hablaban entre ellos hace muchos meses. Con apenas doce años, yo estaba encargada de ser la mediadora entre ambos. Trabajo difícil, por cierto. También, me propuse mantener a Andreita distraída. No quería que los aires de un matrimonio disfuncional le afectaran desde tan temprana edad.
Al regresar a casa, decidí quedarme dentro del carro por puro capricho, moviéndome al ritmo del último álbum de Shakira, ¿Dónde están los ladrones? De repente, me percato de que Pa’ dejó su celular en el carro. Con la curiosidad más sana del mundo, decido leer sus mensajes de texto. Encuentro que alguien llamado Cris ama y desea a Papi. La reacción inmediata fue llorar.
Me entraron ganas de quedarme dentro del carro para siempre. De hacer mi vida dentro de aquel Malibú y nunca enfrentar la realidad.
Hasta que Mami y Andreita me bajan de la nube utópica.
-Nena, ¿qué te pasa? ¿Por qué estás ahí dentro?
No digo nada y entro a la casa con la mirada perdida y una decena de preguntas. ¿Mami sabrá esto? ¿Qué pasará si lo sabe? ¿Quién es Cris? ¿Será hombre o mujer?
Regreso al carro sin que nadie se de cuenta y anoto el número de Cris. Intento memorizar el mensaje de texto. Corro hasta Mami y le suelto con lágrimas en los ojos:
-Ma’, ¿quién es Cris? Papi tiene mensajes de un tal Cris. Parece que se aman. También dice algo de lo mucho que habían disfrutado la noche anterior.
Por cierto, Papi no había dormido en casa la noche en cuestión. Estaba en una reunión de trabajo, de esas que tiene a cada rato.
Mami y yo decidimos llamar a Cris. Moríamos de nervios por saber quién contestaría el teléfono, si Cristian o Cristina.
-Buenas tardes…
Es un hombre, dijo Mami bajito.
-Hola, ¿es Cris?
-Sí, ¿quién me habla?
Mami cuelga y con la voz quebrantada me pregunta si estoy bien. Le respondo que sí. Y de inmediato me cuestiona:
-¿Cómo alguien puede engañar de esta manera por tantos años?
No sabía qué contestar. Doce años no eran suficientes para darle consejos a Ma’, sólo estaba apta para acompañarla en el llanto. Ella llora con dolor, por la traición, por el engaño y por los diez años de matrimonio. No importaba si era homosexual o heterosexual, lo que duele es la estafa.
Estuve meses, tal vez años, conviviendo con el rencor. De más está decir que la homosexualidad de Pa’ culminó el matrimonio. Pero sin así quererlo o esperarlo, la vida de Papi me hizo entender, a cantazos, nuestra cultura machista y el alcance de los tabúes vinculados a la cristiandad en la toma de decisiones personales. El afán por no “defraudar” a un ser supremo, a la familia, a los amigos y a los compañeros de trabajo no debió ser su criterio o tan siquiera su prioridad. La felicidad es primero. La felicidad de Papi va primero. Aun después de aquel día nunca lo ha admitido públicamente, que ama a quien ama, quizás para no “defraudar”. A mí no me desilusionas Pa’, a mí me enorgulleces con tu babilla.