El género de la crónica está íntimamente vinculado a la historia de las ciudades modernas y, en nuestros días, a las tardo o posmodernas. Es híbrido como pocos, y cada practicante le añade capas a esa hibridez. Históricamente ha tenido varios espacios de difusión, entre los cuales se incluyen el periodismo impreso, los blogs y el libro. A diferencia de otros géneros más expositivos, se puede plantear que en la crónica importa mucho ese acontecer cotidiano de las ciudades, que Rebollo Gil ha sabido inscribir en una excelente diversidad en su libro Todo lo que no acontece igual, publicado este año por Editora Educación Emergente.
Vecino del ensayo cultural, el género de la crónica se ha tomado históricamente más libertades que su pariente en cuanto a los temas o problemas que presenta y en cuanto al lenguaje que emplea. En Puerto Rico, Nemesio Canales es uno de sus exponentes iniciales en el siglo XX. Edgardo Rodríguez Juliá, Ana Lydia Vega, Mayra Montero y Julia Cristina Ortiz Lugo, entre otros y otras, lo han ejercido en décadas más recientes.
En otros países latinoamericanos, así como en el nuestro, la crónica ha representado una corriente alterna y hasta impugnadora del ensayo cultural más establecido. Ese ensayo indagó en los ‘rasgos’ o la presunta personalidad colectiva de los distintos países, en algunos casos con una buena dosis de planteamientos discutibles por su tendencia a abstraer o generalizar. Recordemos un ejemplo conocido: frente al deseo definidor de Octavio Paz en El laberinto de la soledad, habría que pensar en la tendencia más callejera y transeúnte de la crónica de Salvador Novo o de un Carlos Monsiváis. Ambos cronistas están muy ligados al periodismo.
El juego de la crónica es otro: los sucesos diarios y cotidianos la estructuran, pero también el carácter de su escritura es más dinámico, proteico y flexible al punto de que en no pocas ocasiones colinda con el collage. El modo en que un escritor decide inscribirse o incluirse en lo que escribe es muy revelador de su proyecto literario. La poesía de Rebollo Gil ya nos ha expuesto a una autoficción muy lograda: poemas en los cuales lo vivido y lo imaginado se mezclan de manera muy visible y eficaz. Algo de ese elemento autoficcional se traslada a su libro de crónicas. Quienes firman la crónica urbana también suelen estar presentes, en mayor o menor grado, en sus textos. Diría que esa tendencia a la autoficción aumenta en el caso de Rebollo Gil y supone un proyecto literario no solamente innovador, sino también valioso y valiente.
Frente a la relativa distancia que marcan tantos sujetos de la ensayística clásica, el sujeto de estas crónicas de Todo lo que no acontece igual no le teme a exponer elementos de su intimidad y su afectividad, con lo cual la literatura puertorriqueña gana y se enriquece. Con este libro se debilitan representaciones previas en las cuales se podía dar una privación afectiva de los sujetos masculinos. Estamos ante una representación del autor y ante el diálogo que sostiene con su sociedad y su cultura. Lo interesante es el carácter diferente e innovador de esa representación. Desde la dedicatoria se anuncia esa otra dimensión afectiva al dedicarle el libro a Ita, su abuela, y a Oscar López, nuestro preso político. Se vislumbran ahí dos zonas importantes de estas crónicas: el afecto en las relaciones familiares y el que se siente por un luchador por la independencia de Puerto Rico.
Y es que el sujeto de estas crónicas se caracteriza por una clara diversidad: lo vemos presenciar toda una serie de acciones y sucesos que pertenecen a nuestra vida cotidiana y participar en ellos. Recordando un título de Monsiváis, lo observamos en los rituales de nuestro caos. A diferencia de lo que puede suceder en el ensayo cultural o en una de las disciplinas de origen de Rebollo Gil, la sociología, los elementos que tienden a destacar la división o separación de los componentes de la sociedad —como serían las nociones de alta cultura y cultura popular o de clase social— no desaparecen, pero sí pierden su rigidez y ganan en lo que yo llamaría juego. En ese sentido, uno de los títulos de las secciones de este libro—‘Gente random’—es emblemático del procedimiento del libro. Los textos breves se agrupan, pero los temas de esas agrupaciones y los propios textos agrupados tienen un carácter aleatorio que desemboca en una experiencia de lectura estimulante.
Las crónicas de Rebollo Gil incluyen la participación frecuente del sujeto en las luchas cotidianas y los piquetes ante los tribunales de Puerto Rico. Un elemento recurrente en este libro es la lucha por la excarcelación de Oscar López. Por otro lado, se inscriben una gama muy variada de situaciones del diario vivir: la convivencia en el edificio multifamiliar en el que reside, las fiestas de San Sebastián, los encuentros de lucha libre a los que acude con su compañera, el día nacional del perro y la convivencia en el espacio móvil del tren urbano. Como suele suceder en la crónica urbana, la vida cotidiana, valorada y dignificada, se convierte en eje de muchos de estos textos.
El carácter aleatorio de estas crónicas se advierte en las libres asociaciones que abundan en ellas: “En uno de mis poemas favoritos de Bolaño dice ‘la poesía chilena es un gas’. Hay una canción de los Stones que dice ‘But it’s all right now, in fact, it’s a gas’. Así supe que gas era positivo”. Y las libres asociaciones nos acercan a esa intimidad del sujeto que son los procesos de pensamiento.
Recorre estas crónicas un sujeto que no teme mostrar su complejidad y, de cierto modo, el carácter aleatorio de su propia subjetividad. En el conjunto de crónicas dedicadas a su participación en la vigilia de seis días ante el tribunal federal en contra de la posible imposición de la pena de muerte en Puerto Rico, se indigna al escuchar el comentario de un hombre desde un vehículo: “¡Que lo liquiden!”. Se despierta ahí su lado macharrán ignaciano, pero este suceso lo lleva a admitir que no solo se encuentra en una manifestación pacífica, sino además el hecho de que “a mí me da mucho miedo pelear”. Estos momentos de complejidad subjetiva son, sin duda, memorables. Son un valioso ejemplo de todo lo que no acontece igual.
Parte integral de estas crónicas es también una clara ironía, unos dobles mensajes que disparan la lectura por un cauce aleatorio. En el apartado ‘Próceres’ se crea un claro efecto irónico. La primera y la tercera crónica se dedican a personas que han luchado por la independencia de Puerto Rico: Rubén Berríos, quien recibe un tratamiento ambiguo por parte del sujeto, y Rafael Cancel Miranda, quien despierta un claro afecto en el sujeto. Justo en el medio se encuentra Ricky Rosselló, aspirante a prócer que el cronista inserta a manera de ruido o interferencia irónica entre las otras dos figuras. Hay que destacar algo: la breve crónica dedicada al Dr. Rosselló es el único espacio en el que figura la letra bold o las negritas, tipo que, como se sabe, se interpreta hoy como un puñetazo a la vista de quienes leen.
Otra interferencia no irónica que estimula a quien lee este libro de crónicas es la presencia esporádica de citas de Acción Poética de Puerto Rico. Se trata de un tipo de poesía anónima escrita muchas veces en murales de las ciudades. Como se sabe, este tipo de poesía se fraguó por primera vez en Monterrey, México, ciudad norteña que ha estado atravesada por múltiples manifestaciones de la violencia asociada al narcotráfico en los últimos años. La presencia de esa Acción Poética abre espacios de participación colectiva en este libro de crónicas de Rebollo Gil.
Y esa presencia cotidiana —la violencia— es otro elemento que se incluye en estas crónicas en una multiplicidad de manifestaciones y registros: la crueldad contra los animales en los Festivales, los conflictos entre justicia y ética, el choque entre la realidad jurídica y la realidad vivida, los asesinatos de jóvenes, la homofobia en los actos de Clamor a Dios, y masacres históricas como la de Ponce en 1937, y más recientes, como la de La Tómbola.
Esa violencia nuestra coexiste en este libro de crónicas con pasajes irónicos y otros, de signo contrario, que son claramente esperanzadores. La crónica no puede darle la espalda a toda esa diversidad urbana que articula nuestros días y nuestras horas. Por eso, le agradecemos a Guillermo Rebollo Gil la valiosa entrega que representa su libro de crónicas.
(Texto presentado en el conversatorio con el escritor Guillermo Rebollo Gil sobre su libro ‘Todo lo que no acontece igual’, celebrado el 3 de noviembre de 2015 en el Seminario de Estudios Hispánicos Federico de Onís de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.)
El autor es profesor del Departamento de Estudios Hispánicos de la Facultad de Humanidades del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico.
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