“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.
Los lectores avezados detectan que estas líneas son las introductorias de “Cien años de soledad”.
Con tales muestras de anzuelos literarios, la tentación de dejar la lectura de páginas de Gabriel García Márquez acaba inexorablemente en fracaso. Millones lo han intentado, sin éxito. El lector ha quedado atrapado y reclama más hechos y detalles.
Es el resultado de la adaptación enriquecida y personalísima de “Gabo” de un mecanismo de redacción de arquitectura aparentemente muy elemental. La tradición reconoce su origen en el periodismo estadounidense: el “lead”, o encabezamiento de una noticia.
La trampa por la que el lector ha sido capturado es la estructura y el contenido del párrafo introductorio, repetido y modificado de formas diversas en otros capítulos de este escritor. Cualquiera de sus libros tiene muestras semejantes.
Desde el punto de vista puramente redaccional, consiste en la ubicación, al inicio de un artículo de esencia periodística, de los hechos básicos de la crónica.
En la estructura de la “pirámide invertida”, la combinación de “qué”, “quién”, “cuándo”, “dónde”, “cómo”, y (quizá) “por qué”, es el aperitivo con el que el autor intenta atrapar la atención del lector. En el resto del escrito, el autor va completando los detalles satisfaciendo con dosis calculadas los diversos deseos o expectativas del lector.
La variante del “lead“ ortodoxo coloca los detalles secundarios en el interior de la narración en sentido contrario a su importancia, dejando como opción suprema la decisión individual de no terminar la lectura. Una técnica alternativa precisamente opta por reservar un golpe de efecto para el final. García Márquez usa diversas modalidades.
Según las confesiones del propio García Márquez, contra las expectativas de su familia, abandonó los estudios de derecho para dedicarse al periodismo, que practicó en numerosos subgéneros.
En contra de lo que pudiera interpretarse de un autor que ha quedado ilustrado con la etiqueta del “realismo mágico”, su prosa es un ejemplo muy alejado de la verbosidad barroca y la complejidad sintáctica. Su simplicidad gramatical y la selección léxica sorprenden precisamente por la naturalidad con que se ofrecen.
El aprendizaje de esa personalísima técnica es el resultado del paso de García Márquez por diversos diarios colombianos (El Heraldo de Barranquilla y El Espectador de Bogotá, entre ellos), su trabajo como corresponsal en varios países europeos y la fundación y desarrollo de la agencia Prensa Latina.
Su prosa debió de ser el resultado de rechazar la tónica grandilocuente de aire de discurso populista y el oscurantismo de los textos editorialistas.
Un posible origen de esa contundente sencillez, aunque resulta difícil de demostrar y no existen confesiones explícitas del propio autor al respecto, es la profesión de su padre, Gabriel Eligio García.
Telegrafista de Aracataca (transformada literariamente en Macondo), la aldea natal, su trabajo diario debió de atraer la atención de su hijo. La naturaleza rígida de los textos que debía transmitir, con una economía de palabras dictada por la necesidad de abaratar los costos y los esfuerzos técnicos, pudo impactar al futuro escritor.
Sin embargo, la historia del periodismo no se pone de acuerdo en asumir si la técnica del “lead” tiene precisamente su origen en esa tecnología primitiva de la comunicación en el siglo XIX. Otra interpretación ubica su desarrollo en una época más tardía, cuando comienza a primar el periodismo puramente informativo, soslayando el sostenido en el comentario y la opinión ensayística.
De más influjo literario debe ser la admiración de Gabo por los escritores estadounidenses, entre los que se destacaba Ernest Hemingway. El autor de “Adiós a las armas” es notorio por haber confesado cómo aprendió a escribir. Humildemente pagaba su deuda con el “Manual de Estilo” de la agencia Associated Press (AP).
Este código de redacción, impuesto con rigurosidad a los periodistas, conminaba a una serie de normas que se resumían en unas pocas lógicas técnicas: oraciones cortas, construcciones afirmativas, abstención de frases subordinadas, palabras correctamente elegidas y huérfanas de connotaciones oscuras.
Además, la servidumbre financiera presidía esos condicionamientos literarios: los textos largos eran más caros de transmitir que los cortos.
Resulta paradójico y muy significativo que el mismo autor que tuvo una relación tormentosa con Estados Unidos, donde fue vetado durante años por su colaboración con el castrismo, ofreció así un homenaje a unas muestras de la cultura de ese país.
El periodismo y la literatura, reflejados en sus técnicas profesionales y la obra de sus maestros novelistas, se revelan como las dimensiones esenciales de una tradición muy cercana a las inclinaciones de Gabo.
El autor es catedrático Jean Monnet y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (jroy@Miami.edu).