Como respuesta a una reciente controversia sobre la identidad francesa, el primer ministro de esta nación, François Fillon, divulgó un manual donde se enlistan las tareas que los franceses y extranjeros deben cumplir para expresar el “orgullo republicano” y el “patriotismo abierto”. En el Manual del buen francés se conciben medidas donde se exalta la divulgación de los valores republicanos, la formación cívica y los deberes que tienen los extranjeros con la nación francesa. Según el diario español El Mundo, la divulgación de los valores republicanos es una responsabilidad escolar, de modo que la formación cívica formará parte de los estudios. Además, el 14 de julio de cada año se alzará la bandera francesa en todos los centros educativos. Por otro lado, el Primer Ministro considera que la mejor forma de intergrar a los padres de los inmigrantes a la educación de sus hijos es logrando que los colegios tengan una jornada de puertas abiertas. Por su parte, un extranjero se hará ciudadano de la nación por medio de un solemne ritual y en presencia de una autoridad pública. Además, el individuo deberá firmar su compromiso de obligaciones y deberes. De acuerdo con EL Mundo, con relación al idioma, se pondrá en acción el programa nacional para la enseñanza del francés en todos los ámbitos. Manual del buen boricua Si aquí en Puerto Rico creáramos una comisión de intelectuales, políticos y “tipos comunes” para que desarrollaran la versión, en arroz y habichuelas, de este manual, ¿qué comprendería ser un buen puertorriqueño? Aunque muy subjetiva, una respuesta a esta pregunta permite repasar algunos de los más populares y trivializados clichés sobre la identidad puertorriqueña y el patriotismo. El Manual del Buen Boricua sería una compilación histórica de los deberes y exhortaciones para construir a un puertorriqueño de pura cepa. Se incluirían en este manual desde la manera ideal de hacerse un dubi hasta el repertorio musical para la parranda ideal. Se explicaría, quizá en colaboraciones de respetados académicos, nuestras filias políticas con los personajes que poco piensan y mucho hablan y nuestras construcciones del ideal de la buena vida reflejado en aquellos que poco trabajan y mucho tienen. Este compendio incluiría también, en tono de apología, los trucos del cacheteo y la conformidad y de la brevísima memoria colectiva. Se definirían términos tan complejos como el perreo y el chinchorreo y se obligaría a un juramento para convertir cualquier evento en una fiesta. Además, no podrían faltar las demostraciones de amor a la patria de los versos de Corretjer en una gorra y las camisas con la foto de Albizu. Lo cierto es que la lista de los trillados esquemas de la construcción de la puertorriqueñidad son demasiados para tan poco espacio. Me gusta imaginar que el Manual del Buen Boricua sería un gasto público innecesario. Que nosotros, los hombres y mujeres que componemos esta Isla sabemos muy bien cómo se mantiene, se reconstruye y se modifica una nación. Que somos mucho más que el estereotipo de salsa y Ricky Martin. El boricua ideal, modelo para generaciones venideras, es imposible de explicar o describir. Se mueve, impredecible y con astucia, entre las respuestas y la desesperación, entre el grito de lucha y el conformismo, entre el fanatismo y la razón, entre el silencio y la guerra, entre la locura y la cordura.