Los osos polares se ahogan, los glaciares se derriten, y (a pesar del aumento de precio del petróleo) los acondicionadores de aire se siguen vendiendo sin problemas en medio del calor que acecha. Al parecer, el calentamiento global está por todas partes. Mas, antes era otro el suceso climático del que todos hablaban; su nombre, El Niño. Sin embargo, este fenómeno no es algo nuevo, desde el 1892 se conocía de su existencia si bien no es hasta la década de los 70s que se le otorga popularmente su actual nombre. Esto en alusión al niño Jesús, dado a que ocurre a partir del mes de diciembre coincidiendo con la celebración cristiana de la natividad. Contrario al calentamiento global, este fenómeno no es resultado de la conducta humana, hecho en el que Pablo Lagos, director del Instituto de Geofísica del Perú, hace hincapié. Según explica, El Niño es un suceso climático de variabilidad interna, es decir, un evento que ocurre cada cierto tiempo de forma natural, en este caso cada dos a siete años. Su aparición implica un calentamiento sobre el promedio de la superficie del agua en el océano Pacífico ecuatorial, afectando particularmente la costa de Perú y Ecuador, pero en sus momentos de mayor intensidad se puede extender hasta Indonesia. Si bien El Niño ocurre en un área particular sus consecuencias se pueden ver más allá del Pacífico. Por ejemplo, en Estados Unidos y el Caribe, conlleva una mayor cantidad de huracanes y sequías más extremas. Mientras, en Centro y Suramérica trae consigo intensas lluvias que con frecuencia implican grandes costos (materiales y humanos) debidos a los desbordes de ríos y las inundaciones. Mas, en opinión de Lagos, no todos los efectos de El Niño son malos. Dado a que es un suceso climático natural para el cual ya existe cierta capacidad de predicción se podrían tomar acciones preventivas que limiten los costos e incluso generen ganancias. “Si los agricultores tienen el conocimiento anticipado antes de que empiece la siembra les permite cambiar sus estrategias de cultivo” explica el científico. Esto les posibilitaría, por ejemplo, el sembrar cultivos como el arroz, una planta que requiere mucha agua. En lugares de Suramérica con climas secos, como es el caso del norte del Perú, esto implicaría una oportunidad de expandir y diversificar el mercado. De la misma forma el conocimiento existente sobre este antiguo suceso climático se podría utilizar en otros países para limitar los daños y aumentar las ganancias, argumenta Lagos.