A don Justiciano Torres diariamente le toma 30 minutos caminar desde su casa a la esquina que ha sido su espacio de trabajo por los pasados 47 años. Aunque prácticamente vive cerca del lugar, arrastrar el carrito de piraguas hecho de hierro y madera demora su paso.
Don Justo, como cariñosamente le llaman, tiene 88 años y no sabe leer ni escribir porque nunca fue a la escuela. Aprendió a contar usando granitos de café y piedras, pero en Arecibo, su pueblo natal, lo consideran el mejor piragüero de Puerto Rico.
Sus manos son gruesas y ásperas como las de un albañil, su espalda está encorvada y sus pasos son lentos. Viste una gorra con insignias de Puerto Rico y modela un reloj de cuero en su muñeca izquierda. En el bolsillo de su polo esconde una cajetilla de cigarrillos y para alcanzar a moler bien el hielo se ubica sobre un cajón de madera.
Orgullosamente don Justo aseguró que no le duele nada. No sufre ninguna condición de las que suelen atacar a las personas de su edad. Su secreto ha sido comer viandas, harina de maíz y tomar un termo de café diario. Seguramente a su buen estado de salud contribuye el cariño que ha recibido durante esos casi 70 años que lleva como piragüero.
Y es que a pesar de que lleva 47 años vendiendo piraguas frente a la escuela pública Federico Degetau en el Barrio Santana en Arecibo, su historia como piragüero inició en Santurce a sus 15 años.
“Yo llevo más de 60 años vendiendo piraguas. Yo estuve vendiendo piraguas en San Juan por casi 30 años a cinco chavos. Me fui a los 15 años para allá buscando trabajo y no encontré porque era menor, pero encontré un carrito de piraguas al por ciento, que eran cinco chavos, y dije ‘pues vamos a coger esto a lo que aparece algo’, pero me gustó y me quedé”, narró Torres.
Luego de casarse y tener tres de sus siete hijos, regresó a Arecibo en busca de un trabajo más estable. Uno que le brindara mejor sustento para su familia, pero no encontró nada.
“Un día llevé a la familia a comer por allá en Toa Baja y el primo mío tenía dos carritos de piraguas y le dije ¿qué tú haces con dos carritos de piraguas si trabajas más que uno? y me dijo ‘pues uno lo dejo ahí que se pudra o lo vendo’ y yo le dije ‘pero eso es lo que yo ando buscando, un carrito de piragua’ y me dijo ‘pues llévatelo’”, recordó.
“Al otro día volví a buscarlo en una guagua y me fui a vender piraguas. Calle arriba y calle abajo por la número dos y por la carretera vieja. Un día pasé y todavía estos carriles no estaban hechos. El año no me acuerdo porque yo no fui a la escuela. Yo no sé escribir. Yo no sé leer. Yo no sé nada. Entones me paré debajo de un árbol y cuando empezaron a hacer esta carretera me trajeron para esta esquina. Los que estaban trabajando me dijeron ‘quédese ahí’ y aquí llevo 47 años”, mencionó.
Desde que empezó con el negocio, él mismo ha sido quien prepara los siropes que utiliza para las piraguas porque “si vendiera el de fábrica se hubiese caído el negocio”, aseguró.
Y es esa misma razón la que ha hecho que sus piraguas sean tan solicitadas. Justamente, ese miércoles al medio día, cuando Diálogo lo visitó, llegaba un carro tras otro con clientes buscando piraguas. Una familia llegó desde Levittown, Toa Baja, precisamente para refrescarse con las piraguas de don Justo porque, según ellos, son las que mejor sabor tienen en Puerto Rico y las únicas que van a encontrar a $1.25.
El hielo que utiliza para la base de sus piraguas le cuesta $10.70 en la fábrica de hielo de Arecibo. La misma barra que cuando empezó en la industria le costaba 15 centavos y lograba vender completa. Hoy día, le sobra más de la mitad porque “la cosa está floja”, admitió.
Además de las bajas en sus ventas, Torres también tiene que sacar al año $300 de sus ganancias para pagarle al municipio por el espacio que utiliza para su negocio. Asimismo, paga patente, IVU y otros permisos.
“Hay que pagar por todo. No le saco bastante, pero vivo y me he mantenido. Tengo 88 años, no le debo cinco centavos a nadie, no tengo dinero, pero hice mi casa y aquí he sacado todo”, dijo don Justo a quien le faltan los dientes incisivos.
– ¿Qué le diría a los jóvenes que están desesperados porque no encuentran trabajo?, preguntó Diálogo.
– Que hagan cualquier cosa, usted inventa cualquier negocito. Si no sabe de una cosa pues se pone y teje pañuelos, teje sabanitas, teje frisas pa’ nenes y las vende. O vende alcapurria o bacalaitos. No puede quedarse pendiente al papá porque el papá no dura toda la vida.
Don Justo no tiene un promedio de ventas diarias. Según él, hay días que puede vender 40 o 50 piraguas, pero hay otros que vende más o menos. De igual forma, nunca ha tenido malas experiencias con los “pícaros”, como llama a los delincuentes, al contrario, reconoció que todo lo que ha desarrollado allí son “amores”.
“Las personas vienen, me abrazan y me besan. Lo que no pasa en la casa. Eso es lo más importante, el cariño y quedar bien con todo el público”, expresó.