Miguel de Cervantes, como creador de la novela moderna, puntualizó que no hay diferencia entre la historia y la ficción, de manera que en el “Prólogo” de la primera parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha denominó “historia” a su obra cimera.
A simple vista, tal selección parecería la opción más obvia puesto que sitúa la atención del lector en la figura protagónica del relato. No obstante, al denominarla así borra los límites entre la creación y la vida misma. Si comprendemos por historia un conjunto de hechos, así de real debería tomar el lector la narración. En fin, ¿qué es la literatura sino el reflejo de la existencia? Acaso, ¿habría sido tan famosa esta novela si no retratara la figura de don Quijote, con sus fortalezas, sueños e ideales pero también sus flaquezas y humanidad?
Ante nuestra realidad y desde el ámbito que conozco más, la literatura, me pregunto, ¿qué haría nuestro caballero de abollada armadura y devorador de libros si, corporeizado, se hallase por las calles de mi isla? Dadas las circunstancias por las que atraviesa la Universidad de Puerto Rico, sin dudas sería un “pelú”. Para aquellos a quienes tal alusión les resulte inconcebible, les recuerdo que este es un personaje diestro en anacronismos y su inclusión en un contexto ajeno le parecería puro agasajo. Lo imagino desde los portones de algún recinto o unidad, en pie de lucha, con sus antiguas armas aderezadas, con la celeridad del que se siente llamado a “deshacer agravios,” “enderezar entuertos” y “enmendar sinrazones”.
Si bien, poca parecería la similitud entre los jóvenes universitarios del siglo XXI y el maltrecho Quijote de rematado juicio del siglo XVII, una mirada más cuidadosa nos revela multitud de correspondencias: como él, los estudiantes de la UPR se han trazado una meta digna y honrosa por la misma voluntad de construir un mundo mejor para su generación y las futuras; como lo hiciera don Quijote, “en beneficio de su honra y de su república”. En pos de este fin necesitan, en primer lugar, de su ingenio (que en sendos casos les sobra) y del apoyo de un núcleo que les sostenga, lo que para nuestro hidalgo se resumiría en su fiel escudero, Sancho Panza, el debilucho Rocinante y la dama de sus sueños, la siempre amada Dulcinea del Toboso.
La realidad es que, aunque el Quijote se sintiese capaz de enfrentar las injusticias solo, sin la ayuda o inspiración de estas figuras su propósito, en muchas ocasiones, se hubiese desvanecido. En la universidad se forman profesionales, pero así mismo se procura desarrollar a seres humanos capaces de ansiar la justicia y el bien común, afines a los ideales del hidalgo don Quijote de la Mancha. Hoy, en momentos difíciles, muchos parecen olvidarlo.
En la actualidad, el sector estudiantil se une por un fin quijotesco de principios, pues comprende que la educación es la alternativa idónea para liberarse de la inequidad y superar la pobreza. Aunque el panorama de la educación superior pública debería provocar la solidaridad de la ciudadanía, los alumnos en los portones se saben tan incomprendidos como el Quijote cuando inicia sus aventuras en un mundo que ya estaba ajeno a las novelas de caballerías. La UPR ha sufrido recortes de millones de dólares desde el 2009 y hoy día vislumbra en su horizonte la disminución de la mitad del presupuesto actual; el gigante se ha alzado y los estudiantes lo enfrentan solos.
Ansío que la cordura finalmente prevalezca y que las generaciones futuras tengan la oportunidad de desarrollarse académicamente, como yo, en las aulas de la Universidad de Puerto Rico. Concurro con quienes piensan que el lugar de los alumnos es el salón de clases y aspiro a que la comunidad universitaria regrese cuanto antes a la normalidad, pero con certidumbre respecto a su futuro.
Todos recordamos lo que le ocurrió a nuestro famoso hidalgo cuando, al final, sucumbe ante la realidad. Si bien las correspondencias entre la literatura y la vida a veces sorprenden, para los estudiantes de la UPR deseo un mejor porvenir. Como futuros profesionales, los insto a que hagan grandes aportaciones a esta isla, siempre escudados por su conocimiento e irrefrenable deseo de justicia social.
La autora es catedrática de Español en la Universidad de Puerto Rico en Arecibo.