El 11 de septiembre de 2001, me encontraba en un pupitre en el salón de español. El uniforme de escuela superior revestía aquel entonces. Mister Santiago repasaba las oraciones yuxtapuestas. Entre tanto verbo, se escuchó una alarma. Desde el altoparlante, el director dijo: “Comunidad, en Nueva York hay una emergencia, las Torres Gemelas fueron atacadas”. Tal vez en grado once éramos muy inmaduros para comprender la envergadura de tal evento al instante; tal vez no nos importó lo suficiente; tal vez queríamos sacar A en el examen; o tal vez era que hace ocho años no había Facebook para que la noticia nos la diera algún pana y no esa autoridad escolar tan desprestigiada entre los párvulos. Lo cierto es que poco a poco la histeria arribó. Los dos televisores en la escuela se atestaron de ojos de asombro. Las manos se iban a la boca como para tapar la perplejidad. Y muchas lágrimas mojaron los rostros-infantiles y arrugados- que observaban, desde la pequeña y distante pantalla, los escombros que cambiarían el orden mundial. Todo era una nube de caos y confusión.
Los que respirábamos en algún rincón de la esfera terrestre, el 11 de septiembre de 2001, recordamos con exactitud dónde estábamos cuando los íconos del mundo financiero se desplomaron. Hay eventos tan impactantes que hacen que la memoria recree con lujo de detalle lo que frente a uno transcurre. Así pasa con este día. En una pequeña encuesta que realicé entre mis compañeros de trabajo, pude darme cuenta que los relatos sobre su 11 de septiembre cargan esta especificidad. Cada uno de los cuentos que escuché, cuando menos, provocaron el escape de alguna sonrisa suspicaz. No sé por qué, si el 11 de septiembre lleva tatuada la marca del dolor. “Me estaba duchando junto a cincuenta y tantos hombres desnudos en un vestidor deportivo en la universidad”, sostuvo uno. “Yo estaba teniendo sexo, pero no me acuerdo con quién”, señaló otra persona.“Era un día como hoy, de cierre de edición, y un conserje que descansaba frente al televisor nos dio la alarma”, recordó una.“Tenía ´hang over´”, confesaron. “En mi antiguo trabajo, mientras veía el televisor se me escapó: se jodió esto”, expresó quien puso cara de reflexión mientras me contaba. De esta forma, como soy un ente red socializado, tuve que cuestionar en mi status en Facebook: “Dónde estabas el 11 de septiembre???????”. Algunas de las contestaciones que en segundos recibí recrean que “en la escuela. Tenía en ese entonces unos 14 años. También recuerdo que, antes de los atentados, la noticia del día era que Michael Jordan regresaba al baloncesto”, dijo una de mis “friends”. Por su parte, otro expuso que permanecía “observando a mi madre literalmente desplomarse en el suelo al escuchar la noticia. Ya sabes, las madres. Su hijo menor a “pal” de bloques de Las Torres; por vez primera lejos de casita…”. Sabemos dónde estaba George W. Bush durante aquel momento. Sentado en una escuelita frente a unos niños. El ex presidente de Estados Unidos aguardó y aguardó, y seguía aguardando, luego de recibir la notificación de alguno de sus allegados. No sé qué tenía en la cabeza el señor. Aunque sí tengo otras certezas tras ocho años del atentado que puso en boca de todos la palabra terrorista. ¿Y por qué recordamos el 11 de septiembre?
La culpa y el culpable, según la política estadounidense, proviene del Medio Oriente. Osama Bin Laden-el culpable- se convirtió en la portada tanto de periódico responsable como de publicación sensacionalista y farandulera. Por curiosidad, ¿dónde estaba Osama el 11 de septiembre? El día 10 de septiembre de 2001 Osama Bin Landen, al parecer, se encontraba en un hospital militar pakistaní, en la ciudad de Rawalpindi, como indica un relato del periodista Dan Rather, de CBS News. Esta información es el resultado de un intenso trabajo de investigación realizado por el equipo periodístico de CBS News, principalmente compuesto por Barry Peterson y Rather. Esta es parte de la traducción de su reportaje: (PRINCIPIO DEL VIDEO TAPE) BARRY PETERSEN, CORRESPONSAL DE LA CBS (voz de un narrador): Toda la gente recuerda lo que pasó el 11 de septiembre. Aquí está la historia de lo que puede haber pasado la noche anterior. Es una historia tan retorcida como la caza de Osama Bin Laden. Fuentes de la inteligencia pakistaní informaron a CBS News que Bin Laden fue trasladado secretamente para este hospital militar en Rawalpindi para un tratamiento de diálisis de riñón. Esa noche, afirma un trabajador médico que quiso proteger su identidad, se sustituyó el equipo de médicos urólogos regular por uno especial secreto. Se trataba de un tratamiento para una persona muy especial. Ciertamente son muchos los misterios alrededor de esta fecha. Sin embargo, hay una interrogante que no puedo sacarme del sistema y es específicamente la que tiene que ver con la ubicación de esta figura que, según nos han hecho creer, fue el cerebro de esta operación de desestabilización global. ¿Por qué el Gobierno de Estados Unidos, uno de los que más invierte esfuerzos en su seguridad nacional y de los que más vidas ha cobrado por la lucha anti terrorista, no ha podido dar con el paradero de Bin Laden? ¿Si hasta los ciudadanos tenemos una herramienta para espiarnos, Google Earth, que es hasta gratis? ¿Será que Bin Laden es un chivo expiatorio más para justificar toda una guerra que se desató posteriormente y que aún carga muertes? Evento sangriento que ha enriquecido a las más altas esferas del poder americano y ha violado en nombre de la seguridad del Estado la privacidad de los individuos, como sostiene el documentalista Michael Moore. Han transcurrido ocho años de la caída de esas Torres y los ataques al Pentágono, con tres mil muertes casi inmediatas y otros más afectados a causa de su ayuda en las labores de rescate en aquella Zona Cero. También son miles los soldados y civiles que mueren cada día en Irak y Afganistán. Entre tanta bruma, todavía hoy persiste la duda. Todavía hoy persiste el miedo, la inseguridad.